1 - Lectura de las Escrituras
Autor:
Cartas a los jóvenes creyentes
Serie:Mis queridos jóvenes amigos,
No basta con leer las Escrituras aquí y allá, deben leer todas las Escrituras por vosotros mismos. Un cristiano que ignora su Biblia está prácticamente indefenso ante los ataques del mundo, de la carne y del diablo. Es un enano espiritual, porque no puede crecer sin la leche pura de la Palabra de Dios (1 Pe. 2:2). Está vencido por los malvados, porque no sabe manejar la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios (Efe. 6:17). Tropieza en trampas y lazos y se extravía por los senderos, porque no tiene esa lámpara para su pie y esa luz para el camino que la Palabra de Dios proporciona a todos los que la consultan (Sal. 119:105).
Les será de gran ayuda acostumbrarse a leer la Palabra de Dios todos los días. Vemos que los de Berea fueron particularmente elogiados por examinar las Escrituras «cada día» (Hec. 17:11). Tendrán que superar muchas dificultades para observar estrictamente esta regla. Pero nada que realmente valga la pena se hace bien sin esfuerzo y abnegación. Y muy probablemente, si no quieren perder su porción diaria, tendrán que levantarse más temprano, o privarse de alguna forma de recreación. Pero renuncien a lo que renuncien de este modo, seguro que no saldrán perdiendo.
Notarán que los de Berea examinaban las Escrituras. Esto implica un esfuerzo ardiente y serio por comprender lo que se lee. Es el corazón dispuesto el que es enseñado por Dios. El lector apático no obtendrá placer ni provecho.
Recuerden que Cristo es la clave de las Escrituras. El capítulo 53 de Isaías era un enigma para el eunuco etíope, pues no conocía a Cristo. Pero cuando Felipe le «predicó la buena nueva de Jesús» (Hec. 8:35), su alma se llenó de luz divina. El Señor mismo dijo de las Escrituras que «dan testimonio de mí» (Juan 5:39). Los judíos no creían en Cristo y, por tanto, no entendían la Ley, los Profetas ni los Salmos.
Lean sus Biblias con fe implícita. Reciban cada palabra como si viniera de Dios mismo. No creen dificultades oponiendo un pasaje a otro, sino crean que ambos son verdaderos. Es «por la fe entendemos que…» (Hebr. 11:3). En los escritos de los hombres, es bueno tratar de entender antes de creer. Pero la Biblia nos llega con la autoridad de Dios, y lo primero que se requiere de nosotros es que la aceptemos con toda la fe inquebrantable de los niños pequeños.
Pero tomen en serio la necesidad de leer la Biblia con regularidad. Esto les ayudará a tener un plan preciso que seguir en la medida de lo posible. A algunos les conviene un método, a otros otro.
Agradeceríamos que algunos de nuestros lectores nos escribieran diciéndonos qué plan les conviene más, cómo leen cada día y qué porciones de la Palabra leen. Si sus planes se conocieran a través de estos artículos, podrían ser útiles para otras personas.
Esperamos que esta invitación sea aceptada, pues creemos que de este modo se podría ayudar a muchas personas en lo que para ellas es una dificultad muy práctica. Nos referimos a la dificultad que tienen algunas personas para leer con regularidad en un momento dado.
Algunas personas tienen que salir de casa muy temprano. Algunas tienen poco o ningún tiempo libre durante el día. Otras vuelven a casa tarde por la noche y están excesivamente cansadas. Otros parecen incapaces de encontrar un momento tranquilo para leer la Biblia en privado.
Bajo el impulso del demonio, estas circunstancias se convierten en obstáculos insuperables y sirven de excusa para descuidar gravemente las Escrituras.
Esperamos, por tanto, que algunos de nuestros corresponsales puedan ofrecer consejos útiles para ayudar a otros a superar estos pequeños obstáculos y adquirir el hábito de leer la Palabra de Dios cada día.
Pero cualquiera que sea el plan que se adopte, por útil que resulte, lo esencial no se alcanzará a menos que las Escrituras se lean en el estado de ánimo y la disposición de alma apropiados. Manejen el Volumen Sagrado con reverencia. Pasen sus páginas con temor piadoso. Reciban sus palabras con humildad y disposición de ánimo. Guarden sus enseñanzas en el corazón. Acérquense a él con entusiasmo y déjenlo con pesar. Reflexionen detenidamente sobre cada versículo. Mediten largamente, pero oren sin cesar.
Recuerden sobre todo que la Palabra de Dios está destinada a formar los afectos del corazón, así como a desarrollar la inteligencia espiritual. No basta que conozcan las diversas formas en que se ha manifestado el amor de Dios; este conocimiento debe tocar lo más profundo de su ser. Las energías de sus almas deben transformarse en un amor ardiente por Dios, por su pueblo y por toda la humanidad. Es bueno tener una visión clara de la verdad de las Escrituras. Eso es lo que debemos anhelar. Pero, oh, cuán necesario es sentarse en tranquila meditación a los pies del Maestro y permitir que sus benditas Palabras se destilen en el alma y animen e inflamen los afectos hacia él. Hay que procurar, pues, que la cabeza no se desarrolle en detrimento del corazón.
Esto puede evitarse cuidando de poner en práctica todo lo que él nos muestra como su voluntad. Es el corazón dispuesto el que es enseñado por Dios (Juan 7:17). Esto nos lleva de nuevo a la necesidad de leer la Biblia diariamente. Porque Dios nos muestra su Palabra «un poquito allí, otro poquito allá» (Is. 28:10, 13), según nuestras necesidades. Y, por así decirlo, Dios nos confía nuestras tareas diarias si nos acercamos con humildad y reverencia a su Palabra y escuchamos atentamente lo que tiene que decirnos.