La Palabra de Dios

Tres testimonios


person Autor: Diferentes autores 19

flag Tema: Inspiración y autoridad, revelación de Dios


1 - Dios ha hablado

La incredulidad es de Satanás, el cual ha sido, es, y será el gran “preguntón”. Él es quien llena el corazón de toda clase de “Quizá…”, “¿Cómo es posible…?', “¿Usted cree que…?”, sumergiendo las almas, de este modo, en profundas tinieblas. Si logra suscitar una pregunta, una duda, ya habrá conseguido su objetivo. Pero él es completamente im­potente sobre un alma sencilla que cree que Dios es, y que Dios ha hablado.

He aquí la noble respuesta de la fe a las preguntas de la incredu­lidad, la solución divina a todas las dificultades del incrédulo. La fe introduce siempre a Aquel que está siempre excluido por la incredulidad. La fe piensa en Dios y con Dios, la incredulidad excluye al Señor y es de reducido campo visual: piensa sin Él.

Diremos, pues, al lector cristiano, y particularmente al recién convertido: No admitas ninguna clase de duda, o de pregunta, cuando Dios ha hablado. Si hicieras lo contrario, muy pronto te tendría Satanás bajo sus pies. Tu único y suficiente recurso contra él se encuentra en esta respuesta firme e inmutable: «Escrito está»Ten presente el ejem­plo de Jesucristo –Modelo supremo– cuando fue tentado en el de­sierto; solo tres versículos de la Palabra le bastaron para derrotar al Maligno. El hecho de que Dios es y que Dios ha hablado sigue siendo la única fortaleza inexpugnable del creyente.

Nos percatamos de la gran importancia que tiene el examinar el verdadero origen de todas las teorías “plausibles” que están cada vez más de moda en nuestros días. El espíritu humano se ocupa, hasta se afana, en formar sistemas, en sacar conclusiones y razonar en términos que excluyen completamente el testimonio de las Santas Escrituras, y echan a Dios fuera de Su propio universo. Es necesario que los jóvenes cristianos y los recién convertidos estén al tanto de todo ello. Debe mostrárseles la gran diferencia que existe entre los hechos incontrovertibles de la ciencia, y las conclusiones de los sabios; entre la realidad de Dios y las teorías humanas.

Aunque pueda parecer una perogrullada, un hecho es un hecho, dondequiera que se encuentre: en la geología, en la astronomía, o en cualquier otra rama de la ciencia; pero los razonamientos, las con­clusiones, los sistemas y los otros acrobáticos andamiajes del cerebro, son cosa completamente distinta. Que quede bien sentado que la Escritura jamás menoscabará los hechos reales que la ciencia haya comprobado; mientras que los razonamientos, o elucubraciones de los sabios, se encuentran a menudo en oposición con la Palabra de Dios. Y cuando se presente el caso, debemos denunciar abiertamente la incredulidad, exclamando como el apóstol: «Sea Dios veraz y todo hombre men­tiroso» (Rom. 3:4).

Demos siempre a las Santas Escrituras el primer lugar en nuestros corazones y en nuestra mente. Inclinémonos con absoluta sumisión, no ante “así dice la Iglesia”, o “así dicen los Padres de la Iglesia”, o “así dicen los sabios”, sino ante «Así dice Jehová», «Escrito está».

C. H. Mackintosh

2 - Revelación y autoridad

El principal y el más continuo ejercicio del cristiano debe ser en la ley de Dios que está contenida en la Sagrada Escritura, porque solo esta es la que nos declara la voluntad de Dios y solo esta, sin faltar una letra, es escrita por el Espíritu Santo, y a solo esta, sobre todas cuantas escrituras hay en el mundo, somos obligados a creer todas las cosas que nos dijere, sin faltar ninguna.

Así es menester que estéis atentos, pues lo que aquí habéis de oír es todo sacado de lo que enseñó y dictó, no algún sabio hombre, sino el mismo Espíritu Santo, y no son tampoco nuevas (noticias) de las Indias, o de Siria, sino venidas de allá del alto cielo.

 

Modo de entender la Escritura

De todo esto infiero que, siendo muy cierto que la verdadera comprensión de la Santa Escritura se debe buscar por medio de estos dos intérpretes que son: Oración y Consideración (esto es: meditación); y que la oración es menester que sea ayudada con la inspira­ción de Dios y la consideración con la experiencia del hombre que considera (o medita).

Por esta causa, todas las veces que tomo algún libro para estudiar, especialmente si es de la Sagrada Escritura, lo tomo con grandísimo acatamiento y reverencia, humillando mi espíritu delante de la pre­sencia de Dios, y así le suplico que de tal manera alumbre mi entendimiento que lo que yo allí entendiere sea no más que para gloria Suya, edificación de mi alma y provecho de mis prójimos; y verda­deramente, todas las veces que esto hago, cuando dejo el libro, me parece que quedo con un nuevo deseo de Dios y con una nueva afi­ción a la virtud.

Juan de Valdés (año 1529)

3 - El poder de la Biblia

Quisiera declarar y hacer constar de la manera más amplia, clara y concisa, que estoy profundamente convencido de la inspiración di­vina de las Sagradas Escrituras, y que en esto he sido divinamente enseñado. Cuando leo la Biblia, la leo como la Palabra de Dios, auto­ridad absoluta para mi alma.

Mi gozo, mi consuelo, mi alimento, mi fuerza, por más de treinta años ya, han sido las Sagradas Escrituras sencillamente recibidas como la Palabra de Dios. Al principio de aquella época, pasé por una pro­fundísima lucha espiritual acerca de este punto. Salido victorioso de aquella lucha interior, desde aquel entonces se que, aunque el cielo y la tierra, la iglesia visible y el hombre dejaran de existir, seguiré teniendo, por la gracia de Dios, en la Palabra, en la Biblia, el vínculo inquebrantable, indisoluble, entre mi alma y Dios. Agradecido estoy de que Dios me haya dado su Palabra con este propósito. No dudo que, a causa de lo que somos, se precisa la gracia del Espíritu Santo para que nuestra lectura de la Biblia sea provechosa y para que esta tenga verdadera autoridad en nuestras almas, pero esto no resta nada a la inspiración divina de la Sagrada Escritura. Siendo esta la Verdad cuando la recibimos –es decir, cuando la leemos–, también de­biera haberlo sido anteriormente.

A esto quisiera agregar que, aun siendo necesario para vivificarla la gracia de Dios y la obra del Espíritu Santo, sin embargo, la verdad divina, la Palabra de Dios, alcanza la conciencia natural del hombre de modo ineludible. El ladrón aborrece la luz; sin embargo, proyec­tada hacia él, la luz le descubrirá. De igual manera la Palabra de Dios es adaptable al hombre, aunque este demuestre enemistad hacia ella. La resistencia humana a la verdad se explica por la verdad mis­ma. Si no llegara esta hasta la conciencia, nadie se molestaría para deshacerse de la Palabra de Dios, ni intentaría probar que es falsa. Los hombres no suelen armarse contra juguetes de paja o muñecos de trapo, sino en contra de la espada cuyo filo se siente y se teme a la vez.

Además, la Biblia nos habla del amor de Dios, de su infinita gra­cia al dar a su Hijo unigénito, para que rebeldes y pecadores como nosotros pudiéramos llegar hasta él; para que, limpiada de pecado nuestra conciencia por la preciosa sangre de su Hijo, pudiéramos estar con él en gozo perfecto, sin una nube, sin remordimiento, sin temor…

Quisiera agregar aún, en beneficio del amado lector, que el mejor modo de averiguar si la Biblia es, o no, la Palabra de Dios, y de asegurarse sobre la veracidad y la autoridad de la misma, es leerla, leer la Biblia misma.

John Nelson Darby


Los credos humanos no son lazos de unión cristiana, como cada día nos lo muestra la experiencia: y no hacen más que separarnos de Cristo. A Cristo debemos acudir en busca de conocimiento de la fe cristiana, como al Gran Enseñador, al Hijo de Dios, en quien se halla la plenitud de la Deidad. Este es el gran privilegio de un cristiano: el de ir a sentarse a los pies de un Maestro, no humano sino Divino: y acudir a Aquel, en quien la verdad vive, y habla, sin mezcla ninguna de error, porque él es, en supremo grado la Sabiduría de Dios, y la Luz del mundo. ¿Se atrevería un hombre a entremeterse entre mí y mi Guía celestial y Salvador, y prescribirme los artículos, de mi fe cristiana?

Luis Usoz y Río – Madrid, 1865

 

Revista “Vida cristiana”, año 1955, N° 18