Inédito Nuevo

Resistid al diablo (Santiago 4:6-7 y 1 Pedro 5:8-9)

Algunas citas de algunos hermanos


person Autor: Sin mención del autor

flag Tema: La separación personal del mal


1 - Santiago 4:7

Autor: Hamilton Smith

Santiago nos dice: «Resistid al diablo, y huirá de vosotros». Someternos a Dios y estar contentos con lo que tenemos nos permitirá resistir a Satanás, que nos tienta y nos provoca con las cosas de este mundo. Como en las tentaciones de nuestro Señor, el diablo tratará de seducirnos para satisfacer las necesidades de la vida cotidiana, nuestras aspiraciones religiosas o cualquier cosa que nuestros ojos puedan desear. Pero si las tentaciones que presenta chocan con la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, sus artificios serán descubiertos y no podrá mantenerse contra la gracia del Espíritu que mora en nosotros. El Señor venció a Satanás y, en Su gracia, nos dio el medio para resistir al diablo, que entonces debe huir.

2 - Santiago 4:6-7

Autor: Frank Binford Hole

El capítulo 4 comenzó con las concupiscencias de la carne; de ahí pasó a las advertencias contra el pacto con el mundo. Ahora, en el versículo 7, se menciona al diablo, y se nos dice que huirá si le resistimos. Pero cuánto debemos estar agradecidos de que el versículo 6 que precede a esta mención del diablo contenga la seguridad de que «Él da una gracia más grande». El cuerpo, el mundo, el diablo pueden ejercer un gran poder contra nosotros. Pero Dios nos da una gracia que es aún más grande. Y si el poder que está en contra de nosotros se vuelve más grande y abunda, entonces la gracia sobreabunda en nosotros. Lo importante es estar en ese estado en el que somos realmente receptivos a la gracia de Dios.

¿Cuál es ese estado? Es la condición de humildad que conduce a la sumisión a Dios y, por lo tanto, a la cercanía con él. Esto se desprende claramente de estos versículos. Dios da gracia a los humildes, mientras que resiste a los orgullosos. El sabio rey de antaño había observado que: «Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu» (Prov. 16:18), aunque no nos dio la razón. Aquí encontramos la explicación. El orgulloso no recibe gracia de parte de Dios, sino más bien resistencia. Por lo tanto, no es de extrañar que caiga. Y no hay ruina más deslumbrante que la de los creyentes orgullosos, porque Dios actúa rápidamente en el gobierno con sus hijos. Dios a menudo deja al mundano sin tocarlo, hasta la ruina final, cuando llega a la eternidad.

Si estamos marcados por la humildad, no tendremos dificultad en someternos a Dios, y sometiéndonos a Dios seremos capaces de resistir al diablo. Con demasiada frecuencia, las cosas funcionan al revés en nosotros. Empezamos sometiéndonos al diablo, lo que nos lleva a desarrollar el orgullo (que es lo que lo caracteriza) y, por lo tanto, a resistirnos a Dios; y el resultado de esta resistencia a Dios es una caída inevitable, con la humillación que conlleva. Si fuéramos humildes, escaparíamos de la humillación.

3 - Santiago 4:7

Autor: John Nelson Darby

(Breve exposición sobre la Epístola de Santiago)

El diablo es un enemigo; se esfuerza por engañarnos; tiende trampas, busca actuar sobre nosotros por medio de nuestras concupiscencias. También puede provocar persecuciones para detenernos en el camino de la fe, pero en la vida cotidiana nos seduce con las cosas que son propias de la carne.

Si somos perseguidos, es nuestra gloria. «A vosotros», dice el apóstol, «fue dada la gracia, respecto a Cristo, no solo de creer en él, sino también de sufrir por él» (Fil. 1:29). Pero la amenaza que proviene de las artimañas de Satanás es constante; nos rodean continuamente; lo importante es que, viviendo según el nuevo hombre y en comunión con Dios, seamos capaces de discernir la astucia de Satanás, que nunca tiene como resultado el obedecer a la voluntad de Dios. Es muy posible que el mal no sea aparente. Cuando Satanás quiso sugerir al Señor que hiciera pan con piedras y se lo comiera, no había ningún mal aparente en ello. Comer cuando se tiene hambre no parece algo malo, pero no habría sido obediencia. Satanás no pudo hacer nada. Comer simplemente porque tenemos hambre es una acción animal, que no se relaciona con Dios. Debemos hacer todas las cosas, incluso comer y beber, en el nombre de Cristo, dando gracias a Dios. Todo se santifica para nosotros, si nos damos cuenta de la presencia de Dios.

Satanás no puede esconderse, si en obediencia le resistimos; huye, sabiendo muy bien que se ha encontrado con Aquel que lo venció: Cristo en nosotros. La Palabra de Dios es suficiente para hacernos caminar por un sendero donde Satanás no tiene poder, donde se ve obligado a dejarnos, en el que también descubrimos sus artimañas y discernimos que es el enemigo. El Salvador caminaba así: citaba la Palabra de Dios y el diablo era silenciado, y buscaba seducirlo por otros medios. No se mostraba abiertamente al principio, pero la perfecta obediencia de Jesús hacía impotentes sus trampas. Y cuando Satanás se muestra tal como es, ofreciéndole la gloria del mundo, Jesús le ordena que se vaya, y él se va. El camino del Señor es el nuestro, su fuerza es la nuestra, y si caminamos con él en obediencia, su sabiduría será la nuestra; él ya ha vencido al tentador; la dificultad está en caminar en comunión con él de tal manera que podamos discernir la astucia del enemigo; necesitamos la armadura completa de Dios.

En resumen, si la presencia de Dios se realiza en el corazón, si el Espíritu de Dios lo gobierna, y el sentimiento de dependencia está activo en el alma, sentiremos que lo que el enemigo nos presenta no es de Dios, y el nuevo hombre no lo deseará. Una vez descubierto, el nuevo hombre resiste a Satanás, y él no tiene ninguna fuerza. Jesús lo venció por nosotros. Aquí aprendemos que, si le resistimos, huirá: ve que se ha encontrado con el Espíritu de Cristo en nosotros y huye. Lo malo es que no siempre le resistimos; cedemos a sus seducciones, porque el deseo de Dios no lo es todo para nosotros; en muchas cosas nos complacemos a nosotros mismos. Si conocemos la gracia, la obediencia y la dependencia nos protegen contra las trampas del diablo. No tiene ningún poder contra la resistencia que le opone la fe; se manifiesta como Satanás, el adversario, tal como lo fue cuando Jesús mismo sufrió la tentación por nosotros y Satanás huyó ante su resistencia. Sabe que es el mismo Jesús al que encuentra en nosotros.

Este no es el lugar para hablar de la armadura de Dios, sin embargo, algunas palabras sobre este tema pueden ser útiles.

En lo que leemos en la Epístola a los Efesios, todo, excepto la espada, se refiere al estado del alma. El efecto de la verdad es mantener el alma en buen orden, con afectos bien regulados, y el conocimiento tiene el poder que le corresponde según la voluntad de Dios; luego, la coraza de la justicia práctica mantiene un buen conocimiento; en el camino, los pies deben estar calzados con la preparación del Evangelio de paz, es decir, la conducta debe llevar la impronta de esa paz de la que disfrutamos en Cristo. Luego viene la confianza en Dios, que estas cosas producen, y que impide que las sugerencias del maligno nos alcancen. «Si Dios está por nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros?» (Rom. 8:31). No seremos heridos por las flechas en llamas del enemigo; las dudas y los malos pensamientos hacia Dios no encontrarán entrada en el corazón. Entonces, la certeza de la salvación nos capacita para levantar la cabeza en la lucha contra el enemigo. Entonces podemos tomar la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, y usarla en la batalla; protegidos por la armadura de Dios contra los ataques del enemigo, podemos ser activos usando la Palabra para el servicio del Señor, aunque siempre dependientes de su ayuda. Esta dependencia se expresa a través de oraciones y súplicas. Resistamos, pues, al diablo, y él huirá de nosotros.

4 - Santiago 4:7

Autor: John Nelson Darby

(Estudios sobre la Palabra, sobre Mateo 4)

Ahora bien, si el diablo empuja la tentación, el pecado, hasta el final, y se muestra como el adversario (Satanás), el fiel tiene derecho a expulsarlo. Si viene como tentador, el fiel debe responderle con fidelidad a la Palabra, guía perfecta del hombre, según la voluntad de Dios. No es necesario que lo penetre todo.

Las 2 primeras tentaciones fueron artimañas del diablo, la tercera, una abierta hostilidad contra Dios. Si viene como un adversario declarado de Dios, el fiel tiene derecho a no tener nada que ver con él. «Resistid al diablo, y huirá de vosotros» (Sant. 4:7). Sabe que se ha encontrado con Cristo, no con la carne. Que los creyentes resistan, si Satanás tratara de tentarlos con la Palabra, recordando que la esfera de Satanás está en el hombre caído.

5 - Santiago 4:7

Autor: John Nelson Darby

(Estudios sobre la Palabra, sobre Mateo 8)

Los espíritus malignos actúan sobre el hombre aterrorizándolo con su poder; no tienen poder alguno si no se les teme. Pero solo la fe es lo que quita al hombre ese miedo. No me refiero a las concupiscencias sobre las que actúan, ni a las artimañas del enemigo, sino a su poder. «Resistid al diablo, y huirá de vosotros».

6 - 1 Pedro 5:8-11

Autor: Henri Rossier

(Notas sobre la Primera Epístola de Pedro)

«Sed sobrios y velad: vuestro adversario el diablo ronda como león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se cumplen en vuestros hermanos que están en el mundo. Y el Dios de toda gracia, que os llamó a su gloria eterna en Cristo, después que hayáis sufrido un poco de tiempo, él mismo os perfeccionará, os afirmará, os fortalecerá y os pondrá sobre un fundamento [inconmovible]. A él [sea la gloria y] el dominio por los siglos de los siglos. Amén» (v. 8-11).

«Sed sobrios, velad». ¡Cuántas cosas hay en estas 2 palabras! ¿No las encontramos continuamente en las Epístolas, y especialmente en esta? Sobrios: no dejarnos embriagar por los atractivos del mundo que nos rodea. Si disfrutamos de lo que el mundo nos ofrece, nos faltará la justa apreciación de las cosas de Dios, de la Palabra, de la persona de Cristo. Nuestros corazones están abiertos a todas las tentaciones; hemos prestado oído a las insinuaciones de la serpiente, siempre dispuesta a seducirnos. Pero nuestro adversario tiene otras armas a su disposición. Él busca devorar. Nuestro amado Salvador tuvo que lidiar al principio de su carrera con la serpiente, al final, con el león rugiente que no pudo seducirlo ni asustarlo.

Lo que tenemos que hacer es: ¡Resistidle! El vencedor de Satanás está con nosotros; ha luchado por nosotros; pero nuestro combate se basa en su victoria. Nuestra fe nos asegura que esta victoria ya se ha obtenido y, por lo tanto, somos más que vencedores en Aquel que nos amó. «Sabiendo que los mismos padecimientos se cumplen en vuestros hermanos que están en el mundo». Aquí vemos que la lucha con el Adversario pertenece a ese grupo tan numeroso de sufrimientos que esperan al cristiano en su peregrinación. Estos sufrimientos «se cumplen en vuestros hermanos que están en el mundo». Pedro se imagina a estos cristianos judíos a punto de llegar al final de la carrera, mientras que sus hermanos aún no han llegado, sino que están atravesando la lucha y todo lo que conlleva, mientras que ellos están a punto de entrar en el descanso. Los ha seguido, por así decirlo, paso a paso hasta el descanso definitivo. Se ve que considera que estos cristianos solo tienen que sufrir un poco más de tiempo. El Dios de la gracia los ha llamado a su gloria eterna en Cristo Jesús, pero hasta entonces Pedro no supone que resistir a Satanás pueda ser otra cosa que un sufrimiento. Solo que, hasta que alcancen esa gloria, el Señor hará muchas cosas por ellos:

  1. Los hará Él mismo perfectos. Solo él puede hacer esta obra; Dios los hará semejantes a Cristo en todos los aspectos. Según Pablo, somos complementados en él; según Pedro, alcanzaremos la perfección al final del viaje; está ante nosotros como una meta a alcanzar.
  2. Los afirmará, podrán mantenerse firmes.
  3. Los fortalecerá. Entonces, ya no se tratará de caminar de fuerza en fuerza. La fuerza será completa.
  4. Los establecerá sobre un fundamento inconmovible. Finalmente habrán alcanzado a Aquel en quien no puede haber inseguridad, cambio, ni sacudida alguna, la Roca de los siglos, sobre la cual estos pobres peregrinos estarán establecidos para la eternidad.

Ante tal cuadro de gloria futura, donde finalmente alcanzaremos la meta perfecta en la persona de Cristo, la doxología (alabanza) brota de nuevo en abundancia para florecer en la eternidad. «A él [sea la gloria y] el dominio por los siglos de los siglos. Amén» (comp. 4:11).

7 - 1 Pedro 5:8-11

Autor: Hamilton Smith

(El gobierno de Dios, Primera Epístola de Pedro)

V. 8-9. El apóstol aborda una última forma de sufrimiento: los que se deben a la oposición del diablo. Él es el adversario y calumniador del pueblo de Dios, pero, «para esto fue manifestado el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo» (1 Juan 3:8). Aunque el poder del diablo fue anulado en la cruz, él mismo aún no ha sido arrojado al lago de fuego. Como un león que se agita y ruge, continúa «de rodear la tierra y de andar por ella» (Job 1:7; 2:2). Como siempre, su objetivo es destruir. En cuanto a los hijos de Dios, sus esfuerzos tienden a destruir la fe de ellos en Dios. Pedro puede hablar por experiencia, porque hubo un momento en que Satanás deseaba tenerlo. De hecho, se le concedió zarandear a Pedro como al trigo, pero no pudo alcanzar su fe, porque el Señor había dicho: «He rogado por ti, para que tu fe no desfallezca» (Lucas 22:32). Ahora Pedro puede decir a otros que el secreto para resistir a Satanás reside en estar «firmes en la fe».

Esta oposición del diablo no es excepcional ni se limita a los creyentes entre los judíos. De una forma u otra, todos los hijos de Dios están expuestos a este tipo de sufrimiento mientras estén «en el mundo».

V. 10-11. Cual sea la oposición del diablo, tenemos al «Dios de toda gracia» para apoyarnos, y la «gloria eterna» está delante de nosotros. El diablo puede oponerse, pero la gracia nos ha llamado a la gloria por medio de Jesucristo, y ningún poder de Satanás puede contrarrestar el llamado de Dios. La gracia conducirá infaliblemente a la gloria, aunque, mientras tanto, es posible que tengamos que sufrir «un poco de tiempo».

Mediante su oposición, el diablo puede tratar de destruir la fe de los santos. Pero, como en el caso de Pedro, Dios se sirve de los ataques de Satanás para completar a los suyos, afirmarlos, fortalecerlos y establecerlos. Así, sus esfuerzos no solo se frustran, sino que se emplean para la bendición del creyente y para la gloria de Dios. «A él [sea la gloria y] el dominio por los siglos de los siglos. Amén».

A lo largo de su Epístola, el apóstol presenta la gloria como la respuesta al sufrimiento, sea cual sea la forma que este adopte. En el capítulo 1, el sufrimiento resultante de las pruebas permitidas por Dios tendrá una respuesta en la gloria (1:7); en el capítulo 2, el sufrimiento por conciencia hacia Dios está relacionado con la gloria (2:19-20); en el capítulo 4, los sufrimientos por el nombre de Cristo tendrán su recompensa en el día de la gloria (4:13-14); y en el último capítulo, los sufrimientos causados por la oposición del diablo no hacen más que fortalecer al hijo de Dios con miras a la gloria eterna.

8 - 1 Pedro 5:8-9

Autor: Frank Binford Hole

(Primera Epístola de Pedro)

Aunque, como creyentes, tenemos el privilegio de tomar todas nuestras pruebas, incluyendo nuestras persecuciones, como relacionadas con «la mano poderosa de Dios» (1 Pe. 5:6), no debemos ignorar el hecho de que el diablo puede tener algo que ver con ellas. El caso de Job en el Antiguo Testamento lo ilustra, y el hecho se reconoce aquí. En la persecución de los santos, el diablo ronda a su alrededor como un león rugiente, tratando de hacer que nuestra fe desfallezca. Si la fe es solo una simple iluminación mental, una convicción intelectual y no una confianza del corazón, desfallece y el león rugiente nos devora. Por lo tanto, debemos ser sobrios y estar atentos. Debemos reconocer que el diablo es nuestro adversario y que debemos resistirlo con la energía de una fe viva que se aferra a la fe que nos ha sido revelada en Cristo, recordando también que, si experimentamos el sufrimiento, solo compartimos la suerte común de nuestros hermanos en el mundo.

9 - 1 Pedro 5:8-11 y Satanás a través de las Epístolas

Autor: William Kelly

(traducido de «Las Epístolas de Pedro», en inglés)

«Sed sobrios y velad: vuestro adversario el diablo ronda como león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se cumplen en vuestros hermanos que están en el mundo. Y el Dios de toda gracia, que os llamó a su gloria eterna en Cristo, después que hayáis sufrido un poco de tiempo, él mismo os perfeccionará, os afirmará, os fortalecerá y os pondrá sobre un fundamento [inconmovible]» (1 Pe. 5:8-10).

Es interesante observar cómo el enemigo se presenta claramente como la fuerza del mal a la que nos enfrentamos, pero nuestro Dios y Señor Jesús se presenta como Aquel que cuida de nosotros. Aquí el apóstol nos ve expuestos al mismo tiempo al especial estrés de la vida en el desierto, mientras que en el Epístola a los Hebreos se nos ve en relación con el santuario. Por lo tanto, es justo que aquí el apóstol denuncie a nuestro adversario, el diablo, como un león rugiente que ronda a nuestro alrededor, buscando a quién devorar.

Los santos de Roma fueron exhortados a ser prudentes en cuanto al bien y sencillos en cuanto al mal, y la palabra que se les dirigió fue que el Dios de paz pronto quebrantaría a Satanás bajo sus pies, y que mientras tanto la gracia de Cristo estaría con ellos (Rom. 16:20). ¡Qué bendición si hubieran continuado así, en lugar de seguir con la sabiduría y la ambición humanas, dando paso al sistema más repugnante de impureza, engaño, orgullo y sangre derramada!

Los corintios, que no se habían librado por completo de la sabiduría filosófica y de las persuasivas palabras de los discursos hermosos, fueron advertidos del peligro de que, como la serpiente sedujo a Eva con su astucia, sus pensamientos se corrompieran y se desviaran de la sencillez en cuanto a Cristo (2 Cor. 11:3). Los falsos apóstoles pueden hacerse pasar por ministros de justicia, como Satanás mismo se disfraza en ángel de luz.

Los santos de Éfeso habían sido llevados al nivel más alto, y es característico que se les recuerde el triunfo sobre el jefe de la autoridad del aire, sobre el espíritu que ahora obra en los hijos de desobediencia, gente llevada cautiva (Efe. 2:2; 4:8), pero que este jefe tiene artimañas y pretensiones hegemónicas contra las cuales necesitamos la armadura de Dios. Los colosenses son advertidos de manera un poco similar, pero más brevemente.

Aquí no necesitamos detenernos en los obstáculos que el diablo opuso al apóstol, ni en su tentación de los santos de Tesalónica, según la Primera Epístola a los Tesalonicenses, ni en las terribles predicciones sobre su poder futuro al final del siglo, según la Segunda Epístola.

Notamos de paso, en 1 Timoteo 3:6-7, que se menciona la culpa y la trampa del diablo que acechan especialmente a los líderes y ponen en peligro a un supervisor; según la Segunda Epístola (2:22, 26), los adversarios que se arrepienten pueden despertar de la trampa del diablo.

En Hebreos 2:14-15, el diablo es aquel que vio su poder de muerte anulado por la muerte del Salvador, y en el Apocalipsis se muestra su completa ruina tanto en la Iglesia como en el mundo.

Se nos permite resistirle, como nos exhorta la Epístola de Santiago, incluso si ruge muy fuerte y amenaza con la destrucción. Es un enemigo derrotado, la fe lo sabe, y el nombre de Aquel a quien confesamos es suficiente para aterrorizarlo. Pero confiar en nuestra sabiduría o justicia nos expone inevitablemente a la derrota. Nuestra fuerza está en Cristo, cuya gracia es suficiente y cuyo poder se cumple en la debilidad. Por eso se nos manda resistir, manteniéndonos firmes «en la fe», o, mejor dicho, «con fe»; de hecho, dudo que, en una lucha así, la fuerza proceda de la fe vista solo objetivamente (= lo que se cree). Más bien parece que se trata de un estímulo del apóstol a una fe subjetiva (= vivida personalmente) en el Señor. El apóstol Pedro es eminentemente práctico, aunque es muy importante que estemos sanos en la fe. No es extraño que seamos asaltados de la misma manera. También el apóstol nos recuerda que los mismos sufrimientos se cumplen entre los hermanos que están en el mundo. Tienen la misma relación con Dios, lo que los expone a la persecución por la maldad de Satanás, que además está dirigida más contra Cristo que contra ellos mismos.

Si el apóstol no oculta a los peregrinos el poder y la malicia del enemigo en el desierto de este mundo, qué fervor lo caracteriza cuando pone a Dios ante nosotros con ese amor que está por encima de todas las amenazas y dificultades, haciendo que todo gire para bien de aquellos que lo aman.

«Y el Dios de toda gracia, que os llamó a su gloria eterna en Cristo, después que hayáis sufrido un poco de tiempo, él mismo os perfeccionará, os afirmará, os fortalecerá y os pondrá sobre un fundamento [inconmovible]. A él [sea la gloria y] el dominio por los siglos de los siglos. Amén» (1 Pe. 5:10-11).

Es más que una oración final, es una confianza completamente segura basada en el pleno conocimiento de Dios tal como se revela en Cristo, y en la obra cumplida de la redención manifestada en el poder de la resurrección del Señor. Pedro termina su Epístola como la empezó. Como Pablo con respecto a sus queridos hermanos de Filipos, confía precisamente en que Aquel que comenzó en ellos una buena obra la completará hasta el día de Jesucristo. Satanás puede rugir y devorar, pero, como Pablo escribe a los santos en Roma: «Si Dios está por nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros?». «El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él, libremente, todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió; más aún, el que fue resucitado; el que está a la diestra de Dios; el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por tu causa somos muertos todos los días; somos contados como ovejas de matadero. Al contrario, en todas estas cosas somos más que vencedores, por medio de aquel que nos amó. Porque estoy persuadido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni poderes, ni cosas presentes, ni cosas por venir, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús nuestro Señor» (Rom. 8:32-39).