Índice general
Abundando siempre en la Obra del Señor
1 Corintios 15:58
Autor:
El servicio Los dones y los ministerios espirituales
Temas:1 - Necesidad de abundar en la obra del Señor
«La cosecha es mucha, pero los obreros son pocos» (Mat. 9:37). Esta palabra del Señor a sus discípulos ha sido recordada con frecuencia. Es cierto que existe un vasto campo de actividad, tanto para los siervos que el Señor ha calificado especialmente para predicar el Evangelio, como para los que tienen que atender el rebaño, enseñando, edificando, exhortando y consolando a los santos. Y también es cierto que hay muy pocos trabajadores para hacer tantos servicios diferentes. Que el Señor traiga obreros a su mies.
1 Corintios 15:58 nos exhorta a «abundando en la obra del Señor siempre». Los corintios corrían el peligro de relajarse, ya que falsos maestros, venidos entre ellos, les decían que «no hay resurrección de muertos» (v. 12). Sacando las consecuencias extremas de esta doctrina, el apóstol muestra lo errónea que es, luego desarrolla el tema de la resurrección y, en conclusión, exhorta a los corintios a mantener firme la enseñanza que les ha expuesto, a permanecer firmes para que, sin ninguna debilidad, abunden siempre en la obra del Señor. Podían estar seguros de que trabajaban para un futuro eterno, de que un día «la obra de cada uno será manifestada» (1 Cor. 3:13), por lo que su trabajo no era en vano en el Señor, como habría sido si no hubiera resurrección de los muertos.
2 - Necesidad de anunciar la sana doctrina
Esta exhortación es también para nosotros. Para abundar siempre en «la obra del Señor», es necesario que nos mantengamos firmes e inamovibles, no solo en la doctrina de la resurrección, sino también en toda la enseñanza de las Escrituras. Esto es lo que el apóstol escribe a Timoteo (2 Tim. 4:1-5); después de introducir el pensamiento de la aparición del Señor, consecuentemente del día en que «la obra de cada uno será manifestada», añade: «Predica su palabra, insiste a tiempo y fuera de tiempo; convence, reprende, exhorta con toda longanimidad y enseñanza. Porque vendrá tiempo en que no soportarán la sana doctrina». Timoteo tenía que mantener la pura doctrina y presentar una sana enseñanza para poder hacer la «obra de evangelista» y cumplir «tu ministerio». Estas son verdades muy importantes que necesitan ser recordadas una y otra vez, en estos «tiempos» en los que no se soporta la sana doctrina, en los que muchos buscan «maestros conforme a sus propias concupiscencias», apartando «el oído de la verdad» para escuchar «fábulas».
¿Cómo se puede negar que ha habido un poderoso movimiento del Espíritu de Dios en el último siglo para hacer una verdadera separación –una separación a menudo etiquetada hoy en día como estrechez de miras– y para iluminar a los santos en cuanto a las verdades esenciales relativas a la Iglesia, el Cuerpo de Cristo; la reunión en torno al Señor, en Su Mesa establecida sobre la base de la unidad del Cuerpo; la libre actuación del Espíritu en la Asamblea; la adoración en espíritu y en verdad; el regreso del Señor para arrebatar a su Iglesia? Discutir cualquiera de estas enseñanzas sería ignorar esta poderosa obra del Espíritu de Dios. Esto podría complacer a aquellos que no apoyan la «sana doctrina», pero ¿sería eso cumplir su «ministerio», sería eso realmente trabajar en la «obra del Señor»?
Los caracteres de este mundo han sido los mismos desde el principio. Sin duda se han confirmado cada vez más, y es más difícil vivir el cristianismo. Esto debe llevarnos a no buscar otros recursos, sino a aferrarnos aún más a «Lo que era desde el principio» (1 Juan 1:1), pues ahí, y solo ahí, se encuentran los recursos necesarios para todos los tiempos. Cristo sigue siendo la única y perfecta respuesta a todas las necesidades del alma y del corazón. La presencia del Señor, realizada y disfrutada en la reunión; la acción del Espíritu de Dios, que se deleita en ocuparnos en Cristo y en conducirnos a toda la verdad; la Palabra que alimenta nuestras almas de Cristo, y para cuya comprensión puede ser útil el ministerio oral o escrito, esto es lo que tenemos que desear hoy como en el pasado. Nuestros predecesores no tenían nada más; encontraron allí todo lo que les era necesario, y ¡qué hombres fueron «en santa conducta y piedad»! (2 Pe. 3:11). Presentar a Cristo en sus diferentes caracteres; recordar a las almas los preciosos recursos que hay en Él, suficientes para alcanzar la meta; conducirlas a apropiárselos para continuar la peregrinación en medio del desierto; señalar la importancia y la necesidad de la estricta obediencia a la Palabra, esto es cooperar en «la obra del Señor».
3 - Resultados positivos de siervos infieles
Las más bellas apariencias pueden engañar. El hecho de que se hayan manifestado algunos resultados en un servicio no es la verdadera piedra de toque [1], como se suele creer. Incluso del mal, Dios puede sacar el bien. Mientras Pablo estaba en la cárcel, se predicaba a Cristo «por envidia», «por rivalidad» (Fil. 1:15-17).
[1] Piedra de toque. Piedra silícea negra, muy dura, inatacable por los ácidos, que se utiliza para probar las monedas de oro y plata, así como las joyas para determinar su título. La comprobación de joyas y objetos que no se quieren deteriorar se hace con la piedra de toque. La piedra de toque se asemeja al más bello mármol negro, con algo más suave a la vista y más armonioso.
En figura, lo que sirve para dar a conocer la calidad, el valor de alguien o de algo. Prueba, criterio.
El apóstol se alegraba, a pesar de todo, porque se predicaba el evangelio, pero esto no significa que aprobara el servicio en esas condiciones. Dios estaba trabajando, a pesar de la infidelidad de los obreros, pero ¿podemos decir que la obra de ellos era lo que caracteriza «la obra del Señor»?
4 - Dependencia y comunión con el Señor y la Iglesia
Se ha observado que, en la Casa de Dios, hay buenos obreros que hacen un buen trabajo, pero también verdaderos obreros que hacen un mal trabajo –por no hablar de los malos obreros que, con su trabajo, llegan a corromper el templo de Dios (1 Cor. 3:12-17). Este pensamiento debería mantenernos en constante temor. «Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios» (Prov. 28:14). Este santo temor nos llevará a comprender la necesaria dependencia y comunión con el Señor, así como con los hermanos y la asamblea; dependencia y comunión sin las cuales no podemos hacer un servicio fructífero. En la historia de la Iglesia en la tierra, vemos que el enemigo se ha servido a veces de los propios creyentes para realizar sus propósitos –actuando a menudo de forma muy sutil, a través de obreros con gran celo y actividad, con gran amor por las almas y cuyo trabajo no carecía de fruto–, cegando a aquellos a los que quería utilizar.
Por eso es tan necesario buscar la comunión con el Señor y la comunión con los hermanos. La segunda es un control de la primera, si se nos permite expresarlo así. ¿Acaso no reconforta a un siervo el pensar que las asambleas oran para que sea dirigido y sostenido en su trabajo, preservado de caer? ¿No le agrada también, para ser guardado de las asechanzas del adversario, tener el consejo de los hermanos, especialmente de aquellos que son de edad y experimentados, –recibir sus advertencias e incluso, si es necesario, su reprensión? «Que el justo me castigue, será un favor, y que me reprenda será un excelente bálsamo que no me herirá la cabeza» (Sal. 141:5). ¡Dichoso el que se mantiene en esa actitud! Pero ¿qué decir de aquel que se niega a escuchar y quiere servir al Señor de manera independiente –independiente de los hermanos y de la asamblea? Puede objetar: No soy comprendido por mis hermanos, pero tengo la aprobación secreta del Señor y eso me basta. Esta objeción no resiste el examen. Si Dios permite que un obrero no tenga plena comunión con los hermanos y la asamblea, es sin duda porque hay algo que juzgar. ¿Cómo podría entonces tener la aprobación secreta del Maestro? Si no tuviera nada que juzgar, ciertamente tendría la comunión de los hermanos; Proverbios 16:7 nos dice: «Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él». Acaso, un camino de independencia, ¿no es a menudo un camino de voluntad propia, en el que se manifiesta el orgullo que hay en el corazón? Ahora bien, «abominación es a Jehová todo altivo de corazón» y «antes del quebrantamiento es la soberbia» (Prov. 16:5-18).
Ciertamente, no es la asamblea la que elige a los siervos y los califica. Hay un llamado de Dios, una acción libre y soberana del Espíritu Santo; pero también debe haber la aprobación e identificación de los hermanos y de la asamblea. ¿Es posible abundar siempre en «la obra del Señor», si el camino no ha comenzado con esa aprobación y si no se continúa con la comunión de la asamblea? Hechos 13:1-3 y 14:27 nos dan una enseñanza que ningún siervo de Dios debe perder de vista: «El Espíritu Santo dijo: Apartadme a Bernabé y a Saulo, para la obra a la que los he llamado».
«Y después de ayunar y orar, y de imponerles las manos, los dejaron ir». ¡Qué hermoso comienzo para los que van a trabajar en la «obra del Señor»! Luego, después de un tiempo de servicio, «congregaron a la iglesia, y les refirieron todo lo que Dios había hecho con ellos». ¡Qué alegría para todos, en feliz comunión, y qué gloria para Dios! No se había hecho nada con independencia e insubordinación, «por rivalidad o por vanagloria» (Fil. 2:3), sino con un solo pensamiento, con humildad, ¡y todo era para la gloria del Señor en medio de la asamblea! Esta es la verdadera piedra de toque.
5 - Fuerza y debilidad aparentes. Grandes y pequeñas cosas
La tendencia de nuestro corazón es querer hacer grandes cosas para obtener grandes resultados. Una vez más, tengamos cuidado con las apariencias engañosas. A veces podemos cumplir grandes designios, pero ¿es siempre un buen trabajo? ¿Qué ocurrirá cuando «la obra de cada uno será manifestada»? No olvidemos que madera, heno y paja serán consumidos por el fuego. Un obrero, con muy buenas intenciones, puede querer hacer una tarea que es según Dios; esto no es suficiente. Las obras de Dios deben hacerse según la mente de Dios. David se había levantado y se puso en marcha con todo el pueblo, para «hacer pasar de allí el arca de Dios» (2 Sam. 6:2). Reunir al pueblo en torno al arca, era un deseo piadoso; ¿quién no lo habría aprobado? La comitiva se pone en marcha, el arca está en el carro nuevo, David y toda la casa de Israel se alegran ante Jehová al son de toda clase de instrumentos, arpas, salterios, panderos, flautas y címbalos. Esto es suficiente para despertar el entusiasmo de todos, y ¿quién se atrevería a criticar? Cualquiera que lo hiciera, sin duda se diría que se opone a la obra de Dios. Pero el resto de la historia es una lección que debemos meditar mucho; nos muestra que la obra de Dios no puede hacerse con medios humanos.
No cabe duda de que había un deseo conforme a Dios y un gran despliegue de alegría en todo ello, pero faltaba una cosa esencial: la obediencia a la Palabra. 1 Samuel 6, sin embargo, nos habla de una circunstancia en la que el arca fue llevada de vuelta en un carro nuevo, mientras que el viaje continuó hasta su final sin daños. Esto es cierto, pero fueron los filisteos quienes lo hicieron; no conocían los mandatos de Jehová sobre el transporte del arca. ¡Cuidémonos, en el servicio, de imitar a los que no tienen las mismas responsabilidades porque no tienen los mismos conocimientos! El mismo acto realizado por los filisteos y por David conduce a dos resultados completamente diferentes porque los filisteos y David, al tener conocimientos distintos, tenían responsabilidades diferentes. Si David, conociendo las ordenanzas de Jehová, quiso actuar a la manera de los filisteos, experimentó a qué conduce andar por el camino de la desobediencia, incluso cuando la meta es conforme a Dios. Pero ¿quizás David pensó más en Números 7 que en 1 Samuel 6? ¿No había dado Moisés dos carros y cuatro bueyes a los hijos de Gersón, y cuatro carros y ocho bueyes a los hijos de Merari, en total seis carros y doce bueyes los cuales debían ser utilizados «para el servicio del tabernáculo de reunión»? Sí, pero ninguno se había dado a los hijos de Coat, «porque llevaban sobre sí en los hombros el servicio del santuario» (Núm. 7:1-9). ¿No buscamos a veces, en un pasaje de la Escritura, la justificación de nuestra conducta, cuando no está ahí, y de hecho a menudo nos condena, si lo examinamos cuidadosamente?
Los bueyes tropezaron, Uza extendió su mano para agarrar el arca, y la ira de Jehová se encendió contra él. Se ha cometido una infracción. Y David «se entristeció» y temió «a Jehová en aquel día». Tal es el resultado del trabajo realizado con medios no acordes con Dios. Para devolver el arca, David debe comprender, en primer lugar, que las más bellas apariencias no pueden conducir a la realización de la obra de Dios, si los medios empleados son los del hombre. Es en obediencia a la Palabra que debemos actuar: solo los levitas podían llevar el arca. Puede parecer que los nuevos medios traerían el resultado deseado más rápidamente, pero la dolorosa experiencia en Pérez-uza devolvió el corazón del rey al camino de la obediencia. En apariencia, los bueyes y el carro nuevo eran mucho mejores para transportar el arca. Sí, pero ayudó «Dios a los levitas que llevaban el arca del pacto de Jehová» (1 Crón. 15:26), mientras que no le fue posible ayudar a los bueyes que arrastraban el carro nuevo (2 Sam. 6). ¿En qué nos apoyamos para nuestro servicio: en todo lo que hemos preparado, que parece mucho mejor que la aparente debilidad de los medios de Dios, –o en Dios, en quien solo está la fuerza y que «ayudará» a los que obedecen su Palabra? La obra es «la obra del Señor», la suya, y «Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia» (Sal. 127:1). ¡Qué lección para nosotros, si queremos o bien trabajar en la construcción de la casa (1 Cor. 3:9-10) en el hermoso servicio de la evangelización, o bien guardar «la ciudad», para que el enemigo no aleje los corazones de Cristo!
¿No es todo esto profundamente instructivo? Cuantas cosas, ciertamente emprendidas con excelentes intenciones y el deseo de trabajar para «la obra del Señor», que sin embargo hacen pensar en los bueyes y el carro de David. Todo es tan hermoso en apariencia y la alegría es grande, pero ¿cuál será el resultado? La obra del Señor solo se puede hacer en obediencia a la Palabra, con los únicos medios que esta nos enseña.
No despreciemos «el día de las pequeñeces» (Zac. 4:10). Hagamos nuestro trabajo con humildad, en obediencia a la Palabra, en dependencia del Señor, buscando su comunión y la de la asamblea. Es el único camino en el que Dios nos «ayudará» y en el que nuestro servicio podrá ser rico en resultados reales. Entonces la obra de cada uno «permanecerá», en el día en que el fuego la ponga a prueba. ¡Qué gracia es servir de esta manera! Pero ¡qué pérdida si hemos trabajado según nuestros propios pensamientos, si nuestro trabajo se consume! (1 Cor. 3:12-15).
Traducido de «Le Messager Évangélique» año 1947