Justo antes del regreso del Señor
1 Tesalonicenses 4
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… Pero, me apresuro a añadir que, en medio de tantas experiencias angustiosas, Dios se cuida de animarnos. Basta tener algunas nociones de lo que sucede en la cristiandad para quedar impresionado al ver últimamente, digo incluso muy recientemente, la presente venida del Señor que, durante más de cien años, hemos estado proclamando con tan poca vida y poder, convertirse individualmente en una realidad para muchas almas. Las trágicas circunstancias por las que está pasando el mundo nos hacen darnos cuenta de que el tiempo del fin está cerca. Los hijos de Dios se están despertando. Podríamos indicar precisamente el año de hace casi dos siglos cuando se escuchó el «grito de medianoche» (Mat. 25:1-12). La gran mayoría de los cristianos no lo respondieron; muchos lucharon contra esta verdad y aquellos que deberían haber enseñado a otros fueron a menudo los tristes instrumentos del Enemigo para impedir que las almas lo escucharan. Sin embargo, –¡qué bondad de nuestro Dios!– ese grito aún resuena. Al principio habría parecido que, ante esta indiferencia, el Señor iba a venir y así fijar para siempre el destino de una multitud de almas incrédulas. Lejos de ello: con la maravillosa paciencia del amor, Dios sigue haciendo oír este grito; los ecos lo repiten. Hoy en día, muchos hijos de Dios sienten que los santos deberían reunirse para esperar a Jesús del cielo. Y nosotros, que desde hace mucho tiempo “conocemos” estas cosas, ¿no tenemos que ir hacia estas almas para confirmarles que su esperanza es una realidad? Les diremos: ¡Esperemos juntos al Señor Jesús!
Una cosa más me sorprende. El Señor, en medio de muchas verdades, nos ha confiado una de gran importancia para el testimonio de los cristianos de hoy, la de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, compuesto por todos los creyentes, unidos por el Espíritu Santo con su gloriosa Cabeza en el cielo, y nuestra responsabilidad de reunirnos alrededor de la mesa del Señor, para dar testimonio de esta unidad. Pero ¿hemos visto que esta mesa se convirtiera en el centro de reunión de muchos hijos de Dios? ¿De quién es la culpa? Mirando hacia atrás, debemos confesar que no hemos estado a la altura de lo que Dios nos ha confiado. No hemos conseguido, a través de este testimonio, reunir a los hijos de Dios y ya no podemos ni siquiera esperar que esto suceda. El pensamiento de que el tiempo para esta realización práctica de la unidad ha pasado, me humilla profundamente. Este testimonio, en nuestras manos, ha sufrido una completa ruina, lo que, además de condenarnos, no quita un átomo de su valor. Pero Dios nos da otra forma de reunir a los hijos de Dios y esa forma es la venida del Señor.
No dudo, como podemos ver en este pasaje, que tal vez hoy o mañana, durante unas horas, o solo por un momento, el Señor se encargará de reunir a sus elegidos, con los ojos levantados al cielo, esperando el lucero de la mañana y diciendo juntos: ¡Amén, ven, Señor Jesús! No necesitaremos exhortarnos a reunirnos para esto. Pero no olvidemos que la Palabra no solo dice: «El que oye, diga: ¡Ven!» Primero dice: «El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven!» (v. 17). La expectativa del Señor es sobre todo una esperanza del conjunto, la esperanza de la Iglesia en el momento en que aparece la brillante estrella de la mañana, y el Espíritu que formó la Iglesia se asocia a ella, pues volverá con la Esposa al cielo, de donde bajó personalmente para formarla.