Vino un escriba y le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del hombre no tiene dónde recostar su cabeza.
Este escriba daba la impresión de estar perfectamente preparado para lo que fuera al seguir a Jesús. Sin embargo, el Señor Jesús no lo animó en absoluto. ¿Por qué no? ¿Acaso no desea seguidores con corazones comprometidos? Desde luego que sí. Pero a él no le impresionan los que hablan de esta manera y prometen cosas que no pueden cumplir. Así que el Señor no le dio una respuesta alentadora a este escriba. No había comprendido las implicaciones de seguir a Cristo. Ciertamente no habría podido cumplir su promesa.
El llamamiento del Señor es el que nos permite servirlo, no nuestra voluntad ni fuerzas propias. Cuando el Señor nos llama a servirlo, muy probablemente también nos demos cuenta de que en el camino hallaremos pruebas y sufrimientos, y muy probablemente queramos evitar tales circunstancias. Así sucedió con Moisés, quien puso varias excusas. Obviamente, ninguna de estas excusas podía prevalecer ante el llamamiento de Jehová. Dios no quiso liberar a Moisés de la responsabilidad de obedecer a su llamado y, ciertamente, los resultados de su servicio fueron una demostración clara de que Dios lo condujo para su propia gloria.
Jeremías también protestó cuando recibió el llamado de Dios para que fuera profeta a las naciones. Dijo: “¡Ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño”. Y Jehová le respondió: “No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande. No temas… porque contigo estoy” (Jer. 1:6-8). Dios no iba a cambiar de opinión, pero sí le prometió a Jeremías que estaría con él.
Si alguien quiere servir al Señor de alguna manera, es importante que esté convencido de que es el Señor quien le llama a ese camino. Que busque entonces la guía y la dirección de Dios, sin ninguna confianza en sí mismo, sino con plena confianza en Jesucristo, buscando gracia solamente de parte de él.
L. M. Grant