Inédito Nuevo

Fidelidad al Señor


person Autor: Philippe LAÜGT 7

flag Tema: La fidelidad y la aprobación del Señor


«¿Mas quién hallará al hombre fiel?» (Prov. 20:6, V.M. 1929)

Este versículo del libro de Proverbios plantea una cuestión importante. Todo hijo de Dios debe examinarse rectamente ante el Señor sobre este asunto. Probablemente estamos viviendo en el “fin de los tiempos” y este mundo, dirigido por Satanás, está en gran desorden. Para ayudarnos a “hacer balance” y recibir el estímulo necesario, necesitamos leer la Palabra de Dios con regularidad y detenimiento: «Toda la Escritura está inspirada por Dios, y útil para enseñar, para convencer, para corregir, para instruir en justicia; a fin de que el hombre de Dios sea apto y equipado para toda buena obra» (2 Tim. 3:16-17). Para permanecer fieles al Señor, necesitamos estar llenos de él.

Muchos pasajes de la Biblia destacan las características que el Señor desea ver en uno de los suyos, antes de poder llamarlo fiel. Es muy instructivo buscar en la Palabra lo que, en la conducta de muchos del pueblo de Dios, le ha permitido hacerlo.

1 - El gran valor que Dios concede a la fidelidad de los suyos

La fidelidad de nuestro Dios es grande (Lam. 3:23), pero la fidelidad de los suyos también es de gran valor para él. David clamó: «Salva, oh Jehová, porque se acabaron los piadosos; porque han desaparecido los fieles de entre los hijos de los hombres. Habla mentira cada uno con su prójimo; hablan con labios lisonjeros, y con doblez de corazón» (Sal. 12:1-2). Este salmo pone de relieve la infidelidad de los hombres ante Dios. Se menciona en muchos pasajes (vean, por ejemplo, Lev. 26:40; Núm. 5:6; 31:16; Ez. 14:13). De hecho, todo pecado es contra Dios.

Después de la visita de Natán, David toma conciencia de la gravedad de su pecado. Confesó: «Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio» (Sal. 51:4).

El fiel Asaf, en el Salmo 73, se atormenta hasta la amargura. Pero entra en el «santuario de Dios» y comprende lo que espera a los malvados. Tranquilizado, suplica, en el Salmo 83: «Oh Dios, no guardes silencio; no calles, oh Dios, ni te estés quieto. Porque he aquí que rugen tus enemigos, y los que te aborrecen alzan cabeza. Contra tu pueblo han consultado… y han entrado en consejo contra tus protegidos» (v. 1-3; vean también Sal. 27:5; 31:20). Pero Dios los mantiene a salvo de sus enemigos (Salmo 31:23).

El apóstol anima a su hijo Timoteo: «Hemos puesto la esperanza en el Dios vivo, quien es el Salvador de todos los hombres, especialmente de los creyentes» (1 Tim. 4:10). A continuación, le exhorta a ser «ejemplo de los fieles en palabra, en manera de vivir, en amor, en fe, en pureza» (v. 12).

En el Salmo 37, David invita a todo creyente a confiar en Jehová y a hacer el bien, y luego dice: «Habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad. Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón» (v. 3-4). En el Salmo 40, dice: «He publicado tu fidelidad y tu salvación; no oculté tu misericordia y tu verdad en grande asamblea» (v. 10).

«Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y se guían por ella», decía el Señor a las multitudes durante su ministerio (Lucas 11:28). No es de extrañar que el Salmo 119, que ocupa al lector de la Escritura, haga hincapié en la fidelidad.

En primer lugar, en el versículo 30, el salmista declara: «Escogí el camino de la verdad; he puesto tus juicios delante de mí». Si la Ley de Dios no permanece en nosotros, nuestra mente pronto se verá invadida por malos pensamientos. Tengamos cuidado de no tener un corazón «doble»; ¡permanezcamos resueltamente fieles a Dios!

En el versículo 75, el salmista declara: «Conozco, oh Jehová, que tus juicios son justos, y que conforme a tu fidelidad me afligiste». El fuego de la prueba debe pasar a veces sobre el creyente para hacerlo apto para el servicio del Señor. Dios elige sus medios, deseando hacernos dóciles a su voluntad.

El versículo 86 comienza con una afirmación: «Todos tus mandamientos son verdad»; le sigue una petición: «Sin causa me persiguen; ayúdame». La experiencia cristiana nos lleva más lejos. Los redimidos saben que «fiel es Dios», que «no permitirá que seáis tentados más allá de lo que podéis soportar» (1 Cor. 10:13). A menudo nos libera cuando, a ojos humanos, todo parecía perdido.

Por último, el salmista dice: «Tus testimonios, que has recomendado, son rectos y muy fieles» (v. 138). Esto significa que los testimonios de Dios –sus manifestaciones personales y sus caminos– son, como sus promesas, verdaderos y seguros, de principio a fin. No debemos dudar ni del más pequeño de ellos (comp. Sal. 19:8-10).

2 - Hombres fieles del Antiguo Testamento

2.1 - Moisés (Números 12:7)

En el momento del relato del capítulo 12 de Números, Moisés ya tenía una larga carrera a sus espaldas; había vivido muchos momentos difíciles. Y ahora eran su hermano Aarón, el Sumo Sacerdote, y María, su hermana, quienes intercambiaban palabras maliciosas contra él. Puede que fueran susurradas, pero Jehová las oyó (v. 2). Las palabras más confidenciales tienen un Oyente en el cielo.

Dios defiende a su siervo. Convoca a los 3 «interesados» a la tienda del encuentro y hace comparecer a los 2 culpables. La forma en que habla de Moisés llama nuestra atención. Dice, entre otras cosas: «No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de Jehová»; luego dice a Aarón y a María: «¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?» (v. 7-8).

La ira de Jehová estalla (v. 9). Se marcha, dejando a María leprosa. Entonces, por primera vez en esta escena, Moisés abre la boca. Intercede por su hermana que, en respuesta a su oración, es restablecida. Moisés era muy manso, más manso que ningún otro hombre sobre la faz de la tierra (v. 3). La Epístola a los Hebreos dice también de él: «Moisés… fue fiel en toda su casa como siervo, para testimonio de lo que tenía que ser anunciado...» (3:5).

2.2 - Samuel (1 Samuel 2:35)

Un hombre de Dios se presentó ante Elí, entonces Sumo Sacerdote, y le advirtió que su casa había caído del sacerdocio por haber despreciado a Jehová (2 Sam. 2:30). Dios va a suscitar un «sacerdote fiel» (v. 35). Se refiere a Samuel: «Que haga conforme a mi corazón y a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos los días», es decir, David. Estos primeros capítulos de 1 Samuel hablan mucho del crecimiento corporal y espiritual de Samuel.

El joven Samuel fue llevado por su madre Ana al templo (1:28). Allí adora a Jehová. Luego sirve en presencia de Elí, el sacerdote (2:11); está ceñido de un efod de lino y sirve a Jehová (v. 18). Este joven creció cerca de Jehová (v. 21); era agradable a Dios (v. 26). ¡Será fiel toda su vida!

2.3 - David (1 Samuel 22:14)

El final del capítulo 22 del primer libro de Samuel presenta una escena terrible. Saúl, todavía en el trono en ese momento, manda a Doeg, edomita, una figura del Anticristo, asesinar a 85 sacerdotes. El sacerdote Ahimelec, antes de ser también asesinado, da un hermoso testimonio sobre David: «¿Y quién… es tan fiel como David, yerno también del rey, que sirve a tus órdenes y es ilustre en tu casa?» (v. 14).

Sin embargo, antes de este drama, David había mentido a este sacerdote para conseguir lo que quería. Así lo confesó ante Abiatar, el único superviviente de esta familia sacerdotal: «Yo he ocasionado la muerte a todas las personas de la casa de tu padre… Quédate conmigo, no temas… conmigo estarás a salvo» (v. 22-23).

David cometió errores a lo largo de su vida. La Escritura los registra, pero este rey los confesó y Dios perdonó. Este es el camino que debemos seguir siempre, si hemos pecado (1 Juan 1:9). David era un «hombre según mi corazón [de Dios]»; hacía toda Su voluntad (Hec. 13:22). A pesar de sus defectos, fue fiel a su Dios.

2.4 - Hananías y otros hombres «tenidos por fieles» (Nehemías 7:2; 13:13)

Nehemías da buena cuenta de este hombre que era jefe del castillo fortificado: «Este era varón de verdad [fiel] y temeroso de Dios, más que muchos». Fue puesto a cargo –con el hermano de Nehemías– del gobierno de Jerusalén (Neh. 7:2). La devoción de tales trabajadores es preciosa a los ojos de Dios. También tuvo que asegurarse de que las puertas de la ciudad no se abrieran hasta que el sol estuviera caliente (es decir en su cúspide), para proteger la ciudad santa de los ataques sorpresa del enemigo.

En el capítulo 9 del mismo libro, los hijos de Israel se reúnen, vestidos de cilicio, para confesar sus iniquidades (v. 1). Algunos levitas les invitan a bendecir a Jehová (v. 5). ¿Quizá Esdras seguía presente, como en el capítulo 8? En nombre de la asamblea, se dirige a Dios una larga oración. Se recuerda cómo eligió a Abram. Lo sacó de Ur de Caldea y lo llamó Abraham (padre de una multitud): «Hallaste fiel su corazón delante de ti, e hiciste pacto con él» (9:8).

En el capítulo 13, Nehemías, obligado a ausentarse por un tiempo, regresa a Jerusalén. Se indignó al encontrar tanta negligencia e infidelidad. Los levitas, entre otros, no habían recibido sus porciones; además, ¡la Casa de Dios había sido abandonada! Así que este hombre de Dios nombró a hombres que eran considerados fieles: Selemías, el sacerdote, Sadoc, el escriba, Pedaías, un levita, y Hanán de nuevo (v. 13). Su deseo era que las distribuciones fueran justas.

2.5 - Daniel (Daniel 6:4)

Toda la vida de Daniel es un ejemplo notable de fidelidad a Jehová. Era justo y sabio. De joven, estaba en la ciudad de Jerusalén cuando fue tomada por Nabucodonosor, rey de Babilonia, y la Casa de Dios fue saqueada. Puede que tuviera 13 o 14 años cuando fue deportado a Babilonia, junto con otros jóvenes elegidos entre el pueblo de Israel.

Su fe conoció muchas pruebas. Pasó la mayor parte de su vida lejos de Jerusalén y de la tierra de Canaán, que sus padres habían heredado. Fue tentado, amenazado de muerte, luego colmado de honores, pero también celado y arrojado a las fieras; pero Jehová lo liberó.

Si tuviéramos que recordar una palabra de su vida, diríamos, como tuvieron que admitir a regañadientes los irritados sátrapas: fue fiel (6:4). ¿Hemos comprendido todo lo que implica esta pequeña palabra?

¡Qué luchas, qué ejercicios, qué renuncias evoca! Daniel tenía probablemente cerca de 80 años cuando se reconoció su fidelidad.  Siempre había sido fiel. Veamos por un momento algunas circunstancias en las que esta fidelidad se hace particularmente evidente.

En el capítulo 1 de su libro, el cautivo Daniel se muestra fiel a las ordenanzas de su Dios. Había visto en qué consistían los manjares del rey: carne a menudo ofrecida a los ídolos. También había conocido desde niño la Ley dada por Dios a su pueblo Israel. Esta permitía distinguir entre lo que era impuro y lo que era puro, entre los animales que se podían comer y los que no (Lev. 11:47).

Daniel podría haber encontrado “excusas” para desobedecer a Dios, que, por desgracia, se nos dan bien imaginar. ¿No era joven y estaba deportado? ¡La porción que recibió le fue «asignada» por el rey mismo! Pero decidió en su corazón no contaminarse con esos manjares. Dios ha hablado y el corazón amador de Daniel quiere obedecerle. ¿Recibimos todas las enseñanzas de la Palabra sin vacilar? ¿Acaso hacemos cálculos y razonamientos incrédulos? Nunca hubo nada semejante en Daniel.

Su fidelidad no fue ostentosa, no se agita: simplemente pidió al príncipe de los eunucos que le permitiera no contaminarse» (1:8, 12). No pensemos que hubo vacilación o debilidad en su enfoque. Al contrario, había firmeza en él, aunque siguió siendo muy humilde.

Daniel tenía, sin duda, los escritos de Moisés –el Pentateuco y algunos de los profetas (Lucas 16:16). Nosotros disponemos de un alimento espiritual aún más variado y saludable. Desde entonces, Dios «nos ha hablado en [el] Hijo» (Hebr. 1:2). ¿Somos fieles a las ricas enseñanzas de la Palabra de Dios, ahora completa?

En los capítulos siguientes (4 y 5), Dios elige a este hombre, fiel a su Palabra, para dar a conocer sus pensamientos a personas ignorantes o mal informadas. Primero debemos poner en orden nuestra vida personal y regular nuestro caminar. Entonces estaremos preparados para dar testimonio, primero con nuestra conducta y luego, tal vez, con palabras apropiadas. Esto no siempre es fácil. Necesitamos la ayuda del Señor para recibir sabiduría de lo Alto. Su Palabra es verdad, pero tiene que ser presentada de la manera correcta.

Daniel es llamado por Dios para ir a ver al poderoso Nabucodonosor. Le dice qué mensaje debe llevarle. Daniel se queda «atónito… y sus pensamientos lo turbaron» (4:19). Era una palabra dura; ¡un juicio terrible era inminente! Daniel no vaciló y transmitió fielmente todo el mensaje.

A su nieto, el impío Belsasar, le trae una terrible palabra de Jehová. Corresponde al mensaje escrito por una mano en la pared frente al rey (5:5-6). «No has humillado tu corazón... contra el Señor del cielo te has ensoberbecido... nunca [lo] honraste» (v. 22-23).

Pensando en la posible cólera de este monarca absoluto, podría haber «suavizado» sus palabras. No, él es fiel. ¡Asegurémonos de serlo nosotros! No rebajemos el «evangelio de la gloria del bendito Dios» (1 Tim. 1:11). No busquemos atraer o agradar. Hacerlo sería retroceder el antiguo límite (Prov. 22:28). ¡Permanezcamos siempre fieles!

En el capítulo 6, Daniel es un anciano. Ha pasado por toda clase de pruebas. Pero ahora va a ser arrojado al foso de los leones. Ha recibido los “honores” de este mundo sin buscarlos. Fue fiel en tiempos de prueba, y sigue siéndolo en tiempos de “peligrosa” prosperidad. La búsqueda de alguna falta o fallo en su trabajo es infructuosa. Sus celosos colegas lo quieren muerto. Se ven obligados a reconocer que su conducta es intachable. La fidelidad es una de las características del fruto del Espíritu (Gál. 5:22).

Según las enseñanzas de la Palabra, Daniel ora a Dios 3 veces al día. Lo hacía en su habitación, con una ventana abierta que miraba a Jerusalén (Dan. 6:10; 1 Reyes 8:48; 2 Crón. 6:38; Sal. 55:17). Conocedores de sus hábitos, sus enemigos urdieron una astuta trampa. Instaron a Darío a promulgar un decreto –¡lisonjero para este rey pagano! Que prohibiera orar a nadie más que a él durante 30 días. Sin embargo, como esperaban estos malvados, Daniel persistió en orar solo a Dios. En la prueba o en la prosperidad, en el gozo o en las lágrimas, Daniel oraba «como lo solía hacer antes». Una fidelidad cotidiana que ciertamente deleita el corazón de Dios. Sin duda, esta constancia por su parte nos humilla. Tenemos momentos preciosos de comunión con el Señor, pero a veces les siguen, por desgracia, otros en los que nos distanciamos de él. La mayoría de nosotros estamos muy lejos de ser como Daniel y, sobre todo, como alguien más grande que él: Cristo. Durante su ministerio en la tierra, fue la ofrenda perfecta de la torta; su aroma agradable ascendía continuamente hasta Dios.

Daniel es pues, arrojado al foso de los leones, ¡pero fue en vano! Dios vela por este testigo de la fe (Hebr. 11:33-34). A la mañana siguiente, salió completamente ileso, delante de un encantado Darío. En cambio, sus «grandes» estaban muy sorprendidos y, con razón, preocupados. Los acusadores de Daniel le sustituirían en el foso. Y así será pronto para los incrédulos e infieles.

Dios ha honrado a este siervo fiel. En los capítulos 7 al 12 de su libro, le revela sus planes para su pueblo Israel, para los reyes y para las naciones. Ante estas imágenes del futuro, el espíritu de Daniel se turbó y permaneció enfermo durante varios días.

Con respecto a Abraham, cuyo corazón era fiel (Neh. 9:8), Jehová había pensado: «¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer… Porque yo sé...» (Gén. 18:17, 19). Lo mismo hizo con Daniel. Se complace en honrar grandemente a quien llama «Daniel, varón muy amado» (10:11; 9:23).

Cuidémonos de no unirnos a la generación actual, «ni fue fiel para con Dios su espíritu» (Sal. 78:8). Estemos siempre dispuestos a recibir la Palabra y a ponerla en práctica. ¡Entonces, podremos comunicarla! Es un camino de bendición.

Ser un discípulo fiel, caminando según Dios,
Rechazar todo compromiso es ser un Daniel.

Osar ser un Daniel, ¡osar estar solo!
Osar quedar firme, y hacerlo saber.
Muchos grandes del mundo, fuertes e influyentes,
Son incapaces de osar tomar posición por Dios.

Ser un Daniel tiene un precio, pero la recompensa
Con Dios, es mayor que la gloria del mundo.
Sé un discípulo fiel, un hombre de principios.
Satanás y todos sus agentes tiemblan ante Daniel.

3 - Siervos fieles en el Nuevo Testamento

3.1 - Timoteo (1 Corintios 4:17)

El apóstol Pablo tuvo que cuidar con amor de sus hermanos de Corinto, asamblea en la que había disensiones entre ellos, les dijo: «Por eso os envié a Timoteo, que es mi amado hijo y fiel en el Señor». Era capaz de ayudarles sobre el plan espiritual.

3.2 - Tíquico (Efesios 6:21)

Pablo dice a los efesios: «Para que vosotros también sepáis lo que me concierne, lo que estoy haciendo, todo os lo dará a conocer Tíquico, el amado hermano y fiel ministro en el Señor. Lo he enviado a vosotros para esto… y para que consuele vuestros corazones» (v. 21-22). Por medio del mismo mensajero escribe a los colosenses: «Tíquico, el hermano amado, fiel ministro y consiervo mío en el Señor, os informará de todas mis cosas» (4:7).

3.3 - Epafras (Colosenses 1:7)

Al comienzo de su Carta a los Colosenses, el apóstol Pablo declara: «La palabra de la verdad del evangelio… como la aprendisteis de Epafras, nuestro amado consiervo, que es fiel ministro de Cristo por vosotros, el cual también nos informó de vuestro amor en el Espíritu» (v. 5-8). Este Epafras luchó mucho orando por los santos (4:12-13).

3.4 - Onésimo (Colosenses 4:9)

En el capítulo 4 de la Epístola a los Colosenses, leemos acerca de Onésimo. Había entrado en contacto con Pablo, «el prisionero de Cristo Jesús» (Film. 1:9), en una de las terribles cárceles romanas, ¡y allí se había convertido! El apóstol lo llama «fiel y amado hermano» (v. 9).

3.5 - Silvano (1 Pedro 5:12)

Al final de su Primera Epístola, el apóstol Pedro indica que escribe por medio de uno de sus compañeros: «Por medio de Silvano, a quien considero un hermano fiel, os he escrito brevemente para animaros y aseguraros que la gracia en la que estáis es la verdadera gracia de Dios» (v. 12).

3.6 - Gayo (3 Juan 5-6)

En su Tercera Epístola, el apóstol Juan escribe a este hermano: «Amado, obras con fidelidad en todo lo que haces para los hermanos, incluso con los extranjeros, quienes dieron testimonio de tu amor ante la iglesia» (v. 5-6).

3.7 - Antipas (Apocalipsis 2:13)

El apóstol Juan escribe a «la iglesia en Pérgamo» (Apoc. 2:12), donde se encontraba «el trono de Satanás». Los creyentes se mantenían firmes allí, no habían negado el nombre del Señor, «aun en los días en que Antipas, era testigo fiel», dice (v.13). Le habían dado muerte entre ellos, donde mora Satanás. La sangre de los mártires se convirtió así en la semilla de la Iglesia.

Sugerimos a nuestros lectores que lean sobre este mismo precioso tema en Mateo 24:45; 25:21-23; Lucas 16:10; Hechos 16:15; 2 Timoteo 2 y Tito 1:6.

Después de considerar la fidelidad de algunos de los siervos de Dios mencionados en su Palabra, sin duda nos entristece darnos cuenta de lo poco fieles que somos nosotros mismos al Señor. Por eso, podemos expresarle esta oración y este voto:

Hasta el día que me llames a pasar a tu seno,
Haz que recorra tu camino con un corazón fiel.
Desde ahora, con corazón fiel, que viva, Jesús, para ti,
Ofreciéndote siempre, lleno de celo, el santo homenaje de mi
fe.