Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones… y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.
(Efesios 3:17, 19)
Hemos visto que en Romanos 8 aprendemos que nada podrá separarnos del “amor de Cristo”.
Esta frase también se utiliza en la Epístola a los Efesios, la cual nos presenta el propósito y los consejos de Dios, no solo con respecto a nuestra salvación, sino también en relación con su propia gloria y la satisfacción de su propio corazón. Allí somos vistos como habiendo sido sacados del ’cementerio espiritual’, en el que estábamos “muertos en delitos y pecados”, y vivificados, resucitados con Cristo, y ya sentados en él en los lugares celestiales, solamente a la espera de estar sentados con él cuando venga a por los suyos. La expresión “el amor de Cristo” se encuentra en la oración del apóstol que cierra la primera parte de la Epístola. Esta oración muestra lo que es necesario si queremos poner en práctica la enseñanza de esta carta.
En primer lugar, el apóstol enfatiza que Cristo debe habitar en nuestros corazones por la fe. Como alguien ha dicho, podemos estar seguros de que habitamos en su amor. Pero ¿qué es lo que llena nuestro corazón, aquello en lo que estamos ocupados día tras día? El corazón es nuestro centro de control, así que, si Cristo está habitando allí, todo estará bajo su influencia y control.
En segundo lugar, el apóstol quiere que conozcamos “el amor de Cristo”. La palabra “conocer” en el idioma original (griego) significa: conocer por experiencia. No es un simple conocimiento intelectual de su amor. Se trata de un aprendizaje diario y constante de ese amor. Se lleva a cabo a medida que aprendemos de él a través de su Palabra, y mientras caminamos con él a través de todos los altibajos de nuestras vidas, y experimentamos sus cuidados diarios. ¡Que podamos aprender cada día más acerca de su amor!
Kevin Quartell