El fin del Señor
Autor:
La disciplina divina hacia el creyente
Tema:La voz de Jehová, en medio del torbellino, se calla, Job se humilla con todo su ser. Confiesa cuán falso es todo lo que ha dicho. Se odia a sí mismo y se arrepiente «en polvo y ceniza» (42:6), lugar de muerte y duelo. El tiempo pasado en la presencia de Dios produjo algo que todos los discursos de los 3 amigos, e incluso el de Eliú, no pudieron lograr. Este hombre, Job, tan excelente entre los hombres, como Dios mismo pudo atestiguar, descubrió en lo más profundo de su ser su condición de pecador, ¡una experiencia que todos debemos hacer algún día!
Toda la historia de Job nos enseña una gran lección, como se entiende al leer Santiago 5:11. Al considerar «el fin del Señor» con Job, veremos cuán «rico en misericordia y compasivo» es. Entonces, ¿cuál era el propósito que el Señor tenía en mente, cuando permitió que todas estas pruebas catastróficas cayeran sobre él?
En primer lugar, Job adquirió un conocimiento mucho mejor de Dios. Antes, lo que sabía de él era de «oídas», es decir, por tradición. Ahora puede decir «mis ojos te han visto». Ha aprendido a conocerlo de una manera nueva y viva. No es en el sentido literal que lo ve, como se subraya en 1 Timoteo 6:16; el ojo mencionado aquí es el del corazón (Efe. 1:18). A menudo exclamamos “yo veo” cuando algo se impone a nuestra mente. A partir de ahora, Job conoce a Dios en su poder, santidad y justicia, y esto en la medida en que era posible conocerlo en aquella época.
Es nuestro privilegio conocer a Dios revelado en nuestro Señor Jesucristo. Por este conocimiento, recibimos «todo lo que se refiere a [la] vida y a [la] piedad» y «las grandes y preciosas promesas», así como, día tras día, “la gracia y la paz”, podemos leer en 2 Pedro 1:3-4. De hecho, para nosotros, como para Job, la base de todo es conocer a Dios directamente y por experiencia.
En segundo lugar, el resultado para Job de este nuevo conocimiento de Dios es que se ve a sí mismo bajo una luz completamente nueva. Antes no paraba de elogiarse a sí mismo. Ahora, su propia justicia y perfección se desvanecen de su mente y se da cuenta de las profundidades de su naturaleza caída y de su pretensión. Por eso le tiene horror y se arrepiente de verdad.
El espíritu de juicio de uno mismo opera en todos aquellos que realmente tienen que ver con Dios. Por ejemplo, cuando Abraham se encuentra en la presencia de Dios, dice: «Soy polvo y ceniza» (Gén. 18:27).
De manera similar, Isaías dice: «Soy muerto» (Is. 6:5); y Daniel: «Mi fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno» (Dan. 10:8). Pedro también exclama: «Señor... soy hombre pecador» (Lucas 5:8), y Pablo dice: «De los pecadores… yo soy el primero» (1 Tim. 1:15). Todos estos hombres fueron creyentes notables de su época. No lo habrían sido si no hubieran tenido una experiencia así. ¿La hemos tenido ya?
Hay otro aspecto del propósito que el Señor tenía en mente: los 3 amigos de Job son condenados porque no hablaron como era debido ni se humillaron como lo hizo Job. No justificaron a Dios ni se juzgaron a sí mismos. Se les ordena que vayan a ver a Job, ofrezcan sacrificios y soliciten su intercesión a su favor, un paso sin duda muy humillante para ellos. Aunque fueron a ver a Job para reconfortarlo y consolarlo, sus argumentos los llevaron a acusarlo y reprocharle, y de esa manera desarrollaron en sí mismos un espíritu de justicia propia. Así, por no haberse humillado como lo hizo Job, son humillados públicamente por Dios.
¿Y Job? El Señor sabe muy bien que se ha producido un cambio radical en su mente, pero su enfermedad física sigue ahí. Él dice: «Mi siervo Job orará por vosotros; porque a él atenderé» (v. 8). Poco antes, había argumentado contra ellos de manera apasionada y mordaz. ¡Ahora ora por ellos con un corazón lleno de bondad y gracia! El hombre que ha adquirido un conocimiento justo de Dios y, por lo tanto, siente horror por sí mismo, se transforma por completo en su relación con sus antiguos contradictores. La irritación ha dado paso a la reconciliación. El beneficio espiritual es inmenso.
¡Qué escena tan extraordinaria! El versículo 10 muestra que el cambio en la condición corporal y el destino de Job tuvo lugar después de que él orara por sus amigos y no antes. Por un lado, vemos a 3 amigos, hombres distinguidos de Oriente, con sus sacrificios, y por el otro a Job, demacrado y cubierto de úlceras. Y, sin embargo, es este cuerpo en ruinas el que está en relación con Dios y el que es capaz de levantar sus manos en una intercesión sacerdotal llena de gracia. ¿Se ha visto alguna vez algo parecido? No es de extrañar que este relato haya sido escrito para figurar entre los oráculos de Dios.
No olvidemos que todo esto puede aplicarse a nosotros mismos. Surgen disputas entre los que son hermanos en Cristo y los debates pueden ser feroces y causar división. Que la presencia de Dios se haga realidad, así como el juicio de uno mismo, y que el horror de uno mismo pueda tener su lugar, de modo que se instale un espíritu totalmente diferente, y que se encuentre una salida favorable.
El ruego de Job puede ser escuchado, siempre y cuando esté en paz con Dios y también con sus amigos. Leemos: «Y quitó Jehová la aflicción de Job» (v. 10). El hombre que se juzga a sí mismo y renuncia a sí mismo es agradable a Dios. Siempre ha sido así. Encontramos testimonios de ello en otros pasajes del Antiguo Testamento, por ejemplo, en Isaías 57:15 y 66:2. Pero necesitamos el Nuevo Testamento para encontrar el fundamento básico sobre el que se basa la aceptación de Dios. La aceptación que tenemos hoy se caracteriza por las palabras «nos colmó de favores en el Amado» (Efe. 1:6); en los días de Job, esto aún no se había puesto de manifiesto.
En lo anterior, hemos considerado lo que Dios obró en Job, resultado de todo lo que él atravesó. Ahora, vemos a Dios obrando para él: hasta ahora, la terrible enfermedad inducida por Satanás lo abatía aún, pero «quitó Jehová la aflicción de Job, cuando él hubo orado por sus amigos». La liberación de su cuerpo se produce, evidentemente, de forma muy repentina, ya que el propósito del Señor se ha cumplido en cuanto a su estado espiritual. Para Dios, lo espiritual tiene prioridad sobre lo corporal o material. El mismo Satanás ha sido apartado en esta escena desde el final del capítulo 2. Ahora, los resultados de su crueldad son eliminados, ya que el propósito de Dios se ha cumplido.
Esto ilustra un gran principio de los caminos divinos. La maldad del diablo, al igual que la ira del hombre, están en la mano de Dios para su propia alabanza y para nuestro bien. Por supuesto, encontramos este principio en una medida totalmente sin precedentes en la cruz. Para lograr su objetivo, Satanás entró en Judas Iscariote. Esto era tan importante para él que no permitió que ningún demonio subordinado lo hiciera en su lugar. Pero actuó para su propia ruina; al hablar de la cruz, el Señor Jesús pudo decir: «Ahora será echado fuera el príncipe de este mundo» (Juan 12:31). Otro ejemplo se encuentra en 2 Corintios 12, donde el «mensajero de Satanás», enviado para abofetear a Pablo, contribuyó al bien espiritual de Pablo. Cuando nos golpeen las aflicciones, recordemos estas cosas, eso nos ayudará a sacar provecho de ellas.
Al considerar «el fin del Señor», podemos decir con el apóstol Santiago que «el Señor es rico en misericordia y compasivo». Hemos podido destacar 5 puntos:
- Job adquirió un conocimiento de Dios mucho mayor del que tenía antes.
- Comprendió lo que él era y se horrorizó de sí mismo como nunca.
- Su mente y su ser fueron transformados, la gracia tomó el lugar de la ira y de la dureza.
- A partir de entonces supo que Dios lo había aceptado plenamente.
- Fue liberado, en su cuerpo, de las garras de Satanás, a quien Dios había permitido que lo dominara por un tiempo.
Pero hay una sexta cosa: «Jehová… aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job». En el pasado, había sido un hombre muy rico para su época. A partir de entonces, sus posesiones aumentan en proporciones dignas de un rey. Dios le da mucho ganado. A esto se suman los regalos que le hacen llegar sus hermanos y conocidos. Recupera la confianza y el aprecio de todos los que lo habían conocido antes. Esto es muy importante si recordamos su triste queja, relatada en el capítulo 30, sobre la forma en que había sido tratado.
Las bendiciones que recibe son de orden material, de acuerdo con la dispensación en la que vivía, y le aseguran prosperidad terrenal hasta el final de sus días. Estos bienes se le dan positivamente, a diferencia de lo que hemos mencionado en el quinto punto anterior, donde sus sufrimientos corporales le son quitados, también para su bienestar. En los 4 primeros puntos, las bendiciones son de orden espiritual y de suma importancia, ya que una vez recibidas, permanecen para siempre. Recordemos que, como cristianos, todas nuestras bendiciones son de orden espiritual y celestial, como lo afirma Efesios 1:3.
Después de atravesar esta tormenta sin precedentes, Job pudo vivir hasta una edad avanzada, en la gracia de Dios, enriquecido espiritual y materialmente. Ve cómo sus bienes, ovejas, camellos, bueyes y asnos, se multiplican hasta duplicarse. Sus 7 hijos y sus 3 hijas, muy hermosas, crecen a su alrededor, y Dios le da así el doble de lo que tenía antes.
Pero ¿qué pasa con los hijos y las hijas? No recibió el doble. Cuando su nueva familia creció a su alrededor y se detuvo en 10 hijos, ¿no le generó una pregunta en su mente, como puede ser el caso en la nuestra? Sí, Dios le dio a Job el doble de lo que tenía antes, sin excepción. Recibió el doble de sus rebaños, porque los primeros estaban irrevocablemente perdidos; nunca los volvería a ver. Pero sus primeros hijos no estaban perdidos para siempre.
Job siempre se había preocupado por sus hijos e hijas, como lo demuestra el primer capítulo del libro. Actuando como sacerdote de su familia, había ofrecido continuamente holocaustos en su favor. Job no temía que hubieran maldecido a Dios con sus labios, pero pensaba que tal vez lo habían hecho en sus corazones. A pesar de ello, todos ellos fueron arrancados de la vida en un instante. Aquí encontramos una notable alusión al hecho de que sus almas se fueron a otra vida, y que Job los volverá a ver después de la resurrección de la que habló en el capítulo 19.
No se nos dice expresamente que Job lo haya comprendido claramente, pero podemos pensar que Dios, que se lo sugirió con tanta bondad, también le dio la capacidad de percibirlo. Su fe en la resurrección debió fortalecerse y su corazón consolarse. No dudamos de que muchos otros corazones se hayan consolado con esto. Al llegar al final de su larga vida, Job debió de considerar este período de pruebas sin igual como un túnel oscuro que conduce a un sol radiante, un período aparentemente desastroso, pero que produjo en él una riqueza interior. Esto es lo que testifica el pasaje de Ezequiel 14:14: Job se presenta allí como un ejemplo luminoso, al igual que Noé y Daniel.
Podemos cerrar el libro de Job con el corazón lleno de cánticos de alabanza y acciones de gracias, y habiendo aprendido también algunas lecciones importantes. Puede que no suframos tanto como Job, pero ninguno de nosotros escapa a la disciplina de la mano de nuestro Dios y Padre. Cuando nosotros mismos estamos disciplinados, dejemos que produzca en nosotros el bien que Dios desea; y cuando veamos a otras personas bajo disciplina, prestemos atención a la forma en que la interpretamos.
A la luz del Nuevo Testamento, vemos que la disciplina a veces se envía como una corrección (vean 1 Cor. 11:30). Otras veces, como en el caso de Pablo en 2 Corintios 12:7, el aguijón en la carne era preventivo, a fin de evitar que se ensoberbeciera y cayera. También puede ser que no sea correctivo ni preventivo, sino educativo, como muestra Hebreos 12. El Padre forma y disciplina a sus hijos, pero con este objetivo: «Para que participemos de su santidad» (v. 10).
Hacia este objetivo fue conducido Job, como hemos visto. Este es también el objetivo hacia el que el Padre nos conduce a través de sus intervenciones hacia nosotros. No lo olvidemos nunca, ¡y alabemos al Padre por ello!