Inédito Nuevo

3 - Capítulo 3

Estudios sobre la Segunda Epístola a Timoteo


V. 1-5. «Pero debes saber que en los últimos días vendrán tiempos difíciles. Porque los hombres serán egoístas, avaros, jactanciosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, incontinentes, crueles, aborrecedores del bien, traidores, impetuosos, presuntuosos, amigos de placeres más bien que amigos de Dios; teniendo apariencia de piedad, pero negando el poder de ella; de estos apártate».

Así como Timoteo fue advertido proféticamente en la primera epístola (4:1) acerca de la apostasía de los últimos días, también es advertido proféticamente en este capítulo acerca de la ruina moral que caracteriza a los días del fin. Estos “tiempos turbulentos” no son todavía la agitación y el temblor finales de los que hablan los profetas y que precederán al reino de justicia y paz de Cristo, sino el “estado moral” que tendrán al final los que llevan el nombre de Cristo y que ahora profesan pertenecerle. Hoy en día, nosotros, más que Timoteo, no debemos cerrar los ojos ante la agitación moral que se está gestando, ya que han pasado siglos desde entonces. Si cerramos los ojos corremos el peligro de decir: Paz y seguridad, y de soportar, como Lot, aunque sea de forma limitada, las consecuencias de la infidelidad general.

La profesión del cristianismo degenerará cada vez más, para reproducir la espantosa imagen del “estado moral” del paganismo del pasado del que surgió la Asamblea cristiana (vean Rom. 1). ¿No es sorprendente que el apóstol no llame a la gente de la que habla “la profesión cristiana” sino «hombres»?

¡Una cosa terrible, cuando es Dios quien comienza a enumerar lo que hay en el corazón del hombre y lo que sale de él! Con frecuencia encontramos varias listas en la Escritura (vean, por ejemplo, Mat. 15:19; Marcos 7:21; Gál. 5:19; Col. 3:5-9; 1 Tim. 1:9; Tito 3:3), pero ¡cuán comparativamente raro es encontrarlas cuando se trata de las manifestaciones del Espíritu en los corazones de los cristianos! (vean Gál. 5:22-23; Col. 3:12-15). Aquí, tenemos sobre todo la contraparte de Romanos 1:24-31, un pasaje donde se describe la condición moral del paganismo para hacer sonrojar al más endurecido. Pero en nuestro pasaje en el que el apóstol describe el estado de los hombres que profesan el cristianismo en tiempos difíciles, es aterrador encontrar que este estado es bastante peor que el estado pagano, y por eso tienen: «Apariencia de piedad, pero negando el poder de ella». Este término: «apariencia» («morphôsis») se encuentra solo en Romanos 2:20 donde se traduce como “fórmula”. Es más bien “el poder formativo de la piedad”. Estas personas poseen la verdad, el poder por el cual se forma la piedad.

Cuando la Casa que es la Asamblea del Dios vivo está en orden, se encuentra en ella un secreto para producir piedad (1 Tim. 3:15-16). Este secreto es el conocimiento de la verdad, la verdad que se encuentra enteramente en la revelación de la persona de Cristo, y es el «poder» de la piedad. Ahora en la casa grande estas personas poseen «apariencia de piedad» o más bien su fórmula. La verdad está en sus manos; llevan el nombre de Cristo. ¿Qué hacen con ella? ¿Utilizan este conocimiento para vivir separados del mal y para dar testimonio fiel de Cristo? Estas personas no solo ignoran el poder de la verdad, no solo no hacen uso de ella, sino que han “negado su poder”; niegan que pueda producir la separación del mal. Lo mismo era cierto, pero en un grado infinitamente menor, de los gentiles en Romanos 1:18-20; tenían «con injusticia la verdad», mientras vivían en la iniquidad. Pero aquí lo que es mucho peor es que en el cristianismo estos hombres tienen la fórmula por la cual se puede producir toda piedad. En la Casa de Dios se profesaba, se conocía y se realizaba el secreto de la piedad; aquí se conoce ese secreto que se resume en la revelación de la persona de Cristo, ¡y esta gente lo niega, al no concederle el poder de producir la piedad!

Si consideramos el conjunto de esta lista, cuyo número de menciones es apenas igual al de Romanos 1, nos sorprende el agravamiento producido por el hecho de que el cristianismo, conocido y practicado externamente, deja a las almas sin excusa. En Romanos 1, los paganos, con su conciencia natural, conocían el bien y el mal. Por tanto, la justa sentencia de Dios no les era extraña, sabían «que los que practican tales cosas son dignos de muerte» (v. 32), y sus propias leyes atestiguaban contra ellos, pues pronunciaban un juicio al menos parcial sobre los que hacían esas cosas. Pero en nuestro pasaje hay mucho más para condenar al cristiano profeso que la voz de la conciencia; está el conocimiento externo de todo lo que implican las relaciones establecidas por la gracia entre Dios y el hombre; está el desprecio de las relaciones conocidas con el Padre y el Hijo cuyo nombre llevamos ; es el abandono de toda idea de mantener estas relaciones condenando al viejo hombre y lo que de él procede; es una existencia voluntariamente esclavizada y cediendo a todos los elementos de la vieja naturaleza pecadora, ¡totalmente indiferente al juicio de Dios del que estos hombres se darán cuenta cuando sea demasiado tarde!

Observando esta lista, encontramos una cierta agrupación de los rasgos del hombre profeso, que ha vuelto a todo lo que constituye el viejo hombre, mientras que el cristiano lo considera crucificado con Cristo. En primer lugar, está el «egoísmo», el mayor vicio del hombre natural, que, en lugar de haber encontrado, como el cristiano, un centro fuera de sí mismo, se hace y se ha hecho siempre “el centro de sí mismo”. De ahí la avaricia que acumula bienes para sí –la jactancia que exalta el yo a costa de los demás–, el orgullo que se enaltece por encima del prójimo. De ahí la insubordinación y la desobediencia hacia aquellos a quienes Dios ha designado para ser honorados, mandamiento al que se añade la promesa para subrayar su importancia; la ingratitud hacia aquellos a quienes debemos un tributo de reconocimiento; el desprecio por el mantenimiento de las relaciones familiares; el rechazo, en fin, de los afectos naturales que se encuentran incluso en los brutos sin inteligencia, pero ausentes en estos hombres. De ahí el espíritu de venganza, persiguiendo al prójimo sin tener en cuenta los compromisos por los que uno debería regirse; la calumnia que uno llama en su ayuda para arruinar más completamente al prójimo; la negativa a ejercer cualquier freno sobre las propias pasiones.

De ahí la crueldad que destierra todo sentimiento de compasión y ama, sin motivo, causar sufrimiento, producto de corazones a los que es ajena toda inclinación al bien. De ahí el espíritu de traición, que da apariencia de bondad para engañar más fácilmente a su víctima y entregarla a sus enemigos; y la temeridad, cuyo único motivo es el orgullo de afrontar peligros inútiles para exaltarse a los ojos de los demás. Por último, están los placeres que se apoderan de todo el ser de quienes se entregan a ellos, haciéndoles abandonar incluso el favor de Dios para gozar por un tiempo de las delicias del pecado. Finalmente, como hemos visto, todo se resume en esta cosa espantosa: «la apariencia de piedad».

Se exhorta a Timoteo: «De estos apártate». No había nada en ellos que atrajera a los fieles; nada con lo que pudieran asociarse para agradar a Dios; ni nada que mejorara su condición moral; el mal es definitivo. Estas personas no están medio corrompidas, sino que todo en ellas es del viejo hombre; todo está ya juzgado y condenado sin retorno. ¿No es esto el cristianismo al revés? En 1:15, el apóstol está «solo»; todos lo abandonan; aquí, Timoteo «solo» debe apartarse de todos ellos. Pero, aunque esté solo, Dios le hace encontrar compañeros con los que invocar al Señor. Esto no significa que el cristiano deba vivir como un ermitaño en la cristiandad profesa, sino que debe mantenerse completamente apartado de quienes practican y enseñan tales principios.

Tomemos esto muy en serio. No, como acabamos de ver, que debamos aislarnos en medio de una profesión que conduce a la apostasía final. Ciertamente que no; porque encontraremos hasta la venida del Señor a los que le invocan con corazón puro; pero para asociarnos a estos últimos, debemos haber roto con una profesión sin vida, con un espíritu que, de hecho, niega la verdad cristiana.

 

V. 6-7. «Entre ellos hay quienes se introducen en las casas y cautivan a mujercillas cargadas de pecados, que se dejan arrastrar por diversas concupiscencias; quienes siempre están aprendiendo, sin poder llegar al pleno conocimiento de la verdad».

El apóstol señala aquí una clase especial de profesos de los que hay que apartarse. Son los que ejercen funciones eclesiásticas en esta casa corrupta. Su inmunidad clerical les permite entrar en los hogares, «convierten la gracia de nuestro Dios en libertinaje» (Judas 4), para dirigirse, con el fin de hacer de ellas sus criaturas, mujeres sin carácter, sin desarrollo moral, cargadas de pecado y alejadas del camino de Dios por diversas codicias, que estas personas utilizan como cebo para apoderarse de ellas. Vemos aquí donde el estado carnal, sin temor a Dios que se acaba de describir, lleva a quienes son sus representantes: a la “corrupción moral”. Es a ella que conduce el estado del corazón que cree poder prescindir de Dios. El apóstol añade a la descripción de estas mujeres impuras, que «siempre están aprendiendo, sin poder llegar al pleno conocimiento de la verdad». ¡Lo que es peor que la corrupción es pretender interesarse por las cosas de Dios y dejarse instruir por tales conductores! El conocimiento de la verdad nunca puede salir de esta sospechosa enseñanza. El alma permanece estéril siempre aprendiendo y de todo esto solo sale la nada; la verdad permanece enteramente oculta. Creyendo aprender algo, estas mujeres ignoran por completo su condición ante Dios y corren, con los ojos cerrados, al abismo. Tampoco saben en qué consiste la vida de Dios. Finalmente ignoran al propio Dios, mientras fingen conocerlo.

 

V. 8-9. «De la manera que Janes y Jambres se opusieron a Moisés, así también estos se oponen a la verdad; hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe. Pero no avanzarán más; porque su insensatez se hará manifiesta a todos, como también lo fue la de aquellos».

La Palabra, al describir a estos hombres corruptos del fin, no se limita a presentarnos a los maestros que utilizan su enseñanza para promover la corrupción moral entre el sexo femenino y así satisfacer sus propias pasiones carnales; hay otra corrupción que los caracteriza: son hombres corruptos en su «entendimiento». Su inteligencia está pervertida; no solo son maestros inmorales, sino también enemigos de la verdad, a la que se resisten cuando se les presenta para ser aceptada; pero se resisten “copiándola”, que es el colmo de la iniquidad. Se hacen pasar por profetas y conductores como Moisés, reclamando el mismo poder milagroso que él, usando un poder oculto de mentiras para afirmarse a sí mismos, que los impone a personas que son extrañas a la vida de Dios. Así se ponen el manto del profeta para «oponerse a la verdad» y hacer que no tenga efecto en las almas. Este es, en cuanto a la enseñanza, la segunda gran astucia de Satanás en esta Epístola. En el capítulo 2:18 estas eran las doctrinas que derrocaron la fe despojando al cristiano del cielo y reduciéndolo al goce perpetuo de la vida terrenal. Aquí encontramos una abierta oposición a la verdad, a través de la asimilación del falso poder de Satanás al poder de Dios. El adversario imita la “forma externa” de la cosa divina, mientras que esconde una absoluta falta de realidad bajo falsos exteriores. En el trabajo de estos “ilusionistas” el poder es completamente inexistente. Así que pueden convertir sus varas en serpientes, pero la vara de Moisés se las traga; así que convierten el agua en sangre, y levantan ranas sobre la tierra de Egipto, y luego no tienen poder para quitarlas. Además, no pueden producir mosquitos o moscas venenosas. La más mínima creación los encuentra absolutamente indefensos. Luego dicen: «Dedo de Dios es este» (8:19), y toda su acción se detiene. Estos hombres son «réprobos en cuanto a la fe»; no hay esperanza para ellos. Dios los rechaza; están perdidos; corruptos de moral, corruptos de entendimiento, adversarios de la verdad.

Pero, dice el apóstol, «pero no avanzarán más». Eso es lo que les pasó a los adivinos. Tuvieron que reconocer el dedo de Dios, pero demasiado tarde, y como su locura se manifestó a todos, por su incapacidad de crear o detener cualquier plaga, así será con estos falsos maestros corruptos. Llegará un momento en que su impostura será conocida y se manifestará a todos.

 

V. 10-13. «Pero tú has seguido de cerca mi enseñanza, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia, persecuciones, padecimientos, como los que me sobrevinieron en Antioquía, en Iconio, en Listra; qué persecuciones he sufrido, y de todas me liberó el Señor. Y todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos. Pero los hombres malos y los impostores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados».

Después de haber pintado este oscuro cuadro del mal, el apóstol se dirige al fiel Timoteo. Pero tú, le dijo, repite esta palabra 3 veces (3:10, 14; 4:5). El apóstol pone así de manifiesto el contraste entre la parte del verdadero discípulo y la de los reprobados. ¡Qué feliz condición la de este fiel testigo! El Dios mismo le atestigua, por boca del apóstol, que había comprendido plenamente lo que le había sido enseñado y que siguió el ejemplo dado por Pablo. Aquí estamos de nuevo en presencia de una lista, lista de una vida según Dios, de un servicio y de un testimonio que le agradan. Repasamos la lista anterior para apartarnos de ella con horror, y esta, para imitarla fielmente: «¡Has… seguido de cerca mi enseñanza»!» (vean 1 Tim. 4:6). ¡Qué hermoso y alentador testimonio dado a Timoteo! No solo había «comprendido», sino que, tal es el significado: “entendido y seguido plenamente” lo que el apóstol había enseñado, y la conducta de Pablo en relación con su enseñanza.

Y, ante todo, ¿cuál era su «enseñanza»? Como en Gálatas 2:20, el fin del viejo hombre y la nueva vida en Cristo. Es particularmente de esta doctrina de la que habla aquí, ya que ofrece el más absoluto contraste con todo lo que precede en este capítulo. También su «conducta» se derivó enteramente de ella. Caminó en el juicio completo del viejo hombre y en el poder del nuevo hombre. Su «propósito» “constante” era vivir Cristo y alcanzarlo, como una meta celestial. Su «fe» se elevaba por encima de las dificultades, su «apoyo» o firmeza (Col. 1:11) le hacía pasarlas y soportarlas, su «amor» dominaba todo lo demás y le abrazaba al servicio del Evangelio porque era el amor de Cristo. –Pero había algo más, de lo que toda esta Epístola da testimonio. El apóstol había pasado por «persecuciones» y «sufrimientos» de todo tipo, y en estos sufrimientos por el Evangelio había mostrado la «paciencia» que todo lo soporta. En Antioquía de Pisidia, él y Bernabé habían sufrido persecución (Hec. 13:50): En Iconio, poco les había faltado de ser apedreados, teniendo judíos y gentiles en contra de ellos (Hec. 14); en Listra, Pablo había sido efectivamente apedreado (Hec. 14:19).

¡Cosa sorprendente! Al final de su carrera mira hacia atrás a sus primeras etapas, recuerdos tristes para otros, recuerdos felices para él, porque, desde el principio de su ministerio entre las naciones, había sufrido por Cristo y nunca había interrumpido esa carrera, –pero, dice: «Se todas me liberó el Señor», es decir de estas pruebas. Si al principio nunca le había faltado, ¿le faltaría al final? Este era, por excelencia, el recurso del apóstol. En esta palabra «triunfante» se encuentra el secreto de su fuerza. No espera nada de sí mismo, nada de las circunstancias, nada de los hombres. El Todopoderoso Señor, en gracia, es suficiente para él. Además, «todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos».

La verdadera piedad, en contraste con la forma de piedad del versículo 5, está ligada al Señor Jesús que es su único resorte y objeto. Sin embargo, es imposible que esta verdadera piedad evite el desprecio y el odio al mundo, y a menudo podemos preguntarnos con humillación si esto es a lo que nuestro testimonio nos expone habitualmente.

Los hombres descritos al principio de este capítulo: «los hombres malos y los impostores» irán de mal en peor. El apóstol los mostró como seduciendo a las mujeres, como seduciéndose a sí mismos por ellas, como resistiendo a lo bueno y creciendo en esta oposición mezclada con el engaño. El mal crecerá más y más en ambas direcciones, y esto en la víspera del juicio. Es lo mismo en el capítulo 2:16: los discursos vanos y profanos llevan cada vez más lejos a la impiedad. Tal es la función que desempeña la ausencia de piedad en toda la vida del hombre; está progresando cada vez más; mientras que la verdadera piedad, que ha encontrado su centro, su felicidad y su gozo en el Señor, encuentra aquí abajo solo persecución, pero recibe aquí abajo también 100 veces más de lo que ha perdido por Él, y en el siglo venidero la vida eterna (Marcos 10:28-30).

 

V. 14-15. «Pero tú, persevera en lo que aprendiste y fuiste persuadido, sabiendo de quién lo aprendiste; y que desde la niñez conoces las Santas Escrituras, que pueden hacerte sabio para la salvación mediante la fe que es en Cristo Jesús».

En el versículo 10, Pablo “animaba” a Timoteo expresando su satisfacción al ver que había comprendido y seguido exactamente el ejemplo que el apóstol le había dado. Qué gozo y consuelo para él ver a su querido hijo seguir el mismo camino de fidelidad, abnegación, sufrimiento y testimonio como su padre lo hizo en la fe. Aquí, en el versículo 14, el apóstol “exhorta” a Timoteo a «perseverar» en las cosas que ha aprendido, en oposición directa a los malvados que no permanecen estacionarios, sino que van de mal en peor. Cuando se trata de la verdad divina, no hay desarrollo que alcanzar; permanece “inalterable”. Podemos crecer en conocimiento allí, pero tiene su carácter absoluto de eternidad; es suficiente para que permanezcamos allí. Es una posición adquirida. Timoteo había aprendido estas cosas ante muchos testigos y podía presentarlas a otros. Estaba en absoluta oposición a los que «siempre están aprendiendo», porque estaba «persuadido» de estas cosas. Sabía «de quién» las había aprendido. Estas palabras son de suma importancia. Timoteo las había recibido directamente de la boca del apóstol inspirado. De la misma manera las recibimos directamente de los escritos inspirados de este mismo apóstol. No es que Dios no nos enseñe a través de sus siervos no inspirados, sino que estamos obligados a controlar su enseñanza por la propia Palabra, y si no lo hacemos, fácilmente caemos presa de doctrinas erróneas que habríamos evitado si, en lugar de poner nuestra confianza en el hombre que nos las presenta, las hubiéramos pasado por el tamiz de la Palabra.

Dios no solo se preocupó de poner a Timoteo en contacto con el portador inspirado de su Palabra, sino que lo había alimentado desde su infancia con «las Santas Escrituras» (vean Juan 7:15). Estas cartas sagradas son todo el contenido del Antiguo Testamento. Como nos muestra Proverbios (4:1-9), podía sacar sabiduría para salvación, es decir, para ser preservado, salvado de las innumerables trampas puestas bajo los pies del creyente, en estos peligrosos tiempos del fin. Para ello, las cosas aprendidas en la Palabra deben haber sido recibidas por «fe». Cristo es el objeto de la piedad (v. 12) como es el objeto de la fe (v. 15). Este último versículo se basa en el Antiguo Testamento como un niño puede leerlo y afirma que es suficiente para hacer sabio apara salvación al que entra en contacto con él a través de la fe que está en Cristo Jesús.

 

V. 16-17. «Toda la Escritura está inspirada por Dios, y útil para enseñar, para convencer, para corregir, para instruir en justicia; a fin de que el hombre de Dios sea apto y equipado para toda buena obra».

Pero si existen esos medios empleados y ordenados por Dios, como la educación cristiana, el contacto con los siervos de Dios, el conocimiento de las Sagradas Letras, es decir, de la Biblia, para preparar desde la infancia al hombre de Dios para su servicio, el recurso supremo para toda su vida y cada vez más urgente, a medida que la decadencia y la ruina toman forma, es la Escritura, toda la Escritura. Timoteo había comprendido por la fe la verdad que tiene a Cristo como objeto. Las Escrituras que contienen esta verdad podrían proporcionarle todos los elementos de su ministerio, haciéndolo cumplir para toda buena obra.

Tengan en cuenta que el término utilizado aquí no es “la Palabra”, sino «la Escritura». Esta observación niega la sutileza racionalista de que la Palabra está contenida en las Escrituras, y que es la Palabra y no la Escritura la que está inspirada. Ahora bien, en la Palabra misma este término Escritura o Escrituras tiene el mismo alcance, el mismo valor, el mismo significado, el mismo poder, la misma inspiración divina que este otro término: la Palabra, o la Palabra de Dios (citamos a Rom. 3:10; 4:3; 10:11; Lucas 24:27, 45-46; Juan 5:47; 6:45; 10:35; y 2 Pe. 3:16). Este último pasaje, como el que estamos considerando ahora, mira las Escrituras especialmente desde el punto de vista de la revelación completa del “Nuevo Testamento”. El mismo Pablo llama a sus propios escritos: «Escrituras proféticas» (Rom. 16:26).

En el versículo 16, por lo tanto, el apóstol comienza estableciendo la inspiración divina de «toda la Escritura» [5], y hemos visto lo que la propia Palabra significa con este término. El apóstol no nos presenta aquí la función de la Escritura inspirada para llevar la luz divina al alma, para convencer del pecado, para hacer conocer la salvación a los pecadores perdidos; saca el “Recurso supremo” y absoluto que la Escritura ofrece al «hombre de Dios», en un momento en que la Asamblea, la Casa de Dios, está en ruinas, para que esté perfectamente equipado, para que glorifique a Dios en todo su caminar.

[5] No tomamos en cuenta el esfuerzo de los racionalistas por demostrar que este pasaje, que les condena de manera tan absoluta, no significa que toda la Escritura sea inspirada porque la palabra “es” falta en la primera parte de la frase y que debe ser traducida como «Toda la Escritura inspirada por Dios «es» útil». No hay más «es» en la segunda parte de la frase que en la primera.

 

Detallemos ahora lo que se nos presenta en este pasaje. En primer lugar, no hay una sola parte de la Escritura («todo») que no sea útil. Entonces, ¿para qué sirve? 1) Para «enseñar», es decir, para establecer la doctrina en el espíritu de quien se pone en contacto con la Palabra. 2) Para «convencer», es decir, para hablar a la conciencia y llegar a ella, de modo que el creyente tenga una base firme para su relación con Dios. 3) Para «corregir»: la Escritura ejerce una disciplina educadora como nos lo muestran de manera tan llamativa los Proverbios. 4) Para «instruir en justicia». Aquí encontramos de nuevo el gran tema de los Proverbios. Se trata de hacernos conocer y seguir un camino del que se excluye el pecado, un camino a salvo de las caídas, y caracterizado por la justicia práctica en la tierra.

En el último versículo encontramos las consecuencias de la enseñanza de las Escrituras para el hombre de Dios, es decir, para el creyente llamado a representar a Dios en este mundo [6]. Estos resultados son que será «apto y equipado para toda buena obra». Antes de aplicarlas a los demás, el hombre de Dios empieza por aplicarse a sí mismo las enseñanzas de la Palabra; y esta es una verdad que es crucial para el ejercicio de su ministerio. Sin esta aplicación individual no se pueden producir efectos. La Palabra nos forma para ser el modelo y la presentación viva (1 Tim. 1:16) de sus resultados cuando estamos llamados a servir.

 

Este es el «recurso supremo» en tiempos desafortunados, y notemos bien, es con él que esta Epístola termina correctamente. El último capítulo desarrollará más a fondo las formas de maldad en aquellos que deberían haber asistido al apóstol, las exhortaciones a Timoteo para que se ponga de pie como testigo fiel, la forma en que el apóstol prevé el fin de su propio testimonio, pero ya no nos habla de Recursos desde que estableció el «recurso supremo» en los versículos 16 al 17 de este capítulo.


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