5 - Capítulo 5
La Epístola de Santiago
En los versículos finales del capítulo 4, Santiago se dirigía a los de su propio pueblo, pertenecientes a la próspera clase comercial, que profesaban recibir a Jesús como su Señor. En el comienzo del capítulo 5 sus pensamientos se dirigen a los judíos ricos, y estos, como hemos mencionado antes, se encontraban casi en su totalidad entre la mayoría incrédula. En los primeros 6 versículos dice algunas cosas severas e incluso abrasadoras sobre ellos y a ellos.
La acusación que presenta contra ellos es triple. En primer lugar, los acusa de fraude, y del más despreciable. Se aprovecharon de la gente más humilde y menos capaz de defenderse. En segundo lugar, eran completamente autoindulgentes, pensando en poco más que en sus propios lujos. En tercer lugar, persiguieron e incluso mataron a sus hermanos que habían abrazado la fe de Cristo, del que aquí se habla como «el Justo».
En consecuencia, su objetivo era el enriquecimiento propio y tuvieron éxito en ello. «¡Habéis juntado un tesoro en los últimos días!». Mientras tanto, los labradores, que no podían defenderse, gritaban en su pobreza, y los cristianos, que muy posiblemente podrían haberse defendido, siguieron los pasos de su Maestro y no les opusieron resistencia. Los ricos triunfaron a sus anchas y parecían tener todas las de ganar.
Sin embargo, las apariencias engañan. En realidad, no eran sino como bestias brutas engordadas para la matanza. «Engordasteis vuestros corazones como en día de sacrificio», dice Santiago. Si leemos el Salmo 73 descubriremos que esto no es nada nuevo. Asaf se había preocupado mucho al observar la prosperidad de los impíos, unida a los castigos y dolores del pueblo de Dios; y no encontró una solución satisfactoria al problema hasta que entró en el santuario de Dios.
A la luz del santuario todo se hizo claro para él. Vio que el curso tanto de los ricos impíos como de los santos atormentados y oprimidos solo podía estimarse correctamente cuando se vislumbraba el fin de cada uno. Unos momentos antes había estado a punto de caer él mismo porque se había consumido de envidia ante la prosperidad de los impíos: ahora exclama: «¡Cómo han sido asolados de repente!». El mismo Asaf era uno de los piadosos, atormentado todo el día y «castigado todas las mañanas». Sin embargo, en el santuario eleva sus ojos a Dios con gozo y confiesa: «Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria». El fin del uno fue, llevado a la desolación. El fin del otro, recibido en la gloria. El contraste es completo.
Y ese contraste es muy manifiesto en nuestro capítulo. La riqueza amasada de los ricos estaba corrompida y enlodada. Una miseria absoluta se cernía sobre ellos. En cuanto a los santos probados, no tenían más que esperar con paciencia la venida del Señor; entonces se recogería su alegre cosecha de bendiciones, como ponen de manifiesto los versículos 7 y 8.
Estas inspiradas amenazas de juicio encontraron un cumplimiento casi inmediato en la destrucción de Jerusalén bajo Tito. La historia nos informa de que la mayoría de los cristianos tomaron la advertencia y abandonaron la ciudad antes de que fuera invadida por los ejércitos romanos, mientras que la masa incrédula quedó atrapada y les sobrevinieron tales miserias que todos sus llantos y aullidos no pudieron evitar. Sin embargo, aunque fue un cumplimiento, no fue el cumplimiento de estas palabras. «Habéis juntado un tesoro», dice, «en los últimos días». Esto significa, no solo los últimos años de aquel triste capítulo de la historia de Jerusalén, sino los días que preceden a la venida del Señor.
Observarán cómo Santiago corrobora a sus compañeros apóstoles, Pablo, Pedro y Juan. Los 4 presentan la venida del Señor como inminente, como la esperanza inmediata del creyente. Nos dicen cosas como: «La noche está muy avanzada, y el día se acerca» (Rom. 13:12). «El fin de todo se ha acercado» (1 Pe. 4:7). «Hijitos, ya es el último tiempo» (1 Juan 2:18). «La venida del Señor se acerca» (Sant. 5:8). Y, sin embargo, casi 19 siglos han pasado desde que estas palabras fueron escritas. ¿Se equivocaron? En absoluto. Sin embargo, no es fácil obtener su punto de vista exacto, y así entender sus palabras.
Una ilustración puede ayudar. Se representa una obra de teatro y se levanta el telón para el último acto. Es la primera representación pública, y alguien que ya la ha presenciado en privado susurra a un amigo: “¡Ahora llega el final! Es el último acto”. Sin embargo, no parece ocurrir nada. Pasan los minutos y los actores parecen absolutamente inmóviles. Sin embargo, algo ocurre. Se están produciendo movimientos muy lentos y sigilosos… Algo se arrastra lentamente por el escenario. Se necesitan unas buenas gafas de ópera y un par de ojos muy observadores detrás de ellas para darse cuenta. El público se impacienta abiertamente, y el hombre que dijo: “Ahora el final”, parece un tonto. Sin embargo, tenía toda la razón.
En los días de los apóstoles, la tierra estaba preparada para el último acto del gran drama de los tratos de Dios. Sin embargo, porque Dios está lleno de longanimidad, «no queriendo que ninguno perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento» (2 Pe. 3:9), ha retardado la obra de la iniquidad. Es un tiempo muy largo llegando a su fin –como contamos el tiempo. Era perfectamente cierto cuando los apóstoles escribieron que el próximo movimiento decisivo en el drama iba a ser la intervención pública de Dios, en la venida del Señor; aunque para su venida todavía estamos esperando hoy. No esperaremos en vano.
Su venida es nuestra esperanza, y estas palabras de exhortación deberían llegarnos hoy con una fuerza 10 veces mayor. ¿Estamos probados, nuestros corazones oprimidos con la carga de injusticias? «Tened paciencia con todos» (vean 1 Tes. 5:14), es la palabra para nosotros. ¿Nos sentimos inquietos, con todo a nuestro alrededor y dentro de nosotros aparentemente inseguro y tembloroso? Nos llega el mensaje: «Afirmad vuestros corazones». ¿Parece como si estuviéramos sembrando eternamente sin efecto? ¿Aramos y esperamos, hasta que nos sentimos tentados a pensar que solo estamos arando arena? «Tened paciencia», es la palabra para nosotros, «hasta la venida del Señor». Entonces disfrutaremos de nuestro gran “Hogar de la Cosecha”.
Debemos recordar, sin embargo, que la venida del Señor no solo significará el juicio de los impíos y la elevación de los santos, sino que implicará la rectificación de todo lo que ha estado mal en las relaciones de los creyentes entre sí. El versículo 9 se refiere a esto. ¿Qué hay más común que los rencores o las quejas de los creyentes unos contra otros, y qué más desastroso en sus efectos sobre la salud espiritual de todo el Cuerpo de los santos? ¿Estamos infiriendo que no hay causas de queja, nada que pueda llevar a abrigar rencor? Probablemente hay más causas de las que tenemos noción, pero que no se conviertan en rencores. Aquel que se sentará a juzgar, y evaluará todo –incluso entre creyentes– con perfecta justicia, está de pie con la mano en el picaporte de la puerta listo para entrar en el tribunal; y aquel que esté más listo para abrigar y alimentar un rencor probablemente será él mismo el primero en ser condenado.
En todo esto debemos sentirnos alentados por el ejemplo de los profetas que nos han precedido, y en particular por el caso de Job. Los vemos sufrir aflicciones, resistir pacientemente y, en muchos casos, morir como resultado de su testimonio. El caso de Job fue especial. A Satanás no se le permitió quitarle la vida y sustraerlo así a nuestra observación. Debía vivir para que pudiéramos ver «el fin del Señor» en su caso. Y ¡qué final tan maravilloso! Podemos ver la piedad y la tierna misericordia de Dios brillando a través de todos sus desastres cuando los vemos a la luz del final de su historia.
El caso de Job fue solo una muestra. Lo que Dios hizo por él, lo está haciendo por todos nosotros, pues no tiene favoritos. No podemos ver el final de nuestros propios casos, pero a la luz del caso de Job, Dios nos invita a confiar en él, y si lo hacemos, no le guardaremos rencor a nuestros semejantes, como Job no se lo guardó a sus 3 amigos cuando Dios llegó a su fin con él. Vaya, entonces se encontró a Job orando fervientemente por sus amigos, en lugar de refunfuñar contra ellos. Confiemos en Dios y aceptemos sus tratos, seguros de que su fin según su tierna misericordia se alcanzará para nosotros en la venida de Jesús, y lo veremos entonces.
Qué importante es entonces que la venida del Señor sea realmente nuestra esperanza. Si la fe es vigorosa, se mantendrá brillando ante nuestros corazones, y entonces soportaremos con paciencia, nos elevaremos por encima de rencores y quejas, y nos caracterizaremos también por esa moderación de lenguaje a la que nos exhorta el versículo 12. El que vive en una atmósfera de verdad no tiene necesidad de fortificar sus palabras con fuertes juramentos. Su uso habitual produce pronto el efecto contrario al deseado. Incluso los hombres del mundo dudan pronto de la veracidad del hombre que no puede contentarse con un simple sí o un no. Las últimas palabras del versículo, «para que no caigáis bajo juicio» parecen inferir esto.
Mientras esperamos la venida del Señor nuestras vidas se componen de muchas y variadas experiencias. Atravesando un mundo hostil hay frecuentes aflicciones. También hay tiempos de peculiar felicidad. También vienen temporadas de enfermedad, y a veces nos sobrevienen como resultado directo de cometer pecado. Desde el versículo 13 hasta el final se tratan estos asuntos.
El recurso del santo afligido es la oración. No siempre nos damos cuenta de ello. Muy a menudo nos limitamos a acudir a amigos bondadosos, que escucharán el relato de nuestros problemas, o a amigos ricos e influyentes, que tal vez puedan ayudarnos en nuestros problemas, y la oración pasa a un segundo plano, cuando debería ser nuestro primer pensamiento. Es la aflicción la que añade intensidad a nuestras oraciones. Ustedes asisten a una reunión que podría describirse como “nuestra reunión de oración habitual”, y es, confiamos, una ocasión provechosa. Pero, aun así, qué diferente es cuando un grupo se reúne para orar sobre un asunto que carga sus corazones hasta el punto de una aflicción positiva. En reuniones de ese tipo los cielos parecen inclinarse para tocar la tierra.
Pero aquí, por otro lado, hay creyentes que están realmente alegres, sus corazones están llenos de gozo. Es una alegría espiritual, al menos para empezar. Sin embargo, el peligro es que pronto degenere en mera juerga carnal. Si el gozo espiritual ha de mantenerse, debe tener una salida de tipo espiritual. Esa salida espiritual es el canto de salmos, entendiendo por tal cualquier composición poética o métrica de tipo espiritual que se pueda cantar. El corazón feliz canta, y el cristiano feliz no debe ser una excepción en esto.
Basta pensar en el abanico de himnos que hay dentro de nuestro himnario. Los grandes cantantes de la Tierra tienen sus carteras de canciones conocidas, su repertorio lo llaman. Leemos que las canciones de Salomón eran 1.005, pero ¿cuántas son las nuestras? En sus días, las alturas y las profundidades del amor divino no se daban a conocer como en los nuestros. Nosotros tenemos la anchura y la longitud y la profundidad y la altura de la revelación divina y el conocimiento del amor de Cristo, que sobrepasa todo conocimiento, como materia para el cántico cristiano. Hay momentos, gracias a Dios, en que realmente estallamos con:
Canta, sin cesar de cantar,
La gracia presente del Salvador.
Pero tengamos cuidado de que nuestro canto sea de tal naturaleza que nos eleve y no nos defraude.
En cuanto a la enfermedad, las instrucciones del redactor son igualmente claras. Es vista como la mano castigadora de Dios sobre el santo, muy posiblemente en forma de retribución directa por sus pecados. En esto la Iglesia estaría interesada, y los ancianos de la iglesia deberían ser llamados. Ellos, a su discreción, oran sobre él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor y es sanado, siendo sus pecados perdonados gubernamentalmente. De una Escritura como la de 1 Juan 5:16 se desprende que los ancianos debían ejercer su discernimiento espiritual para determinar si era o no la voluntad de Dios que se concediera la curación. Si discernían que era Su voluntad, entonces podían orar la oración llenos de fe y confianza, que sería respondida sin falta en su recuperación.
¿Es todo esto válido para hoy? Creemos que sí. ¿Por qué entonces se practica tan poco? Al menos por 2 razones. Primero, no es fácil encontrar a los ancianos de la iglesia, aunque los ancianos de ciertos cuerpos religiosos pueden ser encontrados con bastante facilidad. La Iglesia de Dios ha sido arruinada en cuanto a su manifestación externa y unidad, y tenemos que pagar la pena por ello. En segundo lugar, suponiendo que se encuentren los ancianos de la Iglesia y que acudan en respuesta a la llamada, el discernimiento y la fe por su parte, que son necesarios si han de ofrecer una oración de fe como la que se contempla, se encuentran muy raramente.
La fe, obsérvese, debe estar de parte de los que oran, es decir, de los ancianos. No se dice nada acerca de la fe del enfermo, aunque podemos inferir que tiene cierta fe en el asunto, suficiente al menos para mandar llamar a los ancianos de acuerdo con esta Escritura. También podemos deducir de las palabras que siguen inmediatamente en el versículo 16 que confesaría sus pecados, si es que los ha cometido. Señalamos esto porque este pasaje ha sido utilizado en nombre de prácticas no justificadas por esta o cualquier otra Escritura.
Sin embargo, la confesión de la que habla el versículo 16 no es exactamente una confesión a los ancianos. Es más bien «unos a otros». Este versículo no tiene nada de oficial como los versículos 14 y 15. No hay razón para que ninguno de nosotros no practique la oración de sanación según esta clase.
El caso supuesto es el de 2 creyentes, y uno ha ofendido al otro, aunque aparentemente ninguno de los 2 está totalmente libre de culpa, y en consecuencia ambos están sufriendo en su salud. El ofensor principal viene con una confesión sincera del mal que cometió. El otro se siente así movido a confesar cualquier cosa que pueda haber sido errónea por su parte, y entonces, fundidos ante Dios, comienzan a orar el uno por el otro. Si realmente han renunciado a sus malas acciones y van por el camino de la justicia, pueden esperar ser escuchados por Dios y sanados.
En relación con esto se nos presenta a Elías. El versículo 17 es especialmente interesante, ya que el Antiguo Testamento no menciona el hecho de que orara para que no lloviera, aunque en 1 Reyes 18 nos dan detalles muy completos de cómo oró para que lloviera al final de los 3 años y medio. Se nos presenta muy abruptamente en el versículo inicial de 1 Reyes 17 diciendo a Acab que no llovería, por lo que este versículo de Santiago nos da una idea de las escenas anteriores a su aparición pública, escenas de tratos privados y personales con Dios. Aunque de pasiones semejantes a las nuestras, era justo y ardía en el ardor de una pasión por la gloria de Dios. Por eso fue escuchado, y supo que era escuchado con una seguridad que le permitió decir con confianza a Acab lo que Dios iba a hacer. ¡Ojalá nos pareciéramos a él, aunque solo fuera en un pequeño grado!
En todo esto podemos aprender cuáles son las condiciones de la oración eficaz. Confesión de los pecados, no solo ante Dios sino también entre nosotros; rectitud práctica en todos nuestros caminos; fervor de espíritu y petición. La oración ferviente no es la que se pronuncia en tonos estentóreos, sino la que brota de un corazón cálido y ardiente.
Los versículos finales vuelven a la idea de que oremos unos por otros para sanarnos y restaurarnos. El versículo 19 alude a la conversión o recobro de un hermano descarriado, y de ahí pasamos casi insensiblemente a la conversión de un pecador en el versículo 20. El que es usado por Dios en esta bendita obra es un instrumento para salvar almas de la muerte y cubrir muchos pecados. ¿Nos damos cuenta del honor que esto representa? Algunas personas están siempre en la táctica de descubrir el pecado, ya sea de sus compañeros creyentes o del mundo. Dios ama que se cubran los pecados con justicia. Busquémoslo de todo corazón.