Inédito Nuevo

3 - Recordar las palabras


person Autor: William John HOCKING 40

library_books Serie: Cartas a los jóvenes creyentes


Para obtener una buena medida del beneficio práctico de las Escrituras para sus almas, es importante que sus palabras reposen en su memoria. No siempre es posible, en momentos de dificultad o necesidad repentina, recurrir inmediatamente a la Palabra de Dios misma (el Libro) y buscar allí consejo y guía. En tales situaciones de emergencia, nos damos cuenta de la ventaja de tener nuestra mente, hasta cierto punto, impregnada de la letra de esta Palabra. De ahí la necesidad, casi podríamos decir la necesidad absoluta, de familiarizarse con las Escrituras.

Veremos que este principio, del que ahora hablamos, está reconocido en las mismas Sagradas Escrituras. Allí tenemos ejemplos de palabras habladas o escritas que han sido recordadas y usadas con efecto saludable sobre la conciencia y el corazón. Estos ejemplos ilustrarán la verdad sobre la que deseo llamar la atención.

Tomemos el conocido caso del apóstol Pedro. Cuando, en la noche de la cena pascual, el Señor habló a sus discípulos de la triste dispersión y de lo que vendría después, el hijo de Jonás expresó su propia determinación de permanecer fiel al Señor, sin importar quién lo negara. El Señor, sin embargo, advirtió a este hombre seguro de sí mismo que, antes de que cantara el gallo aquella noche, negaría 3 veces que conocía a su Maestro.

Y así lo hizo. Las palabras de advertencia del Señor parecen haberse desvanecido de la memoria de Pedro. Y 3 veces el apóstol, con todo el énfasis que pudo reunir, declaró que Jesús le era totalmente desconocido. Entonces la quietud de la noche fue rota por el canto del gallo. Fue entonces cuando los ojos del Señor se encontraron con los de Pedro. Y la palabra del Señor, hasta entonces olvidada, volvió a presentarse ante su alma con toda su fuerza viva: «El gallo no cantará hoy sin que hayas negado tres veces que me conoces» (Lucas 22:34). El pobre Pedro se acordó (vean Lucas 22:61), se convenció de lo que había hecho y salió llorando amargamente. La palabra y la mirada del Señor trajeron el arrepentimiento a su corazón y, a diferencia de Judas, fue restaurado.

Una vez más: cuando las mujeres galileas fueron al sepulcro y no encontraron el cuerpo del Señor Jesús, vieron a 2 ángeles que recordaron a las buscadoras lo que Cristo había dicho en Galilea, a saber, que resucitaría al tercer día. «Se acordaron de sus palabras» (Lucas 24:8). Estas palabras, que les llegaron en aquel momento, confirmaban lo que el sepulcro abierto había anunciado y lo que los ángeles habían declarado: «No está aquí, sino que ha resucitado» (Lucas 24:6).

Del mismo modo, tras su resurrección, los discípulos recordaron que Jesús había dicho a los judíos: «Destruid este templo, y yo en tres días lo levantaré». Solo entonces comprendieron que se refería a la resurrección de su cuerpo, y «creyeron la Escritura y a la palabra que Jesús había dicho» (Juan 2:19, 22).

Otro ejemplo instructivo se encuentra en los Hechos de los Apóstoles. Mientras Pedro pronunciaba las palabras del Evangelio al centurión Cornelio y a los que estaban con él, el Espíritu Santo cayó sobre los que escuchaban las palabras. Inmediatamente, el apóstol les ordenó que se bautizaran en el nombre del Señor (Hec. 10:44-48). Pero cuando Pedro relató estas circunstancias a los hermanos de Jerusalén (Hec. 11:16), aprendemos de él lo que pasaba por su corazón en aquel momento, y vemos la razón de su disposición a ordenar que los gentiles sean bautizados. Al ver que el Espíritu había caído sobre ellos, dijo: «Y me acordé de la palabra del Señor, cuando dijo: Juan, en verdad, bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo». Era la palabra que mejor se adaptaba a la ocasión y que, presentándosele en aquel momento, le proporcionaba la orientación y la autoridad necesarias para la recepción pública de los gentiles en la sociedad de los creyentes.

En estos casos, vemos cómo palabras conocidas de antemano fueron oportunamente traídas a la memoria para servir a un propósito útil. Aquí reside el valor práctico de la Escritura. Pero antes de que pueda ser utilizada de esta manera, es necesario haber leído las palabras de antemano. Si están en peligro de dejarse arrastrar por los intereses terrenales y un texto como: «Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col. 3:2) viene en su ayuda, es porque ese versículo les es familiar por lecturas anteriores.

Por tanto, si memorizan pasajes de la Biblia, es evidente que se están preparando para recibir ayuda y consuelo de las Escrituras cuando más lo necesite. Por ejemplo, puede que los versículos que han leído o aprendido esta mañana no tengan una aplicación directa para ustedes hoy. Pueden pasar días y semanas. Luego, en un momento de gran prueba, vendrán a ustedes, como el brazo de un hombre fuerte, en el que pueden apoyarse. Pero no vendrán si no las han aprendido o leído antes.

La memorización es una gran ayuda para citar con precisión las palabras de las Escrituras. En ningún otro libro es tan esencial la importancia de la exactitud rigurosa. La diferencia en una palabra puede ser la diferencia entre la verdad y el error. De hecho, encontramos que incluso la diferencia entre el singular y el plural en una promesa del Antiguo Testamento se utiliza como base para argumentar la verdad del Nuevo Testamento (Gál. 3).

El apóstol demuestra que Cristo es el verdadero descendiente de Abraham, a quien se hicieron las promesas. Lo establece señalando que los términos de las antiguas promesas mencionaban «decendencia» y no “decendencias”, lo que significaba que se trataba de una persona y no de varias. Esta persona era Cristo y no los hijos de Israel (Gál. 3:16).

Por tanto, debemos ser muy celosos de las expresiones exactas recibidas de Dios por el Espíritu Santo, no sea que añadamos a estas palabras, como Eva que añadió: «Ni lo tocaréis» a la prohibición (Gén. 2:17; 3:3). Los apóstoles también pensaban que Juan no debía morir; pero «Jesús no le dijo que no moriría; sino: Si quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿qué a ti?» (Juan 21:23).

Lean las advertencias contra esta trampa (Prov. 30:5-6; Apoc. 22:18-19).

Acostúmbrense a comprobar sus propias citas con la propia Biblia, y comprueben también las referencias de otros. No es raro oír: “Este es el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo” (Juan 1:29). “Está establecido que todos mueran una sola vez” (Hebr. 9:27). “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados” (Mat. 11:28). “A Aquel que es poderoso para hacer más de lo que podemos pedir o pensar” (Efe. 3:20). Ninguna de estas citas erróneas carece de importancia, y se pueden multiplicar fácilmente ejemplos similares si observan lo que otros dicen o escriben. Pero asegúrense de vigilarse a ustedes mismos y de no cometer errores.


arrow_upward Arriba