Índice general
La sangre de Cristo
Autor:
El valor de la sangre de Cristo
Tema:1 - La eficacia de la sangre de Cristo
«La sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros… cuando hiera la tierra de Egipto» (Éxodo 12:13).
Solo Dios conoce y aprecia plenamente el valor de la sangre de Cristo. Aunque Dios nos ha dado muchos de sus pensamientos sobre este tema, no debemos olvidar que conocemos «en parte» (1 Cor. 13:12). Dos cosas están constante y estrechamente relacionadas: una vida espiritual próspera y una alta apreciación del lugar y el valor de la sangre de Cristo. Además, en cada período de pobreza espiritual, la verdadera doctrina de la sangre siempre se pierde de vista, si no se cuestiona o se niega. Por lo tanto, es verdaderamente indispensable que busquemos llenarnos de los pensamientos de Dios sobre este tema. No solo debemos entender lo que la sangre de Cristo ha logrado para el creyente, sino que también debemos comprender, al menos hasta cierto punto, nuestra deuda con Cristo; para redimirnos y llevarnos a Dios, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, incluso la muerte en la cruz (Fil. 2:7-8).
La sangre de Cristo ha sido nuestro rescate; es uno de los principales aspectos que la Escritura nos presenta sobre él. Varios pasajes de la Palabra de Dios lo expresan muy claramente. Pedro dice: «Fuisteis rescatados… no con cosas corruptibles, como plata u oro, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin defecto y sin mancha» (1 Pe. 1:18-19). De la misma manera, encontramos en la Epístola a los Efesios: «Nos colmó de favores en el Amado; en quien tenemos la redención por medio de su sangre» (1:6-7). Los redimidos también pueden cantar: «¡Digno eres de tomar el libro…porque fuiste sacrificado, y has comprado para Dios con tu sangre, de toda tribu, lengua, pueblo y nación!» (Apoc. 5:9). El Señor mismo expresa la misma verdad cuando dice: «El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mat. 20:28). Ahora la palabra rescate significa el precio pagado por una redención, por una compra; y la palabra redención significa redimir (comprar de nuevo) o sacar a alguien de una condición de cautiverio o esclavitud.
«(Aarón) tomará luego de la sangre del becerro, y la rociará con su dedo hacia el propiciatorio al lado oriental; hacia el propiciatorio esparcirá con su dedo siete veces de aquella sangre» (Levítico 16:14).
Bajo la Ley, la sangre de los sacrificios, imagen de la sangre de Cristo, era enteramente para Dios. Se ofrecía, sobre todo, para proclamar la gloria de Dios y satisfacer sus exigencias respecto al pecador. Por lo tanto, el primer aspecto del valor de la sangre de Cristo es el de la propiciación. Este es, en efecto, el significado del acto de Aarón cuando traía la sangre de la ofrenda por el pecado en el gran «día de expiación» (Lev. 23:27). Debía tomar «de la sangre del becerro» y rociarla «con su dedo hacia el propiciatorio al lado oriental». Debía hacer lo mismo con la sangre del «macho cabrío en expiación por el pecado» (Lev. 16:15). Además, debía rociar la sangre «siete veces ante el propiciatorio». ¿Por qué siete veces? Para el ojo de Dios, solo una vez era suficiente; pero para el hombre, Dios condescendía a que se diera un testimonio perfecto (representado simbólicamente por el número siete) de la eficacia de este sacrificio.
En el tabernáculo del desierto, el propiciatorio del arca (su tapa) representaba el trono de Dios –el trono de Jehová en medio de su pueblo Israel. Dice: «Tú… que estás entre querubines» (Sal. 80:1). La sangre que se ponía en el propiciatorio respondía a los requisitos del trono de Dios hacia el pecador. Así, la sangre de Cristo cumple ahora todos los requisitos de un Dios santo con respecto a los pecadores culpables. La sangre derramada glorifica a Dios en todos los aspectos de su carácter; sobre esta base, Dios puede perdonar justamente a cada pecador que se acerque a Él confiando en el valor de la sangre de Cristo. Esto es la propiciación; es la base sobre la cual Dios puede actuar en gracia hacia el mundo entero. Hace proclamar así su mensaje de gracia a través de sus embajadores. suplica a todos los pecadores –los más viles y culpables– que se reconcilien con Él (véase 2 Cor. 5:20-21).
«Él es la propiciación por nuestros pecados; y no solo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Juan 2:2).
Ante Dios, la sangre de Cristo tiene un valor infinito. Ha respondido a todos los requisitos gubernamentales de Dios hacia un mundo culpable. El tema del pecado fue resuelto, Dios ha siso públicamente justificado –sí, glorificado; estuvo ahí donde habíamos deshonrado públicamente su nombre por nuestro pecado y rebelión. No olvidemos nunca que él mismo, en su maravilloso amor, proporcionó la propiciación. «En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó (todo creyente puede decirlo) y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Juan 4:10). Si por lo tanto su santidad requería la propiciación, su amor la proporcionó. Por eso, Dios puede ser predicado en todo el mundo como el Dios de gracia, porque ahora se sienta en un trono de misericordia. Espera a cada pecador que viene a él por la fe en la sangre de Cristo; lo recibe, lo perdona y lo salva.
Una vez hecha la propiciación, Dios es libre, tanto en gracia como en justicia, de bendecir al pecador. El que se acerca a Dios por la fe en Cristo es justificado. En virtud de esta sangre, que ha cumplido todos los requisitos divinos –tanto para su santo gobierno como para su gloria–, Dios puede ahora, sin dejar de ser justo, recibir a todo pecador que se arrepiente y cree. No importa cuánto se esfuerce un hombre, nunca podrá cumplir con los requisitos de un Dios santo. Quien se pone en el terreno de las obras para salvarse, está perdido y permanece sin esperanza de salvación.
Si alguien todavía se pregunta cómo se puede poseer la justicia de Dios, la respuesta la da el apóstol Pablo en Romanos 3: «La justicia de Dios ha sido manifestada… para todos los que creen» (v. 21-22). Continúa: «Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciatorio mediante la fe en su sangre, para manifestar su justicia… en el tiempo actual, para que él sea justo, justificando al que tiene fe en Jesús» (v. 24-26).
E. Dennett
2 - La Preciosa Sangre de Cristo
«Porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona» (Levítico 17:11).
La Palabra de Dios proclama, desde el principio hasta el final, que nada más que la sangre de Cristo puede satisfacer la necesidad del pecador. Todo lo relacionado con la expiación de la que el hombre puede beneficiarse, con la reconciliación de la que puede valerse, la respuesta que puede dar a las exigencias del trono del juicio donde se mantiene los derechos de Dios –todo depende de la sangre de Cristo.
Tan pronto como el pecado entró en el mundo, el sacrificio que había sido preparado en los planes eternos fue revelado. La primera de las promesas –el talón roto de la descendencia de la mujer (Gén. 3:15)– anuncia el final del camino de Cristo en la tierra, su muerte. Esto fue lo único que se comunicó al hombre como pecador. Adán salió del lugar donde se había escondido y puso su confianza en la virtud reconciliadora del sacrificio de un animal, la imagen del Cordero de Dios (v. 21).
Cuando llegó el momento para que la redención fuese manifestada, fue la sangre de Cristo, prefigurada por el Cordero puesto aparte, y solo Él, fue revelado. Los hijos de Israel, en la tierra de la muerte y del juicio, debían ser liberados. Habían encontrado el favor a los ojos del Dios de sus padres; iban a convertirse en un pueblo refugiado en el lugar del juicio y redimido del lugar de la muerte. Es esta preciosa sangre, y solo esta sangre, que fue el medio utilizado para esta gran liberación. Debía ser colocada en los postes y en el dintel de las puertas, en el exterior de las casas de los hebreos en la tierra de Egipto; en el interior, la familia israelita debía alimentarse de la víctima cuya sangre era el medio de su redención. ¡Nada más era necesario! Debían alimentarse, de manera apropiada, con el cordero asado en el fuego (Éx. 12). Era, en el lenguaje figurado del Antiguo Testamento, como si Cristo les dijera: «Tomad, comed; esto es mi cuerpo» (Mat. 26:26).
según J.G. Bellett
3 - El creyente a salvo de la sangre
«Tomad un manojo de hisopo, y mojadlo en la sangre que estará en un lebrillo, y untad el dintel y los dos postes… Porque Jehová pasará hiriendo a los egipcios; y cuando vea la sangre en el dintel y en los dos postes, pasará Jehová aquella puerta, y no dejará entrar al heridor en vuestras casas para herir» (Éxodo 12:22-23).
El capítulo 12 del Éxodo habla de un cordero cuya sangre derramada era rociada en las puertas de las casas de los hijos de Israel. Esta sangre los protegió cuando el juicio de Dios se ejerció a través de la tierra de Egipto. El Señor Jesús es la realidad misma de lo que hablaba este cordero. Qué bendito y maravilloso impulso se comunica al alma cuando cree que el Cordero, cuya sangre tuvo que ser derramada para expiar el pecado, es el Hijo unigénito de Dios, ofrecido, dado, enviado al mundo por Dios para este mismo propósito.
Un punto muy importante y valioso aparece en Éxodo 12: todo se hace en obediencia a Dios. Él provee todo, por así decirlo, y luego nos da toda seguridad a través de su Palabra. La seguridad de un israelita, esa noche, consistía en estar en una casa cuyo dintel estaba marcado con la sangre del cordero prescrita y al que previamente se le había dado muerte; la conciencia de estar en seguridad se basaba en el testimonio de Dios que había creído: «Veré la sangre y pasaré de vosotros» (v. 13).
Para este israelita que estaba protegido por la sangre del cordero, no era una cuestión de quién era, o qué sentía; lo que Dios consideraba era el dintel rociado con la sangre del cordero. Dondequiera que viera la sangre, Dios estaba satisfecho y los hijos de Israel estaban en seguridad. Ahora es lo mismo: la seguridad para nosotros consiste en aceptar a Cristo, que descendió a la muerte para quitar el pecado. Solo la protección de la sangre de Cristo podía responder a nuestra terrible condición. Soportó el juicio en su propio cuerpo en la cruz. Dio su vida. Todas las justas exigencias de Dios fueron satisfechas con la muerte de Cristo; todo lo que era contrario a Dios fue dejado de lado para siempre. ¡Qué seguridad para el alma en tal respuesta!
W.T. Turpin
4 - El valor de la sangre de Cristo
«La sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto» (Éxodo 12:13).
Este versículo presenta, en figura, la gloriosa verdad del valor de la sangre de Cristo. Es tan precioso y de tan infinito valor a los ojos de Dios, que no juzgará a nadie que se haya refugiado de esta sangre; pero no perdonará al pecador que la rechace. Dios no puede negar a un santo (el que creyó en la obra de redención realizada por Jesucristo en la cruz) el acceso al cielo; pero no puede permitir que un solo pecador que ha rechazado su gracia escape del lago de fuego. Sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados (Hebr. 9:22). Muchos, en la cristiandad, se niegan a aceptar la necesidad y la suficiencia de la sangre de Cristo para obtener la salvación. Serán responsables de ello, como dice el apóstol Pedro: «Entre vosotros habrá falsos maestros, los cuales introducirán furtivamente herejías destructoras, negando al Señor que los compró, atrayendo para sí mismos rápida destrucción» (2 Pe. 2:1).
Es la sangre de Cristo la que nos lava de nuestros pecados y nos libera de su esclavitud, es decir, del poder que tenían sobre nosotros. Es la sangre la que nos santifica y quita nuestros pecados. Es la sangre la que libera nuestra conciencia de nuestro sentimiento de culpabilidad ante Dios, y que nos da la seguridad para entrar en la presencia misma de Dios: «Teniendo, pues, hermanos, plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús…, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe» (Hebr. 10:19, 22). La sangre de Cristo que fue derramada en la cruz es plenamente eficaz: Dios nos ha dado la prueba haciendo sentar a su Hijo a su derecha, en el lugar de honor. «Cristo habiendo venido… ni mediante la sangre de machos cabríos y de terneros, sino por su propia sangre, ha entrado una sola vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo hallado eterna redención» (Hebr. 9:11-12).
Los hijos de Israel actuando por fe habían puesto sangre en los postes y en los dinteles de las puertas de sus casas, y estaban perfectamente asegurados durante el paso del ángel destructor. Los egipcios que se habían negado a poner sangre gritaron en su angustia porque, esa noche, cada primogénito, en todas sus casas, murieron bajo el juicio de Dios.
según R.A. Barnett.
5 - La seguridad a través de la sangre del cordero
«La sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros… cuando hiera la tierra de Egipto» (Éxodo 12:13).
No había forma de escapar del juicio, excepto por la sangre. La misericordia había abandonado el país, expulsada por el destructor. Donde no había sangre, la espada devoraba. Cada casa que no tenía la marca visible que mostraba que ya había pasado bajo la sentencia del juicio, y que no se había apropiado de la sangre para ponerla en su propia puerta, permanecía bajo la ira de Dios. Honor, títulos diversos, dignidad personal, nada protegía; la espada los atravesaba a todos, y golpeaba a muerte al primogénito de la familia.
«La sangre os será por señal». No hay otra garantía. No busque una marca en sí mismo; véala en la sangre de Cristo. No mire sus propios sentimientos, sino a sus sufrimientos; no a su propia alegría, sino a sus dolores. «Ninguno de vosotros salga de las puertas de su casa hasta la mañana», dijo Dios (v. 22). Y se quedaron dentro y esperaron a que amaneciera. No habría sido fe, sino desobediencia, pasar la noche preguntándose y buscando si la marca de la sangre estaba bien en las puertas de sus casas.
Los que estaban reunidos con temor y temblor alrededor de su cordero pascual, las puertas de sus casas cerradas, ¿estaban menos en seguridad que sus vecinos que esperaban en silencio la mañana de su liberación mientras celebraban la fiesta? ¿El primogénito de la madre angustiada estaba menos seguro que el primogénito de la madre cuya fe en Jehová ya había aceptado la liberación que viene de Dios? –En absoluto, porque era en la sangre puesta al exterior de las puertas, y no en los sentimientos de los que estaban dentro, donde residía la seguridad –la sangre redentora, esa era la seguridad.
Recordad las palabras de Jehová: «Veré sangre y pasaré de vosotros». La espada de la justicia de Dios cayó sobre nuestro adorable Sustituto (Cristo, que fue golpeado por nosotros). Su justicia no requiere un segundo juicio, ni una segunda muerte para expiar el pecado. «Con una sola ofrenda [Dios] perfeccionó para siempre a los santificados» (Hebr. 10:14). La misma espada que golpeó al Cordero ahora ampara a aquellos por los que se ha derramado la sangre.
H.F. Witherby
6 - La preciosa sangre de Cristo
«Fuisteis rescatados… no con cosas corruptibles, como plata u oro, 19 sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin defecto y sin mancha» (1 Pedro 1:18-19).
El apóstol Pedro enfatiza el alto precio de nuestra redención. Compara la sangre de Cristo con las cosas más preciosas del mundo, como la plata y el oro, pero que él llama «cosas corruptibles». El Salmo 49 habla de «Los que confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan»; dice que ninguno de ellos «podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate» (v. 6-7). La redención de nuestra alma es demasiado preciosa. Solo Dios podía proporcionar el rescate, y lo hizo dando a su único hijo, su amado. Estas comparaciones nos ayudan a entender y apreciar el infinito valor de lo que Cristo logró cuando su sangre fue derramada en la cruz. En la Epístola a los Hebreos, leemos: «Sin derramamiento de sangre no hay perdón» (9:22). Nada más que la sangre de nuestro Señor Jesucristo podría pagar nuestra deuda. Teníamos una deuda que no podíamos pagar, pero Él pagó una deuda que no tenía.
¿Qué lo hizo avanzar, yendo resueltamente hacia Jerusalén, sabiendo todo lo que allí le esperaba? Jesús da la respuesta: «He aquí yo vengo… para hacer tu voluntad, oh Dios» (Hebr. 10:7). Era su deleite hacer la voluntad del Padre y cumplir con su obra. Por esta «una sola ofrenda perfeccionó para siempre a los santificados» (v. 14). Soportó la cruz por su amor al Padre y su amor por todos aquellos que pusieron su confianza en él. «Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, como ofrenda y sacrificio a Dios, de olor fragante» (Efe. 5:2).
Dios glorificó a este humilde hombre de Nazaret y lo hizo Señor y Cristo (Hec. 2:36). Ahora, lo ha hecho sentar a su derecha en el cielo. Y como él quería, y según lo había previsto antes de crear a los hombres, todos aquellos que han sido redimidos por la preciosa sangre de su amado tienen su lugar con él en la gloria por toda la eternidad.
J. Redekop
7 - La sangre del Cordero, el fundamento de la salvación
«Veré la sangre y pasaré de vosotros» (Éxodo 12:13).
El ángel destructor pasó por la tierra de Egipto. En la oscuridad, en las profundidades de la noche, estaba haciendo su obra, dando muerte al primogénito. No hacía ninguna diferencia entre las casas de los israelitas y las de los egipcios, a menos que estuvieran marcadas con sangre –entonces pasaba sin detenerse. Si veía la sangre en el dintel y en los postes de la puerta, no iba más lejos –no entraba en la casa.
La forma en que Dios trata con los pecadores siempre se basa en su santo juicio del pecado. En vista de la salvación, Dios despierta nuestra alma para que ella se dé cuenta de que este juicio viene con sus terribles consecuencias. Dios entonces pone, simbólicamente, la sangre en el dintel y en los postes: antes de que nos comprometa en el camino de la fe, nos muestra así que Él mismo ha resuelto la cuestión del pecado, que las exigencias de su justicia han sido perfectamente satisfechas. Dios no seguirá cuidando de nosotros hasta que esta cuestión entre él y nosotros esté resuelta. Puede cuidarnos en su gracia, pero, simbólicamente, no va con nosotros, no podemos tener relaciones vitales con él, hasta que no se haya hecho lo que le satisface totalmente a nivel moral. Incluso antes de que comenzara el viaje de los hijos de Israel, Dios había hecho pasar su juicio sobre ellos sin que los tocara, debido a la sangre del cordero que encuadraba las puertas de sus casas.
De la misma manera, es antes de que comencemos el camino de la fe, que la cuestión del juicio de Dios sobre el pecado debe ser resuelta. Todo lo que, estrictamente hablando, constituye la vida cristiana –el camino de la experiencia, la vida de fe– se basa en el hecho de que Dios ha pasado por encima de nosotros sin que su juicio nos alcance. No puede pasar por encima del pecado –nos muestra la sangre. Habiéndonos despertado a la conciencia del pecado, antes de comenzar el viaje de la fe, Dios nos enseña que ha resuelto el tema del pecado de una vez por todas. A través de la fe en la Palabra de Dios, el creyente ve y comprende que, por la obra de Dios mismo, la cuestión entre él y Dios se ha resuelto. La sangre ha sido puesta entre nosotros y Dios… Puedo verme a mí mismo como el más grande de los pecadores (véase 1 Tim. 1:15), pero también veo lo que ha cumplido perfectamente los requisitos de la justicia de Dios para mí.
según J.N. Darby