Él dio bendición, y no podré revocarla. No ha notado iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en Israel. Jehová su Dios está con él.
Es sumamente interesante asistir a la escena que se desarrolló en los altos de Bamot-baal (Nm. 22:41), observar el gran tema en estudio, oír a los que hablan y poder presenciar una escena tan importante. Qué lejos estaba Israel de sospechar lo que pasaba entre Jehová y el enemigo. Quizá murmuraban en sus tiendas en los mismos momentos en que Dios proclamaba su perfección por boca del ávido profeta. Balac quería hacer maldecir a Israel; pero, bendito sea Dios, él no permite que nadie maldiga a su pueblo. Puede que él mismo tenga que tratar con ellos muchas cosas; pero no consiente que otro hable contra ellos. Podrá tener que censurarlos, pero no permite que otro lo haga.
Ese es un punto de inmenso interés. La gran cuestión no consiste tanto en saber lo que el enemigo pueda pensar del pueblo de Dios, ni lo que ellos piensen de sí mismos. La pregunta relevante es: ¿Qué piensa Dios de su pueblo? Él sabe exactamente todo lo que le concierne: todo lo que es, lo que ha hecho y lo que hay en él. Todo está enteramente descubierto a su mirada penetrante. Los más íntimos secretos del corazón de la naturaleza humana, de la vida, todo lo conoce. Ni los ángeles, ni los hombres, ni los demonios nos conocen como Dios nos conoce. Él nos conoce perfectamente, y es con él con quien tenemos que ver. Podemos decir triunfalmente como el apóstol: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Ro. 8:31).
En lo que respecta a nuestra posición, nuestro Dios solo nos ve en la belleza de Cristo; somos perfectos en Cristo Jesús. Cuando Dios mira a su pueblo, ve en él su propia obra, aquellos que ha hecho suyos en su gracia soberana. Su carácter, su nombre, su gloria y la perfección de su obra, todo ello se manifiesta en la posición de aquellos a quienes ha atraído hacia él.
C. H. Mackintosh