La rectitud
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(Fuente autorizada: creced.ch – Reproducido con autorización)
David fue calificado por Dios como un hombre conforme a su corazón (1 Sam. 13:14; Hec. 13:22). ¿Qué se requiere de una persona para que Dios pueda decir de ella que es conforme a su corazón? «Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios» (Miq. 6:8). La justicia, la misericordia y la humildad deben caracterizar al hombre conforme al corazón de Dios.
Las Escrituras resaltan de un modo especial la rectitud de David. Numerosas veces es mencionada en la historia de los reyes de Israel y de Judá, ya sea como en el caso de Abiam, para decir que anduvo en todos los pecados de su padre y que su corazón no fue perfecto con Jehová su Dios, como el corazón de David su padre (1 Reyes 15:3), ya sea para decir de Amasías: «Y él hizo lo recto ante los ojos de Jehová, aunque no como David su padre» (2 Reyes 14:3); o bien para distinguir a aquellos que le imitaron: Asa (1 Reyes 15:11), Ezequías (2 Reyes 18:3), Josías (2 Reyes 22:2).
Dios puso a David como modelo para Salomón: «Y si tú anduvieres delante de mí como anduvo David tu padre, en integridad de corazón y en equidad» (1 Reyes 9:4). David se hallaba penetrado de la bondad divina; la proclama, la exalta y la celebra en los Salmos, de un extremo al otro; la ama y se aplica a tenerla con personas indignas, como Mefiboset: «¿No ha quedado nadie de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia de Dios?» (2 Sam. 9:3). Además, unía a su rectitud y a su bondad la humildad. En presencia de Jehová, dijo: «Señor Jehová, ¿quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí?» (2 Sam. 7:18). «Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes?» (1 Crón. 29:14). Añade también: «Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la rectitud te agrada». «Porque Jehová ama la rectitud» (Sal. 37:28). «He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo» (Sal. 51:6). «El camino del justo es rectitud; tú, que eres recto, pesas el camino del justo» (Is. 26:7).
La justicia o rectitud es la veracidad en nuestros actos, nuestras palabras, nuestros pensamientos, nuestras relaciones con Dios y con los hombres. Excluye la hipocresía, la mentira, el engaño, la astucia, la adulación.
Un corazón hipócrita es aquel que no se juzga a sí mismo, que se hace mejor de lo que es, que oculta sus malos pensamientos, que se atribuye cualidades que no tiene, limpia, como diría el Señor, lo de fuera del vaso y del plato, mientras el interior está sucio.
La mentira: «Los labios mentirosos son abominación a Jehová» (Prov. 12:22). «Aparta de mí el camino de la mentira» (Sal. 119:29). «Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo» (Efe. 4:25). «Estas son las cosas que habéis de hacer: Hablad verdad cada cual con su prójimo; juzgad según la verdad» (Zac. 8:16). «No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos» (Col. 3:9).
No olvidemos que el diablo es el padre de la mentira; él es mentiroso (Juan 8:44); por medio de la astucia y la mentira arrastró al hombre al pecado.
«Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso» (Jer. 17:9). Si Dios nos dice en su Palabra, por un lado, cómo es el corazón del hombre, y por otro, cuánto aprecia la rectitud y cuánto aborrece la hipocresía y la mentira, es para que, en todas las cosas, incluso en las más insignificantes, velemos por la pureza de nuestros actos e intenciones, pues Dios escudriña nuestro corazón y su Palabra discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. ¡Nos inclinamos tan fácilmente, cuando se trata de nuestros intereses o del logro de algún otro beneficio, a no decir la verdad, a alterarla o a disimularla!
En lo tocante a las relaciones familiares, ¡qué importante es no actuar con disimulo entre los esposos y no engañar nunca a los hijos, ya sea con amenazas que no se piensa llevar a cabo, ya sea para evitarse dificultades o facilitarse las cosas! En los negocios, ¿no es algo corriente la falta de integridad? ¿Está tranquila nuestra conciencia cuando imitamos al mundo? Por el contrario, ¡qué tranquila está cuando todo se hace a plena luz! En el capítulo 26 de Isaías hallamos reunidas estas dos verdades: «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera» y «el camino del justo es rectitud» (v. 3, 7).
En nuestras relaciones entre hermanos, la rectitud ¿no debe consistir en abrirles por completo nuestro corazón, de manera que tengamos con ellos plena libertad y una total comunión en amor, sin guardar nada que pueda dividirnos o que pese sobre nuestros corazones?
Y ante Dios, que nos examina, que nos conoce y nos ama, un corazón íntegro buscará su parecer acerca de cualquier cosa, para obedecer, y se juzgará con una conciencia delicada, confesándole sus faltas.
Israel engañaba a Jehová al ofrecer animales cojos: «Maldito el que engaña, el que teniendo machos en su rebaño, promete, y sacrifica a Jehová lo dañado» (Mal. 1:14). Al mentir Ananías y Safira a los apóstoles, no solo mintieron a los hombres sino a Dios.
«Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; pero Jehová pesa los corazones. Hacer justicia y juicio es a Jehová más agradable que sacrificio» (Prov. 21:2-3).
No mintamos ni a los hombres ni a Dios; sigamos la senda del justo, que es la integridad en el amor y la humildad, el camino de Cristo, quien es la verdad.
«Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida» (Prov. 4:23).