Se sentará para afinar y limpiar la plata

Malaquías 3:3


person Autor: Philippe LAÜGT 8


1 - ¿Qué respuesta se da al amor de Dios?

El libro de Malaquías es el último llamamiento a la conciencia y al corazón del pueblo judío, en cuyo seno aparecerá Cristo tras cuatro siglos de absoluto silencio profético. Comienza un diálogo revelador entre Jehová y el pueblo.

Desde las primeras palabras (1:2), destaca, por parte de Dios, un amor eterno y personal, fuente de tantas bendiciones: «Os he amado». Por parte de Israel, la ingratitud de la inconciencia e incluso la insolencia. Este pueblo se atrevió incluso a cuestionar los sentimientos más tiernos de Dios y le preguntó con audacia: «¿En qué nos amaste?»

El pueblo pisoteó los mandamientos divinos más imperativos (1:8; Lev. 22:17-25). Y su actitud mostraba continuamente cuánto despreciaban el nombre de Dios. Estaba lejos de concederle el honor debido a un padre o incluso el temor debido a un Dueño.

Al final de la economía de la gracia, todas estas enseñanzas, apelaciones y reprimendas deben aplicarse sin reservas a nuestras conciencias y corazones, nosotros que somos los objetos de todo el amor de Cristo. ¿Cuál es nuestra respuesta a la maravillosa gracia manifestada por la obra de la cruz, al incesante cuidado de Dios por nosotros? Tal vez solo la murmuración o la insubordinación a su voluntad. ¿Acaso despreciamos su deseo claramente expresado de hacer de sus redimidos un pueblo de adoradores? Entonces mostramos indiferencia, incluso aburrimiento (1:12), hacia la adoración en espíritu y en verdad, que Él espera de cada uno de los suyos (Juan 4:2 3; Hebr. 13:15).

Los sacerdotes deberían haber tomado conciencia de escuchar y dar gloria a Dios (2:2). Llamados al mismo servicio (1 Pe. 2:5), ¿se han preocupado los hijos de Dios de cumplirlo de manera que agrade a Dios? Debemos admitir humildemente que no se ha hecho. Con demasiada frecuencia es el siervo el que es glorificado en lugar de su Señor.

Solo de Él se puede decir: «Iniquidad no fue hallada en sus labios; en paz y en justicia anduvo conmigo» (2:6). Los alguaciles que fueron enviados a prenderlo se vieron obligados a reconocer: «Jamás hombre alguno habló como este hombre habla» (Juan 7:46). Solo él ha apartado a «muchos… de la iniquidad» (2:6).

La profesión cristiana, de la que formamos parte, ofrece hoy un triste espectáculo. No es diferente a la descrita por el profeta Malaquías. Hay que confesar que los que ahora tienen una responsabilidad comparable a la de los sacerdotes, los escribas o los fariseos, hacen tropezar a muchos: no ponen en práctica la Escritura que ellos enseñan (Mat. 23:3-4). Esta forma de actuar los hace viles y despreciables a los ojos de todos (2:9).

La ley de la verdad (2:6) estaba en la boca del Señor Jesús. Pero nuestras palabras lo cansan (2:17), si no son la expresión de un corazón que lo ama. No son más que repeticiones vacías (Mat. 6:7).

2 - La relación con los demás – Respeto al matrimonio

Jehová hace una pregunta muy seria: «¿Por qué, pues, nos portamos deslealmente el uno contra el otro? (2:10). La deslealtad, por desgracia, se manifiesta con frecuencia incluso entre los hijos de Dios. Es una abominación a Sus ojos. Cuidemos nuestro espíritu (2:15).

A lo largo de esta parte del libro se repite la palabra «deslealtad». Dios es traicionado, su santuario profanado por los matrimonios infieles (2:11-12). Para Israel, casarse con «la hija de un dios extraño» es despreciar su consagración a Dios. Si hoy en día un cristiano se casa con un incrédulo, lo que desgraciadamente se ha hecho frecuente, está desobedeciendo formalmente al Señor. Está dañando a sus hermanos y hermanas en la fe. También es desleal con su esposo o esposa, haciéndole creer que los mandatos divinos son de poca importancia (2 Cor. 6:14; 1 Cor. 7:39). También se puede actuar con deslealtad hacia el cónyuge (2:13-14). Actuar con malicia y falsedad con «la mujer de tu pacto», es decir, con la que nos comprometimos el día de nuestra boda.

A pesar de las grandes muestras externas de piedad –un altar cubierto de lágrimas y gemidos–, Dios expone esta deslealtad: «Aborrece el repudio». Este es uno de los grandes peligros de nuestro tiempo. Cada vez más trivializado por el mundo, el divorcio no es algo trivial para Dios. Al hacerlo, el hombre busca destruir Su obra y se opone a Su mente (Mat. 19:5). Detrás del escenario, el Enemigo está trabajando, y el hombre es una mera marioneta en su mano. Alguien ha dicho: “Satanás busca primero alejarnos de Dios, luego separarnos unos de otros y finalmente dividirnos en familias”.

3 - Cauterización de la conciencia

En ausencia de un auto juicio serio, la conciencia se cauteriza. Incluso llega a decir: «¿En qué le hemos cansado?» Jehová, que escudriña «la mente y el corazón» (Jer. 11:20), responde: «En que decís: Cualquiera que hace mal agrada a Jehová, y en los tales se complace; o si no, ¿dónde está el Dios de justicia?» (2:17).

Desafiando las Escrituras, se acusa a Dios de favorecer a los malvados. Se cuestiona su justicia, e incluso su capacidad de intervención. Esto es una terrible provocación, una revuelta abierta contra Dios. En la prueba, ¿nos sometemos al Señor o estamos dispuestos a acusarle de no intervenir? A través de nuestras pruebas, Dios nos forma y nos lleva al arrepentimiento. Debemos confiar cada vez más en su bondad.

4 - Dios interviene

Malaquías significa «mensajero de Jehová». El Señor da este título a Juan el bautista. Estaba encargado de preparar el corazón de Su pueblo ante Él (Mat. 11:10). Repetía: «Arrepentíos; porque el reino de los cielos se ha acercado» (Mat. 3:2).

El rechazo del Mesías suspendió el curso de la profecía. Pero pronto el Señor reanudará sus caminos con los hijos de Leví: completará su obra de refinamiento y purificación. Vendrá repentinamente a su templo, para ejercer el juicio. Surge entonces una pregunta seria: «¿Quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste?» (3:1-2; Zac. 13:9). Es una cuestión aleccionadora para aquellos que tan pretenciosa e irónicamente reclaman la pronta aparición del Juez soberano.

Actualmente nos encontramos en el “paréntesis de la gracia”. Las naciones, que antes estaban sin Dios en el mundo, ahora son hechas cercanas por la sangre de Cristo (Efe. 2:13). La buena noticia de la paz se anuncia a los que estaban lejos –las naciones– y a los que estaban cerca –Israel. Piedra tras piedra, la Iglesia es edificada, para ser una morada de Dios por el Espíritu (Efe. 2:22).

Sin embargo, el tiempo de la paciencia de Dios está llegando a su fin. Ha llegado el momento de comenzar el juicio con la Casa de Dios (1 Pe. 4:17). El Señor va a venir a tomar su Iglesia antes de la gran Tribulación. Pero antes de eso, Dios está haciendo un trabajo cuidadoso, paciente, en los suyos. En su amor, quiere conformar a sus redimidos a la radiante imagen moral de su Hijo (Rom. 8:29). Si somos hijos de Dios, no estaremos exentos de la disciplina que reina en Su familia (Sal. 119:75). Para realizar esta obra en nosotros, Él se sienta. No se cansa ni se apresura (Is. 42:4; 2 Cor. 3:18).

La actividad de un artesano fundidor, ocupado en purificar el mineral de plata u oro, ofrece una notable ilustración de la obra divina. El refinador permanece junto al crisol mientras el metal esté en fusión. El Señor sabe regular nuestras circunstancias, a veces avivando el fuego de la prueba para liberarnos de cualquier aleación impura, pero permanece cerca de sus amados durante la prueba (1 Pe. 1:7; 4:12).

Otra imagen la acompaña: es el «jabón de lavadores». Este es un aspecto ligeramente diferente de la actividad del Señor para nuestro bien. El lavandero era un artesano que prensaba la tela o la golpeaba enérgicamente para desengrasarla. Utilizaba un detergente natural, el jabón (potasa o lejía), que penetraba en el tejido. Las impurezas podían entonces ser lavadas por el agua. Esta obra penetrante de la Palabra es necesaria para limpiar las profundidades del alma (Efe. 5:26; Prov. 20:30).

5 - El resultado final

A continuación, Dios presenta a algunos creyentes ocultos que formaban parte de su tesoro especial. ¿Estamos hoy entre los que temen al Señor, los que piensan en su nombre? Hablan de Él y esperan su regreso (3:16).