Algunos consejos a mis hermanos para el tiempo presente


person Autor: John Nelson DARBY 85

flag Tema: La Iglesia o la Asamblea


Si me preguntan qué tienen que hacer los hijos de Dios en las actuales circunstancias de la Iglesia, mi respuesta es muy simple.

1 - ¿Cómo reunirse hoy aparte del mundo?

Tienen que reunirse en la unidad del Cuerpo de Cristo, al margen del mundo. Esto no es solo una necesidad generalmente sentida, sino un principio de gran importancia en este tiempo de ruina, y el que es guiado por el Espíritu Santo no dejará de encontrarlo en la Palabra de Dios. Una vez encontrado, obedecerlo se convierte en un deber para la conciencia, y cuanta más luz tengamos, más estaremos convencidos por él. Para obrar según nuestra conciencia, según las Escrituras, solo necesitamos la fe, ese principio enérgico que solo mira a la voluntad de Dios, y nunca a las circunstancias o a las dificultades.

El sentimiento de que seremos preservados del juicio que caerá sobre la cristiandad dará seriedad, humildad y firmeza a nuestro progreso. Recordemos que Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes.

2 - La presencia divina en medio de los 2 o 3

Cuando se trata de los detalles de la reunión, presten mucha atención a la promesa del Señor: «Donde dos o tres se hallan reunidos a mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mat. 18:20). Esto es lo que necesita el corazón que ama a Dios y está cansado del mundo. Contad con esta promesa del Señor, hijos de Dios, seguidores de Jesús: Si 2 o 3 de vosotros se reúnen en su nombre, él estará allí. Allí es donde Dios ha puesto su nombre, como lo hizo en su templo de Jerusalén. No necesitáis nada más que reuniros con fe. Dios está en medio de vosotros, y veréis su gloria. ¡Cuánto nos ha bendecido este Dios de amor por la sencillez de su trato con nosotros! No penséis que tenéis que construir palacios espirituales para que Dios venga a habitar entre vosotros: si 2 o 3 se reúnen a su nombre (el de Jesús), puede que sea una pobre tienda de campaña, pero Dios estará allí. No pretendáis construir palacios cuando todo lo que tenéis es material para chozas.

3 - El partimiento del pan

Si Vds. tienen al Señor mismo, tienen todo lo que necesitan. Al que tiene, se le dará más. Recuerde también que, cuando los discípulos se reunían, era para partir el pan (Hec. 20:7): «El primer día de la semana», dice, «como estábamos reunidos para partir el pan». 1 Corintios 11:20-21, nos muestra lo mismo. «Cuando, pues, os reunís, esto no es comer la Cena del Señor; porque al comer, cada cual se adelanta a tomar su propia cena; uno tiene hambre, y otro está embriagado». Se estaba abusando de la Cena, y el apóstol corrige este abuso. Pero podemos ver en este pasaje que el propósito de su reunión en el mismo lugar era comer la Cena del Señor.

Debe ser siempre una cosa dulce para los discípulos recordar el amor de Aquel que, «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Juan 13:1). Al principio, los discípulos tomaban la Cena todos los días en sus casas. Las dificultades para distribuir la Cena son imaginarias. Como el apóstol dice en cuanto al cabello (1 Cor. 11:14-15), la naturaleza también puede enseñarnos aquí. La Cena debe celebrarse como es debido, cada cristiano lo sentirá. Si no son muchos, y están todos colocados en las mismas circunstancias, la cosa es fácil, mientras que una gran asamblea no se forma en un instante, y siempre hay personas conocidas que gozan de la consideración de los hermanos, todos designados para partir el pan. Pero en cuanto a una diferencia esencial de derecho, no la hay; solo que es un deber para con Dios celebrar de manera adecuada una institución del Señor tan preciosa para la Iglesia. Solo la carne trata de servirse de las ordenanzas del Señor para exaltarse por encima de sus hermanos y atribuirse importancia; y la carne es siempre mala.

4 - Un hermano que alimenta al rebaño de Dios es una bendición en una asamblea

Si en la reunión de los santos, Dios envía o suscita a alguien que pueda apacentar almas, recibámoslo con alegría y agradecimiento de parte de Dios, según el don que le ha sido dado, y honremos así al Señor en su don. Procuremos también dar testimonio de amor a los que nos rodean, para que escapen a la ira venidera. Cuando Dios suscita de entre los congregados a un hermano que pueda exhortar, o ejercer algún otro don, que lo haga con sencillez, por el bien de todos, cuidando mucho de sí mismo, para que su actividad no se convierta en una trampa para él. Siempre es peligroso para un cristiano de estar puesto delante. No debe olvidar que no deja de ser un simple hermano, porque tiene un don, y este don le hace siervo de todos.

5 - Solo la dirección del Espíritu Santo, y no hacer ningún reglamento

No hagan nunca ningún reglamento; el Espíritu Santo les guiará si Vds. se apoyan en él, y si esperan en Dios, que siempre es fiel. Procuren impregnarse tanto del espíritu como de la letra de las Escrituras, y actúen en cada caso bajo la dirección del Espíritu Santo, remitiéndose siempre a la Palabra. Dios suscitará ayudantes si es necesario. Todo lo que necesita es fe.

6 - La disciplina y la manera de ejercerla

En cuanto a la disciplina, recordad que la exclusión (de la comunión) es el último recurso. Los hijos de una familia pueden verse obligados, según la sabiduría de su Padre, a rechazar cualquier conversación con uno de sus hermanos, pero el corazón comprende con qué espíritu debe hacerse esto. Mantener la santidad de la mesa del Señor es un deber positivo para con Cristo mismo. Puede haber casos en que uno odie la manifestación del pecado (Judas 23); pero, por otra parte, cuídese de un espíritu judicial como el de un tribunal, pues tiene que salvar a esas almas, arrebatándolas del fuego. Quien mejor se conoce a sí mismo, y quien más amor tiene, no deja de ejercer la disciplina cuando se ve obligado a ello, pero lo hará como en nombre del corazón herido de Cristo que ama a pesar de todo, y sin perder el sentimiento de que la carne también está en él. Además, si se trata de excluir de la comunión, todos deben participar en ella, no porque tengan derecho a hacerlo (¡qué espíritu es el de un niño que insistiera en su derecho a participar en la exclusión de uno de sus hermanos!), sino porque la conciencia de todos debe ser purificada, y que toda la asamblea debe estar, por este acto, separada de un pecado que exige exclusión.

7 - Los cuidados al rebaño de Dios, velar sobre las almas y alimentarlas

Si Dios suscita en medio de vosotros personas que velen por las almas, que, celosas de verlas responder a la gracia de Cristo, las alimentan con esa gracia, y abogan por ellas y con ellas, este es un don precioso del Señor.

Si Dios suscita varios hermanos para apacentar su rebaño, y ellos trabajan con pocos dones, tal vez, pero con amor, y con sentimiento de responsabilidad, y por consiguiente humildad, que siempre tendrán los que son verdaderamente enviados por el Señor, procuren ayudarse mutuamente en sus trabajos, orar juntos al respecto, y beneficiarse de los consejos los unos de los otros. Esta confianza es muy preciosa, y el que es humilde y busca verdaderamente el bien de las almas estará siempre muy contento de beneficiarse de ella. Esto nunca nos quitará nuestra responsabilidad individual, pero a menudo nos ayudará a satisfacerla para el bien de la Iglesia y la gloria de Cristo. Que cada uno recuerde al mismo tiempo que, si Dios emplea a uno de sus hijos para trabajar en la Iglesia, es para que sea, aunque liberado de todo, y responsable ante Cristo, el servidor de todos. Quien sale de esta posición, abandona su deber y su privilegio.

8 - Actuar siempre en dependencia de Dios

Recordemos siempre que Dios nos quiere bajo su dependencia, y que cualquier esfuerzo por apartarnos de la dependencia de Aquel que es nuestra única salvaguardia y apoyo, es solo fruto de la carne que quiere estar a gusto en el mundo.

9 - Advertencia contra la independencia

Busquemos la comunión de los hermanos en el amor; aprovechemos todo lo que Dios nos concede, y seamos obedientes en todo lo que concierne a nuestra conducta individual, distinguiendo entre esta obediencia y la pretensión de hacer lo que requiere un poder superior al que poseemos. La reunión de los hermanos en el amor, y su separación práctica del mundo, son los 2 grandes principios de bendición. En cuanto a nuestro propio estado en relación con estos principios, seamos humildes ante Dios, y sintámonos responsables ante él del estado en que nos encontramos.

10 - La responsabilidad individual y la conciencia

Recordemos, al considerar la cuestión de la responsabilidad, que no se trata de potestad; este es un principio que todo cristiano admitirá con respecto al hombre pecador. Es responsable del estado en que se encuentra, aunque sea incapaz por sí mismo de salir de él. Es responsable del mal actual en el que se conduce. Lo mismo vale para la Iglesia. Por eso, siempre es nuestro deber dejar de hacer el mal y aprender a hacer el bien. Si aún no sabemos hacer el bien, al menos debemos dejar de hacer el mal, al menos debemos dejar todo aquello que nuestra conciencia condena. Entonces Dios nos enseñará a hacer el bien. Quien es fiel en dejar el mal sobre el que su conciencia está iluminada, no tardará en encontrar la luz para seguir avanzando por el camino del bien, porque Dios es fiel.

11 - Un principio fundamental de la unidad es la separación del mal

Toda unión verdadera se funda en la fidelidad a separarse de un mal conocido. Sin esto, la unión no es más que una mezcla de bien y de mal, unión que Satanás ama con todo su corazón, y que Dios odia. Desde que el pecado entró en el mundo, Dios reúne en torno a él a quienes separa del mal existente, actuando sobre la conciencia de ellos, por su Espíritu, y esto incluye toda forma de mal, porque el juicio de Dios se extiende a este.

La unión, tal es el propósito de Dios, pero no puede unirse con el mal, y no puede unirnos con él mismo sin separarnos del mal en el que nos encontramos. Esto se aplica, como principio de vida, a toda conducta de los cristianos.

12 - La Palabra de Dios como guía y consejo, la fe en las Sagradas Escrituras

Vds. cristianos, que toman la Palabra como guía y consejo, que encuentran en ella un don precioso de Dios y una luz perfecta para cada caso que se presenta, no se desanimen. Si encuentran oposición y si el número de los que quieren seguir este camino es reducido, no se sorprendan: «No todos tienen la fe» (2 Tes. 3:2).

Y también, allí donde hay fe, cuántas cosas, por desgracia, tienden a oscurecer la vista espiritual, a impedir que el ojo sea claro, a hacernos decir: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre» (Lucas 9:59).

Sin embargo, la fe es siempre bienaventurada; un ojo claro goza siempre de la dulce y preciosa luz de Dios. La Palabra es perfectamente suficiente; es suficiente, no solo para salvar al hombre, sino también para hacerlo sabio para la salvación y, además, para hacerlo completo y preparado para toda buena obra.

Quienquiera que sean, queridos y amados hermanos, confíen en esta Palabra. Solo recuerden que, para beneficiarse de ella, necesita la ayuda y la instrucción del Dios vivo. No podrían aprender a conocer la gracia y la verdad en ella, ni cómo usarla, a menos que el Espíritu de Dios les instruya. Todo el lenguaje, todos los pensamientos de la fe, de la vida cristiana se encuentran en ella; y Vds. tienen, para gozarlos, los cuidados de un Maestro vivo y divino. Ella es, esta Palabra, la espada del Espíritu.

13 - Los 3 puntos que caracterizan a los opositores; aferrarse a las verdades de la Escritura

Encontrarán siempre que los que se oponen a una conducta que reivindica la Palabra de Dios como autoridad en todas las cosas, cualesquiera que sean la apariencia y las formas de su piedad y el celo que los impulsa, dejan de lado o rechazan, y no comprenden las siguientes verdades:

Primero, la doctrina de la Iglesia de Dios, el Cuerpo de Cristo, uno en la tierra, la Esposa del Cordero.

Segundo, la presencia y el poder del Espíritu de Dios, obrando en los hijos de Dios y dirigiéndolos; especialmente, la presencia del Espíritu Santo en el Cuerpo, la Iglesia aquí, obrando y dirigiendo a todos sus miembros, en el nombre de Aquel que es su Cabeza.

En tercer lugar, la autoridad y la plena suficiencia de la Palabra de Dios.

Los cristianos de los que hablamos eluden, de un modo u otro, la autoridad de la Palabra de Dios. La admitirán como protestantes, pero la eluden como creyentes, como miembros de Cristo, como discípulos, y lo que organizan no fluye en absoluto de ella, como prueban sus constituciones eclesiásticas. También verá que, entre estos cristianos, el clero sustituye al culto. En este último aspecto, debe haber algún cambio y algún progreso, porque el Espíritu de Dios produce necesidades en las almas, pero nunca encontrarán una respuesta verdadera y bienaventurada a estas necesidades, si no admiten con fe los principios recordados más arriba.

Para Vds., queridos hermanos, que han comprendido estas cosas, añadiré una advertencia:

14 - Las trampas que nos esperan, la seriedad de un camino en la presencia de Dios

Podemos tener estos preciosos conocimientos, necesarios para andar con inteligencia ante Dios (Efe. 5:15); pero podemos tenerlo, jactarnos de él, proclamarlo, y con todo eso alejar a las almas modestas que quieren andar, y echarlas en manos de los que no quieren que anden de acuerdo con estos conocimientos. Nosotros mismos debemos caminar en la seriedad, en la modestia, en el amor que produce la presencia de Dios. Esto presupone la fe y la vida en el alma. Donde esto se encuentra, no faltan bendiciones para los que caminan en ella. Sin justificar la incredulidad o la oposición de los demás, si Vds. presentan la verdad de tal manera que no glorifique a Dios, les dan fuerza e influencia contra ella. Los principios no son suficientes; se necesita a Dios. Sin eso, aun los principios poderosos son solo una espada en la mano de un niño o de un borracho; sería mejor quitársela, o por lo menos no usarla hasta que esté sobrio. Mostremos los frutos de nuestros principios. Mantengámonos firmes en la verdad. Debemos estar firmes; cuanto más se oponen algunos a la verdad, tanto más profesan otros querer poseerla, y la acomodan, sin que su propia conciencia se someta francamente a ella, a las necesidades que ha producido en otras personas, y estos 2 casos se presentan tanto más cuanto más debemos mantenernos en el estrecho camino que la verdad ha señalado en la Palabra para nuestras almas, según la gracia y el poder del Espíritu Santo que nos ha santificado para obedecer a Cristo. Que nuestros corazones sean anchos y nuestros pies en el camino estrecho. A menudo, cuando se habla de amor, los corazones son estrechos, mientras que nuestros pies siguen el camino que les conviene. Esto es precisamente lo que hace que el corazón sea estrecho, porque la conciencia no está a gusto con ello, y no nos gustan los que lo ponen en evidencia. La presencia de Dios, y de esto se trata, da firmeza, sumisión práctica a la Palabra, confianza en los caminos de Dios, una confianza en Dios mismo, que tranquiliza el alma en medio de las dificultades del camino, y hace que no intentemos hacer prevalecer nuestros principios por medios indirectos o por medios humanos; esta presencia da, en fin, humildad y rectitud. Dios sabrá hacer valer estos principios allí donde actúa en su gracia. Lo importante, es que manifestemos su potestad; él hará todo lo demás.

15 - Lo que da fuerza a las verdades que Dios nos confía

Sí, queridos hermanos, la vida, la presencia de Dios, es lo que, por la operación del Espíritu Santo en nosotros y en los demás, da fuerza a las verdades que nos están confiadas, sean las que sean. Sería mejor que estas verdades no se abrieran camino, a que nosotros mismos saliéramos de la presencia de Dios para afirmarlas.

La necesidad de la unidad y de la acción del Espíritu Santo se hace sentir en todas partes. Vds. verán aparecer esfuerzos humanos para producir cosas que satisfagan esta necesidad. No se engañen, la Iglesia, el Espíritu, la Palabra, la espera práctica de Jesús, estas son las cosas que debe comprender ahora la verdad y el poder. Esperando la venida de Jesús, como objeto inmediato de los afectos espirituales, es de lo que tenemos que preocuparnos.

16 - Aferrarse a las cosas invisibles y eternas

Ahora, queridos hermanos, Dios sacudirá todo excepto el reino, que no puede ser sacudido. Todo será quitado, excepto eso. ¿Para qué edificar lo que su venida destruirá? Aferrémonos a la Palabra de su paciencia. Jesús no poseía, no posee todavía, el fruto del trabajo de su alma. Todo lo que no es esto perecerá: aferrémonos a lo que no debe perecer. Cualquier otra cosa nos distraería de este objeto. Es imposible que yo disfrute plenamente de la venida de Jesús como una promesa, si trato de construir cosas que su venida destruirá. Su Iglesia será arrebatada hacia él. Su Palabra permanece para siempre. Aferrémonos a ella. No perderemos nuestro trabajo (1 Cor. 15:30-32), ni la obra de nuestra fe, aunque esta Palabra sea por ahora la Palabra de su paciencia.

¡Cuántos acontecimientos, desde que se escribió esta Palabra, han venido a dar fuerza y realidad a las verdades que ella nos ha revelado sobre la Iglesia, el Espíritu, la Palabra y la espera práctica de Jesús! ¡Cuán felices somos de haber recibido en paz, por la fe, lo que los acontecimientos demuestran, y que se hace doblemente precioso en medio de todo lo que se despliega ante nuestros ojos! Y, ¡cómo fortalece nuestra fe ver que los acontecimientos confirman lo que, por la enseñanza del Espíritu, hemos creído y recibido como verdades!

17 - La venida del Señor Jesús como apoyo y esperanza, una espera fiel

Ante estos acontecimientos, ¡cuánto deben apreciar y realizar los cristianos, más que nunca, la venida del Señor Jesús! Será la alegría diaria de nuestras almas, y un poderoso medio para fortalecernos en la paz y en una conducta firme y cristiana. Sepamos aplicar el poder de esta venida a toda nuestra conducta. Recordemos que una herencia incorruptible, que no puede ser manchada, está reservada en el cielo para nosotros, que somos guardados por el poder de Dios, mediante la fe, para una salvación pronta a ser revelada. Y, mientras tanto, recordemos que Cristo dijo: «Mi reino no es de este mundo» (Juan 18:36), y que nosotros mismos, no somos de este mundo, como tampoco Cristo era de este mundo. Hemos muerto y resucitado con él. Apliquemos estos testimonios de la Palabra a toda nuestra conducta, recordando que nuestra burguesía está en el cielo, desde donde esperamos, como Salvador, al Señor Jesucristo que transformará el cuerpo de nuestra humillación en la conformidad del cuerpo de su gloria. Caminando en paz con Jesús, el Dios de la paz habitará con nosotros. Nada puede separarnos de su amor. Puede castigarnos si es necesario, pero nunca renuncia a la dirección de todo lo que nos concierne, y sin él no podríamos caminar ni sobre el mar tempestuoso ni sobre el mar tranquilo.

Guardados en la comunión del Señor, los principios de los que he hablado, lejos de disminuir en nuestros corazones el valor de las verdades elementales del Evangelio, las hacen infinitamente más preciosas, así como mucho más claras, y podremos proclamarlas con mayor fuerza y simplicidad.

De este modo, la venida de Jesús reavivará nuestro celo para llamar a los suyos, para dirigirnos a los pecadores, para advertir al mundo del juicio que le espera y que le aguarda tal como está en la tierra; esta venida nos impulsará, según nuestra medida, a una santa actividad en la Iglesia, para que la Esposa despierte y se prepare, así como a una santa actividad hacia el mundo.

Que Dios nos tenga cerca de él y nos guarde, a vosotros y a mí, hermanos míos, quienesquiera que sean los que amáis al Señor Jesús, en la espera fiel y paciente de Aquel que nos dijo: «Sí, vengo pronto. Amén» (Apoc. 22:20).

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1913, página 34