Índice general
La fe, la esperanza y el amor para un día malo
Judas 20 - 25
Autor:
Los últimos días, la última hora del actual periodo de la gracia
Tema:1 - Presentación de la Epístola de Judas
Quizá no haya Epístola más solemne que la de Judas, que denuncia la marea de corrupción que el Espíritu Santo vio a punto de invadir la cristiandad. No hay ninguna que exponga de manera más llamativa, aunque con pocas palabras, los rasgos religiosos sobresalientes de esa cristiandad, la deshonra que trae a Dios y su segura condenación en la venida de nuestro Señor. Pero es notable que incluso cuando el Espíritu Santo aborda un tema tan doloroso como necesario, no lo hace sin antes abrir la Epístola con una declaración muy dulce y sencilla de nuestra bendición en Cristo, y cerrarla con palabras triunfantes. Así vemos que nada es más falso que la idea que sugiere que el amor, la santidad, la fe o la búsqueda de la gloria de Dios se enfrían o se debilitan porque abunda el mal. Puede ser así. Es nuestra tendencia natural, pero el Espíritu de Dios no lo consiente. Al contrario, estoy seguro de que este mismo pasaje indica que el Espíritu Santo querría que los hijos de Dios estuvieran animados por una mayor seriedad, tomando conciencia del mal que les rodea.
2 - La insistencia sobre lo que es debido a Dios por los santos en tiempo de apostasía
Es sorprendente que, si hay un pasaje en el que, más que en ningún otro, se insiste en lo que se debe a Dios por medio de los santos en un tiempo como este, ese está en la Epístola de Judas. Es allí y no en otra parte donde la fe es llamada nuestra «santísima fe». Pedro, en su Segunda Epístola, donde habla de los burladores, dice: «Los que han recibido una fe tan preciosa como la nuestra» (2 Pe. 1:1). Tal fe no debía ser despreciada, como la incredulidad y la enemistad hacia Dios lo hacían.
3 - El peligro de ceder al mal y al desaliento
Existía el peligro de ceder al mal, y de pensar que las cosas estaban en tal estado que nada podía cambiarse. Por eso el Espíritu Santo, después de haber pintado un cuadro muy sombrío en los primeros versículos (v. 5-16), dice: «Pero vosotros, amados», en lugar de ceder a estos pecados y peligros, «edificándoos sobre vuestra santísima fe y orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, para vida eterna» (v. 20-21). En otras palabras, anima a los santos a convencerse de que ahora poseemos, como nunca antes, todo lo relacionado con la gloria moral de Dios y la bendición de su pueblo. La verdad es que los tiempos de grandes bendiciones externas no son los mejores para los santos. Es fácil ser profeta entre los profetas, fácil ser feliz en medio de un pueblo bienaventurado, fácil hablar de Cristo a los que le aman; pero es cuando surgen las dificultades, cuando aumentan las pruebas, las pérdidas, las tentaciones y las seducciones de Satanás, cuando se puede comprobar si el corazón prefiere a Cristo a cualquier otra cosa.
4 - Los santos están llamados a estrechar sus lazos
Aquí encontramos el precioso hecho de que se puede ser feliz incluso cuando se está rodeado por el mal. No hay razón para que no seamos plenamente felices en el Señor, aun cuando abunde el mal. No quiero decir que no haya también tristeza –y ciertamente esta tristeza se sentirá tanto más cuando el alma es feliz. Pero no hay circunstancia en el estado de la cristiandad donde los santos no puedan edificarse ellos mismos sobre su santísima fe. «Pero vosotros, amados», es un lenguaje que implica una comunidad de sentimientos, afectos y deseos; y sin duda también de aflicciones; pero no se desaniman, tienen la ayuda del Espíritu Santo en estos tiempos difíciles.
5 - Volver los ojos hacia Dios y hacia el Señor
No dicen, como algunos en el pasado: “No hay esperanza”, «Librados somos; para seguir haciendo todas estas abominaciones» (Jer. 7:10), sino que miradas se vuelven de la Iglesia hacia Dios y hacia su Hijo; y, en consecuencia, todo se vuelve luminoso para la fe. Por el contrario, cuando una gran gracia descansaba sobre todos, corrían el peligro de mirar todo lo había aquí abajo y estar ocupados de los frutos de la gracia en ellos. Siempre es así en un momento de gran bendición exterior; no es entonces cuando vemos los frutos más reales de la fe y de la separación por Dios. La intensidad del poder, si puedo decirlo así, se pierde en su amplitud y alcance; por otra parte, la ayuda del Espíritu de Dios llega en los momentos difíciles.
6 - No quejarse ni murmurar
Esto es muy alentador. Si nuestra fe es débil, cuando las cosas no salen como deseamos, nos quejamos y murmuramos fácilmente. Esto no debe ser así. Cuando el mal aumenta, estas expresiones de descontento nunca ayudarán a un alma a salir de su bajo estado; en lugar de morar en su condición, murmurando –tal vez incluso contra Dios o los hijos de Dios, debemos estar delante de Dios, y tratar de traer de vuelta a los que se han extraviado. Si lo hiciéramos, estoy seguro de que la bendición y el poder de Dios se manifestarían de maneras que apenas podemos imaginar. Aquí es donde todos fallamos. Pero este fallo, común a todos en cierta medida, puede ser grave en algunos, por lo que es importante que evitemos la trampa de comparar nuestro espíritu con el que el Espíritu Santo comunica a los santos.
7 - Los recursos de los fieles
Después de haberlo expuesto todo –y recordemos que Dios siente el mal según el carácter de la santidad divina– dice: «Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe» (v. 20). En otras palabras: tenéis que saber estas cosas, no para que os abatáis y desesperéis ante todo este mal, sino para que miréis hacia arriba. ¿Es vuestra fe menos santa? ¿Vamos a aflojarnos y decir?: ¡Tenemos que bajar nuestros estándares! Al contrario, cuanto mayor es el mal, más diligentes y cuidadosos debemos ser, para que no haya cosas profanas o impías, ni broten raíces de amargura.
«Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe y orando en el Espíritu Santo» (v. 20). No ha desaparecido; sigue siendo la fuerza para mirar a Dios en intercesión y oración.
«Conservaos en el amor de Dios». Dios estaba allí, no solo en su amor particular por su pueblo, sino en la actividad de ese amor que sale en busca de las almas, con el fin de fortalecer a los santos en su amor por los demás; no solo en su amor por Dios, sino también en el amor de Dios por ellos, y también por los demás. Este parece ser el sentido más amplio del amor de Dios. Por supuesto, significa que Dios nos ama, pero también incluye el hecho bendito de que, sea cual sea el estado del mal, mientras el Señor deje a su Iglesia en la tierra, hay lugar para esa energía de amor hacia los demás.
8 - La esperanza en la venida del Señor
«Esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, para la vida eterna» (v. 21).
Es decir, que él espera el cumplimiento de todas las cosas en la gloria, cuando, por la gracia de Dios, la vida eterna tendrá su coronación. Esto no es solo esperanza, sino también misericordia. Incluso cuando se trata de venir en gloria, todo es misericordia; y puedo verlo como misericordia, incluso en tal estado de cosas.
9 - Los deberes, cuidar de las almas, reprender y salvar
Si esto es así, ahora también entendemos por qué Dios nos da instrucciones sobre cómo tratar con el mal que nos rodea. «A los que contienden, reprended; salvad a otros, arrancándolos del fuego; de otros tened compasión». Algunos dirán que esto es ser parcial, y que no está bien; pero Dios nos llama a actuar de manera diferente en los distintos casos, y esto requiere una conciencia ejercitada. Debemos velar de no hacer diferencias según los criterios que nos gustan, sino según lo que Dios nos pide que hagamos. Nada requiere una conciencia más ejercitada que eso. Los santos tienen muy a menudo costumbres, una regla única para actuar con todos: pero no es así como Dios hace las cosas. En los diversos casos que se presentan a los santos, hay que sopesar y tener en cuenta un gran número de circunstancias, principios y estados de ánimo. No hay 2 personas iguales ni que deban ser tratadas de la misma manera, por lo que es afortunado e importante tener como guía la Palabra de Dios, y no una regla que se aplique siempre exactamente igual. No tenemos una regla rígida, sino una Palabra divina que establece precisamente lo que no le gusta a la carne. Por supuesto, sería más fácil tener una rutina para ahorrarse el trabajo, pero eso no está de acuerdo con el Espíritu de Dios, que ejercita a los santos en todos los casos, ya sea para reconocer a los cristianos o la obra de Dios. Puede haber casos en los que la obra de Dios sea más manifiesta, y otros en que lo sea menos. Nada sería menos sabio que ponerlo todo al mismo nivel.
10 - Hacer la diferencia entre los que están en el error y los que han inducido en error
Una vez más, si se trata del mal, tenemos que hacer diferencias. Dos casos pueden parecer muy similares; pero si los examinamos de cerca, encontraremos una diferencia muy grande entre ambos. La verdadera manera de examinar todas estas cuestiones es ver lo que la Palabra de Dios dice sobre ellas y discernir qué principios del pensamiento de Dios están implicados.
Todo esto requiere espiritualidad y esperar en Dios. Esa es la verdad del asunto. Nada es más fácil que encerrarnos en un determinado patrón, ya sea muy rígido o laxo; mientras que el Señor quiere que no seamos ni lo uno ni lo otro, sino que seamos ejercitados y tengamos una conciencia iluminada por la Palabra de Dios, examinando cada caso según sus características y circunstancias particulares.
«A los que contienden, reprended; salvad a otros, arrancándolos del fuego» (v. 22-23). Es notable que, en ambos casos, es la actividad del amor divino la que busca liberar lo que se ha hundido en el mal. El Espíritu Santo no nos dice aquí cómo actuar en un caso en el que no hay esperanza, sino solo cuando el mal es más o menos pronunciado. Supone que los santos se edifican en su santísima fe y no se quedan ahí; piensan en los que están en un mal estado y se han vuelto atrás; su deseo es que estén con Dios, plenamente restaurados.
No siempre es así en nuestro caso. Si alguien ha deshonrado al Señor, ¿no sentimos a menudo el mal que se nos ha hecho, hasta el punto de sentirnos aliviados de liberarnos de tal persona? Los santos, después de haber mostrado apoyo y paciencia a alguien, pueden verse impulsados a actuar con disciplina, y el peligro puede ser que la pobre alma quede abandonada a su suerte, y tal vez incluso para siempre. No es esto lo que tenemos en estos versículos, donde vemos al alma preocuparse, siempre con el pensamiento de salvar –por la dulzura en un caso, y por esfuerzo serio en el otro. Puede que la persona misma no le agradezca que haya actuado tan enérgicamente con ella, pero es, sin embargo, el camino del amor, que va acompañado del horror al mal mismo. «Aborreciendo hasta la ropa contaminada por la carne» (v. 23). El amor no tolera el mal; es todo lo contrario de la indiferencia.
11 - El gran triunfo de la gracia y del poder de Dios al final, a pesar del mal
Pero el final de todo es bendito. A pesar de los aparentes triunfos de Satanás, el cristianismo yendo de mal en peor y atrayéndose al final la venganza divina, hay para los que se conservan en el amor divino, esta gozosa palabra final: «Al que os puede guardar sin caída, y presentaros sin mancha ante él, con gran alegría, al único Dios, nuestro Salvador, mediante Jesucristo nuestro Señor, ¡sea gloria, majestad, dominio y autoridad, desde antes de todo siglo, ahora y por todos los siglos! Amén» (v. 24-25). ¿Podría haber una palabra más alentadora si la Iglesia estuviera sin mancha? Nos está claramente dada para nuestro beneficio, en el momento en el que estamos a punto de encontrarnos con el Señor viniendo del cielo, porque Judas llega hasta ese momento, e incluso prevé el juicio que seguirá.