La esperanza purificadora

1 Juan 3:1-3


person Autor: Frank Binford HOLE 115

flag Tema: La esperanza personal del regreso del Señor


Notas tomadas de una meditación de F. B. Hole

Hay una necesidad real de insistir que toda verdad –todo lo que Dios se ha complacido en darnos a conocer y que se encuentra en las Sagradas Escrituras– debe tener un efecto presente en nuestras almas. La verdad de Dios está puesta ante nosotros para que afecte poderosamente a nuestra vida, para que lo que hemos aprendido de su Palabra influya imperiosa y poderosamente en nuestros pensamientos y caminos.

En tres breves versículos, tenemos un maravilloso resumen de la verdad. Quizá no sea fácil encontrar rápidamente otros tres versículos más, en los que tantas cosas están condensadas. El tercer versículo muestra que todas estas benditas realidades deben tener un efecto muy poderoso; deberían ejercer una influencia purificadora en nuestras vidas; lo necesitamos. Oh, si hubiera una obra de purificación en nuestros corazones, nuestros caminos y nuestras vidas, la verdad de Dios se extendería y prevalecería con poder, incluso en nuestros días.

Al hablar de estos versículos, señalaré algunas palabras clave fáciles de recordar, que serán como un pequeño resumen de su contenido. Estos versículos comienzan con el amor. Así es, por supuesto, que comienza la gran historia del Evangelio que tan bien conocemos. Detrás de todas las cosas está el poderoso amor de Dios, aunque no es exactamente el amor que tenemos en estos versículos. En Juan 3:16 encontramos el amor de Dios y la medida de ese amor: «Dios amó tanto… que dio a su Hijo único». Aquí, tenemos la manera de actuar del amor más que la medida del amor, y es el amor del Padre el que nos está presentado en este versículo: «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre» (1 Juan 3:1). Esto se dirige al círculo cristiano, es decir, a toda la familia de Dios; el amor del Padre se ha derramado por completo sobre nosotros para que podamos ser llamados «hijos» de Dios. 1 Juan 2:29) está íntimamente relacionado con esto.

En realidad, el párrafo comienza con el último versículo del capítulo 2, donde dice que todos los que practican la justicia han nacido de Él. Al haber nacido de Dios, somos por tanto hijos de Dios. La gente suele decir que somos adoptados por Dios, como se adopta a huérfanos en una gran institución, pero eso no es correcto. La verdad es mucho más que eso. Dios se ha complacido en adoptarnos estableciendo un vínculo más estrecho entre él y nosotros que el que existe entre los directores de una institución y los huérfanos que acogen; sí, somos hijos de Dios, porque hemos nacido de Dios, y el amor del Padre actúa de tal manera que el maravilloso lugar de hijos de Dios es nuestro. Para resumir este punto, sugiero la palabra clave afecto.

Sin embargo, este afecto se manifiesta en una relación. Somos llevados a una relación con el Padre mismo. ¿Es esto una realidad para nosotros? ¿Somos conscientes de esta relación establecida, en una nueva cercanía e intimidad con el Padre mismo? El afecto se expresa en la relación que implica el lugar de los hijos en relación con Dios. Pero hay algo más relacionado con esta nueva relación con Dios: en consecuencia, somos puestos, como consecuencia, fuera de la relación con el mundo. La segunda palabra clave será, por tanto, relación.

En primer lugar, afecto, en segundo lugar, relación, pero en tercer lugar ruptura. Dice: «Por eso el mundo no nos conoce». No se puede tener ambas relaciones al mismo tiempo. Si usted es llevado a esta nueva y maravillosa relación, verá que hay una ruptura con el mundo; así como el mundo no conoció a nuestro Señor Jesucristo, tampoco lo conocerá a usted. Usted no será el tipo de persona que él entenderá. Cuántas veces se da la siguiente situación: un joven cristiano, ferviente y franco entra en una empresa y al cabo de un tiempo todos dicen de él: “¡Este hombre es extraño e incomprensible, parece que siempre hace algo inesperado! Sabiendo que es un poco religioso, le hablamos de la religión, pensando que le convendría, pero no fue así. No podemos entenderlo, nunca encajará en nuestro sistema”. Es como una piedra cortada de tal manera que no se ajusta a las formas de las piedras que la rodean. De hecho, tiene un cierto parecido con su Señor. El Señor Jesucristo, cuando vino a la tierra, fue la piedra que los constructores rechazaron.

Los constructores tenían sus ideas sobre cómo construir; querían una piedra con una forma determinada, pero vieron que el Señor Jesús tenía una naturaleza tal que no podían darle forma al gusto de ellos. El tipo de edificio que los dirigentes de aquella época tenían en mente era tal que el Señor Jesús no podía ni quería encajar en sus planes. Él era la piedra que los constructores rechazaron. ¿Qué pasó entonces? A su vez, Dios rechazó a los constructores e hizo de la piedra rechazada la piedra angular y los cimientos de un edificio según sus pensamientos, que permanecerá y al que somos llevados a través de Cristo. Aquí no se trata de una cuestión de edificio, sino de familia; estamos puestos en relación con el Padre, al que conocemos por medio de nuestro Señor Jesucristo, pues él es su Padre y nuestro Padre, su Dios y nuestro Dios. Pero también nos ha apartado del sistema del mundo y nos ha colocado fuera de este.

Usted puede intentar ocultar quién es, pero eso sería claramente una hipocresía. Recuerde que hay dos clases de hipócritas: está el que quiere aparentar lo que no es, y el que no quiere aparentar lo que es. En general, el hipócrita es el que quiere aparentar lo que no es en su interior, fingiendo ser un hombre muy bueno cuando no lo es; le gustaría que todos pensaran que es un hermoso árbol de caoba cuando solo es un vulgar abeto. Pero hay otro tipo de hipócrita: es la bella caoba que, temiendo no agradar a quienes le rodean, finge ser un vulgar abeto; es decir, está dispuesto a adaptarse a lo que es popular y a lo que se espera en los círculos en los que se mueve. ¿Se inclina Usted por esta hipocresía? ¿Querría usted, para complacer al mundo, no parecer lo que es?: un hijo de Dios en relación con Dios Padre y, por tanto, desvinculado del mundo. Si usted es fiel a su carácter, el mundo no le conocerá; usted es un hijo de Dios, pero en cuanto al mundo, pasa por él desconocido.

El siguiente versículo habla de esto: «Amados, ahora somos hijos de Dios; y aún no ha sido manifestado lo que seremos. Pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él» (1 Juan 3:2). Lo que seremos aún no ha sido manifestado. Usted es un hijo de Dios, pero aún no ha sido manifestado como tal, al igual que la oruga que se arrastra por la tierra aún no ha sido manifestada en su verdadero carácter de mariposa. En apariencia, es solo un gusano que se arrastra, pero pronto entrará en un estado de muerte aparente, en su crisálida. Luego emergerá como mariposa, un insecto perfecto que, en lugar de arrastrarse por la tierra, volará por el aire. Esta es una de las parábolas de la naturaleza de Dios. Somos hijos de Dios, como en la etapa de oruga, sin ninguna señal externa de que somos herederos de la gloria. Se acerca la hora en que seremos manifestados y todos verán quiénes y qué somos.

«Manifestación» es por tanto la cuarta palabra clave. ¿Y cuándo será el día de la manifestación? Será cuando Él sea manifestado. Cuando el Señor venga, brillando en su gloria, entonces usted aparecerá, y no antes. Es maravilloso. Nuestro Salvador, nuestra Cabeza, está escondido en el cielo. Es como Joás, el joven rey que se salvó de la destrucción del linaje de David, cuando la malvada Atalía usurpó el trono. Joás fue escondido durante seis años en la casa de Jehová por la esposa del sacerdote fiel. El pueblo no sabía que el rey estaba allí, pero un día el sacerdote Joiada, sabiendo que había llegado el momento de revelar la situación, hizo salir al rey y lo presentó al pueblo. Aquel día mataron a Atalía, y el rey del linaje de David fue restaurado, y el pueblo se alegró y dijo: «Viva el rey» (2 Crón. 23:11). Cuando el rey salió, fue el día de su manifestación. El Señor Jesucristo está oculto en los cielos; ha entrado en el verdadero Tabernáculo, pero se acerca el día, un gran día para este pobre mundo, en el que el Señor vendrá brillando en gloria. Podríamos decir que en su primera venida caminó de incógnito en medio de su creación, al igual que los reyes a veces no viajan oficialmente como tales; cuando no quieren ser reconocidos como reyes, viajan de incógnito. Así fue cuando el Señor Jesucristo vino en humildad. Caminó de incógnito en medio de su propia creación. Ahora, habiendo realizado la obra de la redención, es el día en que él está oculto; y nosotros, su pueblo, mientras esperamos la manifestación del Rey, también caminamos de incógnito. Porque es dicho: «Sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él».

Así que mi quinta palabra clave es conformidad. Qué gran cosa es saber que cuando él brille en su gloria, nosotros brillaremos, semejantes a él. Cuando aparezca, seremos como él. Saldremos del cielo, a su lado, como parte de su séquito triunfal. Está muy claro que, de alguna manera debemos estar con él antes de que aparezca. Cómo ocurrirá esto se explica en 1 Tesalonicenses 4; pero cuando aparezca, estaremos con él y seremos como él, porque le veremos tal como es. ¡Qué privilegio, qué bendición!

Vi al rey Jorge antes de que fuera rey (este artículo fue escrito alrededor de 1936); lo vi como rey el día del Armisticio; lo vi al día siguiente cuando fue a dar gracias a Dios Todopoderoso; pero nunca lo he visto todavía como es. Lo he visto con uniforme oficial, lo he visto como general del ejército británico y como almirante de la marina británica, pero no lo he visto tal y como es. De hecho, siguiendo con ese pensamiento, parece que una de las cosas que aquejan a la realeza, en general, es que rara vez ven las cosas como son. Si Su Majestad viniera, los fieles ciudadanos de esta ciudad no le dejarían ver la calle principal tal y como está; no, pondrían banderas por todas partes, y guirnaldas en las calles y en las casas. Pero si yo tuviera relaciones con el rey, si fuera su hijo, lo vería como es. Podría estar en la presencia real. Tendría acceso no solo a las estancias de Estado, sino también a las estancias privadas de Su Majestad; le vería despojado de todo el ceremonial exterior que el Estado le impone, y le conocería en la pacífica armonía e intimidad del círculo doméstico. Queridos amigos cristianos, piensen ustedes en el privilegio de los hijos de Dios que somos. Cuando aparezca, lo veremos con las coronas en la cabeza; saldremos con él victoriosos y para vencer. ¡Será espléndido! Pero hay mucho más: conocerle tal como es, verle tal como es, ser introducidos en sus secretos, ser tratados como sus amigos, ¡es un privilegio que no tiene precio! Y como el día de su manifestación va a tener lugar, seremos absolutamente conformados a él, porque seremos llevados a tal proximidad con el Señor que lo veremos tal como es. No es de extrañar que a la palabra conformidad, añadamos la palabra clave perfección.

Ahora, tenemos el llamado del Espíritu de Dios a nuestras conciencias. Dice: «Y todo el que tiene esta esperanza en él (no en nuestros corazones, sino en el que se va a manifestar) se purifica así como él es puro». Hay un trabajo progresivo y constante de purificación en todos los que tienen esa esperanza en Cristo. ¿Puede usted medir la santidad de Cristo y decir qué nivel de pureza caracteriza a nuestro Señor? Tiene una pureza absoluta en cada detalle. En esencia, él es el Santo, sin mancha, sin defecto. Sí, esa es la norma. Y si esa es la norma, podemos esperar tener que purificarnos a cada hora de nuestra vida en este mundo. Nunca podremos decir: “Ahora soy absolutamente conforme a la norma, y tan puro como él es puro”, hasta que estemos revestidos de un cuerpo de gloria, brillando a su semejanza y viéndolo como él es.

Observe que esta purificación no se va a hacer por usted; la responsabilidad es suya. Debemos purificarnos. Alguien dirá: ¿Qué significa exactamente eso y cómo se hace? Yo respondería: ¿Ha desarrollado alguna vez el hábito piadoso del auto juicio? ¿Nunca se ha detenido a considerar sus caminos, a probarse y juzgarse a sí mismo a la luz de la presencia de Dios? Si observa las antiguas obras de los teólogos de los siglos 17 y 18, verá que estos hombres se probaban mucho a sí mismos, incluso hasta el exceso; quizás estaban demasiado ocupados consigo mismos. Pero me atrevo a decir que, en nuestros días, en los que somos bastante superficiales, en los que todo el mundo tiene siempre prisa, no nos detenemos lo suficiente para examinarnos seriamente en presencia de Dios. No nos juzgamos suficientemente a la luz de lo realizado en la cruz de Cristo y, por tanto, no rectificamos nuestros motivos. Nuestras vidas se parecen demasiado a un río burbujeante que serpentea entre las rocas, haciendo mucho ruido, pero sin fuerza ni caudal. Son las aguas tranquilas las que son profundas.

Así que convierta en un buen hábito el juzgarse a sí mismo. Si aprende a conocerse a sí mismo, a poner a prueba sus caminos y a fijar sus ojos en el Cristo glorificado, ciertamente dirá: “Si esta es la norma, si este es mi destino, quiero ser como él ahora; tal y tal cosa debe desaparecer, con la ayuda de Dios”. El signo más seguro de progreso en la vida cristiana es cuando se tiene conciencia de las cosas que agradan al Señor, con la firme voluntad de eliminar las cosas que contaminan y debilitan el alma.

Cuando yo era un niño, la electricidad estaba en sus inicios. Recuerdo que un día, en la escuela a la que asistía, un hombre vino a hacer una demostración de una máquina que generaba electricidad girando una manivela. El experimento más llamativo para nuestras mentes infantiles fue el siguiente: volcó una docena de vasos sobre una mesa y puso una tabla encima, a la que podíamos subirnos. Como era pequeño, el demostrador me puso sobre la tabla. Me hizo agarrar un asa y sentí un extraño cosquilleo en mis extremidades. Luego me hizo poner los dedos sobre un tubo del que salía gas. Una chispa salió de mi dedo y el gas se encendió, para mi asombro. Pero eso no habría funcionado sin una cosa: yo tenía que estar aislado de la mesa, de ahí los vasos, que son un buen aislante eléctrico. Es sorprendente la cantidad de problemas que nos ocurren por la falta de aislamiento. Como esta máquina, alimentamos un poco de energía espiritual al pueblo de Dios en las reuniones, pero esta energía parece perderse inmediatamente. Esto se debe a que el aislamiento del mundo es muy escaso. El aislamiento y la purificación están en la práctica estrechamente relacionados.

Así que mantengan sus ojos en Cristo que viene pronto, esperen su manifestación, purifíquense, ejerzan el auto juicio, eliminen la contaminación, mantengan el aislamiento espiritual y habrá algo del poder de Dios en sus vidas.

(Extractado de la revista «Scripture Truth», Volumen 14, 1922, páginas 221)


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