No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno.
El Señor también puede guiarnos, o más bien controlarnos, mediante circunstancias providenciales, para evitar así que nos desviemos, aun cuando nosotros seamos los que carecemos de entendimiento. Debemos estar agradecidos de que él actúe así. Sin embargo, esta forma de control es como la del caballo o la del mulo. Cuando nuestra voluntad está sujeta a la suya, Dios puede decirnos: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos” (Sal. 32:8), pero si no nos sujetamos a él, entonces nos deberá guiar “con cabestro y con freno”. Es importante entender esta diferencia.
Nuestros corazones deben anhelar conocer y hacer la voluntad de Dios. En tal caso, el enfoque no estará simplemente en descubrir qué es la voluntad de Dios, sino en conocerla y ponerla en práctica. Entonces experimentaremos la seguridad y la bendición de ser guiados por su mirada. Todo esto es parte del gobierno de Dios para aquellos “cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado” (v. 1), quienes dependen completamente de Dios y reconocen que se desviarían si no fueran guiados por él.
Hay una guía basada en el conocimiento, pero también puede haber una guía sin que comprendamos plenamente. La primera es un privilegio bendito, pero a veces es necesario que seamos humillados para aprender. En Cristo, todo fue perfectamente conforme a la voluntad de Dios. Al mirar a Jesús, vemos una manifestación constante de obediencia. Él no se deja influenciar por los temores de los discípulos y va a Betania. Incluso después de enterarse de la enfermedad de Lázaro, espera dos días. Su único propósito era cumplir la voluntad de Dios para la gloria del Padre. A diferencia de los hombres, que tienen caracteres diversos, en Cristo no hay desigualdad. Cada facultad de su humanidad obedecía y era instrumento del impulso que la voluntad divina le daba.
J. N. Darby