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El desinterés respecto a Cristo


person Autor: John Nelson DARBY 85

flag Temas: Sus glorias morales, las ofrendas y los perfumes La prenda del cristiano


Una cosa me llamó particularmente la atención cuando el Señor abrió mis ojos por primera vez: nunca encontré a Cristo haciendo una sola cosa para sí mismo. Este es un principio inmenso. En toda la vida de Cristo no hubo un solo acto hecho para servirse o complacerse a sí mismo. Una corriente ininterrumpida de amor bendito, perfecto e indefectible fluía de él, cualquiera que fuese la contradicción de los pecadores –un asombroso e inquebrantable testimonio de amor, simpatía y ayuda; pero siempre eran otros, no él mismo, los que eran consolados, y nada podía cansarlo, ni desviarlo. Hoy el principio del mundo es hacerse el bien a sí mismo (Sal. 49:18). Los hombres saben que deben depender de la energía del egoísmo. Todos los que conocen algo del mundo lo saben. Sin ella, el mundo no podría seguir adelante. ¿Cuál es el honor del mundo? El egoísmo (el ego). ¿Cuál es su riqueza? El yo (el ego). ¿Cuál es la fuente del progreso en el mundo? El yo. Estas no son más que múltiples formas de la misma cosa; el principio que anima al hombre en cada una de estas formas es el espíritu de búsqueda de sí mismo. Los asuntos de este mundo son la búsqueda de sí, y los placeres del mundo no son más que placeres egoístas. También son placeres penosos y agotadores, pues no podemos escapar de un mundo en el que Dios ha dicho: «Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado» (Gén. 3:19). El trabajar para sí mismo es penoso; pero si un hombre descubre alguna vez que la búsqueda activa de sí mismo es una fuente de problemas y cansancio, y después de procurarse los medios para prescindir de ella, la abandona, ¿qué ocurre entonces? Simplemente adopta otra forma del mismo espíritu de egoísmo y se vuelve hacia la facilidad egoísta.

No hablo aquí del vicio y del pecado grave (todos admitirán seguramente que esto es contrario al espíritu de Cristo), sino de toda la conducta del mundo. Tomemos al hombre honesto y moral del mundo, ¿es él la «carta de Cristo»? (2 Cor. 3:3). ¿Hay en él un solo motivo semejante al de Cristo? Puede hacer las mismas cosas; puede ser carpintero como está escrito que lo fue Cristo (Marcos 6:3); pero no tiene un solo pensamiento en común con Cristo.

Contraste absoluto entre Cristo, puro en sus motivos interiores, y el hombre pecador

Por fuera, el mundo persigue su religión y su filantropía. Hace el bien, construye sus hospitales, da de comer al hambriento, viste al desnudo, etc.; pero los resortes interiores de su acción no son los de Cristo. Todos los motivos que gobernaron a Cristo a lo largo de su vida no son los que gobiernan a los hombres; y los motivos que hacen que el mundo siga adelante no son en absoluto los que se encuentran en Cristo.

El incrédulo puede poseer en cierto sentido cierta belleza moral, e incluso el egoísmo puede deleitarse en el altruismo; pero solo el verdadero cristiano puede y debe «revestirse de Cristo» (Rom. 13:14). Jesucristo hacía el bien todo el día. No hubo un momento en que no estuviera dispuesto, como siervo en gracia, a satisfacer las necesidades de los demás. No hay que creer que esto no le costaba nada. No tenía dónde reclinar la cabeza; tenía hambre y estaba cansado; y cuando se sentaba, ¿dónde estaba? Bajo el sol ardiente, al borde de un pozo, mientras sus discípulos iban a la ciudad a comprar pan. ¿Y qué ocurrió entonces? Estaba dispuesto a acoger a una pobre y vil pecadora que acudía a él aunque tuviera hambre, actuando como si no estuviera débil ni cansado. Nunca estaba en reposo ni tranquilo. Conocía todas las pruebas y angustias en las que el hombre está sumido a causa del pecado, ¡y mirad cómo caminaba! Daba pan a los demás, pero no tocaba ni una piedra para hacer pan para sí mismo.

En cuanto a los motivos morales del alma, el hombre del mundo no tiene ningún principio en común con Cristo. Si, pues, el hombre del mundo ha de leer en el cristiano el carácter de Cristo, es evidente que el mundo no puede leer nada semejante en sí mismo, porque no es cristiano; no está en absoluto en el camino del cielo, y cada paso que da no hace sino alejarse más y más de ese objeto. Cuando un hombre toma el camino equivocado, cuanto más avanza, más se extravía.


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