Caras transformadas


person Autor: Pierre COMBE 19

flag Tema: Personajes bíblicos y hombres de Dios


El corazón regocijado alegra la cara; mas con el dolor de corazón se quebranta el espíritu.
Proverbios 15:13

¿Quién es como el hombre sabio? ¿y quién es como el que conoce la explicación de una cosa? La sabiduría del hombre hace relucir su rostro, y se suaviza la aspereza de su semblante.
Eclesiastés 8:1

Los justos miraron a él, y fueron iluminados, y sus rostros no fueron avergonzados.
Salmo 34:5

1 - La relación entre el estado del corazón y la cara del hombre

La Palabra nos muestra en muchas partes que hay una relación entre el estado del corazón y la cara del hombre. Hay manifestaciones externas, visibles en la cara, que traducen las condiciones en las que se encuentra el corazón. Es un tema de meditación muy instructivo, de consideraciones valiosas, aquel de las caras en la Palabra, y nos gustaría mencionar algunas de ellas.

2 - La belleza

También sabemos que en el Antiguo Testamento a menudo se hace hincapié en el aspecto físico, exterior de las personas. A menudo tenemos referencias de personas que se dice que eran hermosas en apariencia. Fue el caso de mujeres como Rebeca, Raquel, Abigail, fue el caso de José, de Daniel cuya belleza, el frescor de su cara se menciona, es también el caso de un Absalón que era hermoso. Pero también está esta belleza moral y espiritual que, por ejemplo, fue el caso de Moisés, de quien se nos dice que era bello para Dios, que agradaba a Dios, belleza según Dios y para Dios. En el Nuevo Testamento vemos en contraste que no encontramos ningún aspecto que se note de la presentación física de las personas.

3 - La tristeza

Hemos visto en este libro de Proverbios que el corazón gozoso alegra la cara, pero por la pena del corazón el espíritu está abatido. De hecho, hay muchas manifestaciones en la Escritura que traducen este desánimo del corazón, esta tristeza interior que se manifiesta por el aspecto de la cara. Por ejemplo, todo aquel que ha leído al principio del libro de Nehemías donde se nos habla de este notable hombre de Dios, tan apegado a Jerusalén, al pueblo de Dios, que, mientras servía en la corte del rey, muy preocupado por el estado del pueblo de Dios y de la ciudad de Jerusalén, el rey lo discierne en su cara, y le pregunta si está enfermo, diciéndole él que no es más que tristeza de corazón. Y Nehemías estaba muy asustado, porque no estaba permitido estar triste ante el rey. En cierto modo, la cara es el espejo del corazón. Hemos leído en el Salmo 34 que mirando entonces a Aquel que es la fuente del verdadero gozo, el rostro del redimido, su cara, se ilumina por él.

4 - Los lloros

4.1 - El sufrimiento

Lo que marca la vida del hombre en la tierra por las consecuencias del pecado y las circunstancias a menudo dolorosas y angustiosas es la tristeza, son las lágrimas. Y es significativo notar que la primera manifestación de un ser que nace es llorar. Un niño que nace en esta tierra llora, me parece ver un significado moral muy elocuente en él. Llega a un mundo de sufrimiento, es inconsciente por supuesto, pero la primera manifestación del recién nacido es el llanto, incluso se considera una necesidad. Cuando Moisés fue encontrado en su cesta en las aguas del río, ¿qué fue lo que se encontró? Un niño pequeño llorando. Se puede decir que la vida del hombre, por las consecuencias del pecado y las circunstancias dolorosas que marcan su vida, está a menudo marcada por la tristeza, por las lágrimas. Pero tal vez hay diferentes razones que llevan a la criatura a llorar, que llevan al creyente a derramar lágrimas. Por encima de todo, hay circunstancias, y estas son ciertamente las razones más frecuentes por las que el hombre llora: sea la enfermedad, el luto, el despojo, tantas otras cosas que llevan al hombre a llorar. Reyes han llorado, hombres han llorado, mujeres han llorado, la Escritura está ahí para subrayarlo, y el patriarca Job, que ha conocido tan particulares y profundos sufrimientos, puede decir en su libro que su cara, sus ojos están inflamados por las lágrimas (16:16).

4.2 - Llorar sobre sí mismo

Pero hay lágrimas que también son necesarias para el hombre, las que se relacionan con el llanto sobre uno mismo. Llorar sobre sí mismo, no por las circunstancias en sí, sino por lo que uno es ante Dios, y este es el camino que todo hombre debe recorrer cuando toma conciencia de su estado de pecado, de su culpa, y reconoce la necesidad de la eficacia de la obra de Cristo. Llorar sobre sí mismo. Pero también están las lágrimas del creyente que cae en la culpa, en el pecado, en circunstancias que deshonran al Señor, y llora por su estado. Pensamos, por supuesto, en Pedro, por ejemplo, quien, habiendo negado al Señor tres veces, al darse cuenta de la gravedad de su falta, llora amargamente. Son lágrimas beneficiosas, lágrimas preciosas, lágrimas necesarias para la restauración de un creyente que cae en un estado desafortunado. El desgarro del corazón, la humillación de luto llevado a cabo sobre tales circunstancias, como fue el caso de Pedro y tantos otros ejemplos en la Palabra, estas lágrimas son necesarias y constituyen el umbral mismo de la restauración. Ya sean las lágrimas de una mujer pecadora a los pies del Señor, o las lágrimas de un creyente que cae, son lágrimas preciosas.

4.3 - Llorar por los demás

Pero también están las lágrimas que se derraman por los demás, y cuántos creyentes han llorado por los demás. Incluso los padres que lloran con tanta frecuencia por sus hijos que permanecen insensibles a la gracia de Dios o que se desvían de ella, del goce de las bendiciones divinas después de haberlas conocido. Cuántas lágrimas en los hogares. Cuántas lágrimas en las relaciones familiares. También hay lágrimas que están relacionadas con la deshonra arrojada sobre el nombre del Señor cuando uno se da cuenta de las condiciones, circunstancias, estados de cosas que son una deshonra arrojada sobre el Señor. Y estas son quizás las que fluyen por último de nuestros ojos, a las que somos quizás lo menos sensibles, ya que nuestros corazones son tales que debemos reconocer que a menudo estamos mucho más alarmados en nuestros sentimientos cuando somos afectados personalmente que cuando los derechos del Señor están frustrados.

4.4 - Llorar respecto a Dios

Pero sin embargo encontramos muchos siervos de Dios, hombres de Dios, incluso el pueblo de Dios, que lloraron a causa de la Palabra porque el Señor no fue honrado, porque fue deshonrado. El capítulo 10 del Levítico, por ejemplo, nos cuenta la circunstancia en la que Nadab y Abiú fueron alcanzados por el fuego de Jehová porque habían deshonrado al Señor en su servicio, en el sacerdocio, se nos dice: «Vuestros hermanos, toda la casa de Israel, sí lamentarán por el incendio que Jehová ha hecho» (v. 6). Afuera el pueblo lloró por la deshonra que se trajo al nombre de Jehová y el por el gobierno que había tenido que ejercer. Encontramos muchos hombres de Dios, pensamos en Daniel, Esdras, Nehemías que lloraron, y lloraron lágrimas que eran realmente la expresión de sus más profundos afectos por su Dios, por el pueblo de Dios, por la casa de Dios.

5 - Las marcas en la cara por el juicio de Dios

5.1 - Adán

También encontramos rostros que están marcados cuando se escucha el juicio de Dios, cuando nos damos cuenta del juicio de Dios, y esto por los incrédulos, pero ya lo encontramos en el caso de Adán, donde vemos su cara marcada por las consecuencias del pecado. Sabemos que después de la desobediencia, Adán y Eva son expulsados del jardín de las delicias, del jardín de Edén, escuchan el juicio de Dios, pero también escuchan los recursos de la misericordia de Dios. Pero, ¿qué se nos dice del rostro (y esto es, a menos que me equivoque, la primera mención del rostro en las Escrituras) de Adán después de la introducción del pecado, después de la caída? Es que estará marcado por el dolor, por el trabajo duro. «Con el sudor de tu rostro comerás el pan» (Gén. 3:19). Esta es una cara marcada por el sufrimiento, por el dolor del duro trabajo. Con el sudor de tu frente ararás la tierra que producirá espinas y zarzas que son la expresión de las consecuencias del pecado.

Y sabemos que esta sentencia no ha sido eliminada, y es con dolor, con dificultad, con sudor en la frente que se trabaja en esta tierra que es golpeada por las consecuencias del pecado. Notemos de paso que, si la tierra recogió el sudor del primer culpable, también recogió más tarde el sudor que, como grandes gotas de sangre, caían de la frente del segundo hombre que iba a cumplir su obra para la reconciliación de todas las cosas.

5.2 - El cambio de color

También encontramos a un hombre como Belsasar en el libro de Daniel (cap. 5) que, leyendo la sentencia de Dios en la pared mientras da un banquete de alabanza a los falsos dioses, y se emborracha usando los utensilios del templo, puede leer esta sentencia escrita por el dedo de Dios, y se nos dice que su cara palideció, sus rodillas daban una contra la otra al darse cuenta del juicio de Dios que vendría sobre él.

También se nos habla en los profetas de los futuros juicios que se llevarán a cabo ya sea con respecto a Israel, o con respecto a la humanidad en general, y encontramos más de una vez esta expresión de que los rostros palidecen, que los rostros están pálidos cuando el hombre toma conocimiento del juicio, del gobierno de Dios. Este es también el caso en el capítulo 18 del Apocalipsis, relativo a la Iglesia profesa sin vida, que será objeto de una sentencia, de un juicio sin apelación, en el que las lágrimas serán la porción de los que son golpeados por tal juicio. ¿Y cuál será la condición eterna del hombre que rechaza a Cristo? Será el crujir de dientes, el rostro marcado por el inútil remordimiento de aquellos que han despreciado los recursos de la gracia divina.

6 - Las caras transformadas para mejor

Pero también encontramos caras que se alegran, caras que están, se podría decir, transformadas, caras que se asombran al entrar en contacto en condiciones felices, estados de ánimo según el pensamiento de Dios, con Dios, con el Señor.

Pensamos, por ejemplo, en Moisés viendo la zarza que ardía, esa escena en la que Jehová le habla a Moisés, mostrándole lo que va a hacer con su pueblo que está bajo la opresión del enemigo en Egipto, pero que no está consumido; Moisés, ante esa escena cuán solemne, cuán imponente, esconde su cara. También pensamos en Elías en el monte Horeb, ese notable hombre de Dios que tiene una energía especial, que no tuvo miedo al enfrentarse a 850 falsos profetas y sacerdotes de Asera, y que los mata en el Carmelo (1 Reyes 18:40), ese profeta que se dejó llevar por el miedo y el desánimo, saliendo de la confianza y de la dependencia de su Dios, no orando para saber lo que tenía que hacer, y bajo la amenaza de la mujer Jezabel, huyó al desierto para alimentar su descontento. Jehová haciéndolo salir ante Él, hace pasar varios elementos naturales que tuvieron lugar ante el profeta Elías: el terremoto, el viento impetuoso, el trueno, pero todo esto lo deja impasible.

Estos son elementos que corresponden a su temperamento, es a lo que estaba por así decirlo acostumbrado, que había sucedido de alguna manera, el fuego que baja al Carmelo, estos elementos no lo conmueven. Pero cuando oye la sutil voz, entonces ya no se resiste y se nos dice que esconde su cara en su manto. Es como si leyéramos sobre este hombre notable, este profeta tan apreciado por el Dios al que sirvió, que Dios también habla por la gracia. No solo por los elementos que hacen temblar al hombre, sino que lo quiebra por la gracia. Y es al oír la sutil voz que envuelve su cabeza en su manto; no lo hace ante el terremoto, ni ante el fuego y el trueno. Y también es un lenguaje que habla a nuestros corazones, a nuestras conciencias, llevándonos a no olvidar que a menudo lo que rompe el corazón es la gracia.

6.1 - Ana

Nos gustaría evocar tres caras que se han transformado en condiciones muy diferentes. Pensamos en una mujer en el primer libro de Samuel, Ana, la futura madre de Samuel, y leemos en el primer capítulo: «Mientras ella oraba largamente delante de Jehová… comió y ya no estaba triste su semblante» (v. 12, 18, LBLA). Una mujer notable como Ana, perseguida por su rival, tal vez sin recibir suficiente estímulo de su marido, y despreciada por su esterilidad, solo tiene un recurso, y es venir a la casa de Jehová para orar y exponer su queja, su dolor.

Allí conoció a Elí, ese hombre que tenía una responsabilidad especial en el sacerdocio, y por supuesto en su casa, especialmente con respecto a sus hijos. ¿Encontrará comprensión y compasión en Elí? Ninguna. Podemos decir que esta mujer, Ana, tiene todo en contra de ella. No encuentra refugio aquí en la tierra con nadie, ninguna comprensión. Y aún así, para ella, su oasis es abrir su corazón a su Dios, es su único recurso, el único que vale la pena. Elí, que toleraba el mal en su casa, no podía tener el discernimiento, la clarividencia necesaria en tal circunstancia, porque cuando uno tolera el mal en sí mismo, o si se tolera en su casa, no hay discernimiento, no hay clarividencia. Se nos dice que físicamente ya no podía ver con claridad, pero moral y espiritualmente estaba cegado y de manera particularmente grave y severa, y estos son los reproches más flagrantes que se le dirigen, que el mal dejado en su casa y en el sacerdocio, él los conoce.

Así que no recibe ningún estímulo, porque es despreciada por Elí, que la pone en la posición de una mujer idólatra, una mujer ebria. ¡Qué ofensa! Qué herida en esta mujer que no solo es piadosa sino también espiritual. Y podemos percibir bien en el corazón de esta mujer un sufrimiento que sin duda ella discernió en el seno del pueblo de Dios y en el seno del sacerdocio. Esta mujer abre su corazón, pero lo que es notable, y tendrá consecuencias en el futuro, es que a pesar del desprecio al que es sometida por Elí, de la total incomprensión que siente, todavía tiene un notable respeto por Elí: «No, Señor mío» (v. 15).

Elí cambia su apreciación a su propia confusión, pero es hermoso ver que esta mujer despreciada por Elí no reacciona según la carne, reacciona espiritualmente y tal actitud incluso marcará a su hijo. Podemos pensar que cuando nació su hijo y que estuvo cerca de ella antes de que lo llevara a la casa de Jehová según el voto que había alimentado en su corazón, según el cual había dicho, si tengo un hijo lo daré a Jehová, podemos pensar que no le habló del desprecio que Elí le había mostrado. Inculcó en el corazón de su hijo el respeto que le correspondía al hombre de Dios, dejándolo a su responsabilidad por la actitud que había mostrado hacia ella. Y lo primero que hizo ella cuando llevó su hijo a la casa de Jehová a Elí, es decir: por este niño oraba, había orado no solo desde su nacimiento, sino antes de que naciera, y Jehová me dio lo que le pedí.

Ella se dirige de nuevo a Elí diciéndole: «Señor mío» (v. 26), cuán importante es esto. Ella nos muestra el camino para inculcar al niño el respeto y esa dignidad, esa reverencia, esa disposición adecuada en relación con la casa de Dios y con los que la constituyen a pesar de sus fracasos. Podemos notar de paso que cuando aún no tenía el niño dijo que lo dedicaría (v.11), y luego cuando dijo «lo he prestado» (v. 28), es el corazón de una madre que quiere quedarse con su hijo un poco para ella. Así que ella está en este templo, expone su dolor, su queja, su sufrimiento, pero lo que retenemos en relación con lo que estamos tratando es que después de haber puesto la carga de su corazón a los pies del Señor, se nos dice que se fue por su camino, comió y ya no estaba triste su semblante.

Pensamos en estas palabras del apóstol: «No os preocupéis por nada, sino que en todo, con oración y ruego, con acciones de gracias, dad a conocer vuestras demandas a Dios» (Fil. 4:6), ¿y qué pasará? La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, llenará nuestros corazones y los guardará en Cristo Jesús. El corazón y los pensamientos guardados en el Señor. Ella ha dejado su carga. A veces hacemos eso. Pero tan fácilmente, después de haberla puesto a los pies del Señor, como solemos decir, la retomamos cuando nos levantamos. Pero es hermoso ver la confianza de esta mujer en una situación dolorosa, difícil, de ejercicio, donde conoce, además del dolor de su circunstancia, el desprecio en el seno de su hogar, el desprecio en la casa de Dios. Ha dejado su dolor, se levanta, ya no le preocupa lo que la ha conducido a llevar sus pasos hasta ese punto, sigue su camino, ya no tiene el mismo semblante. Transformación de una cara a través de la confianza y la dependencia expresada a través de la oración a los pies del Señor.

6.2 - Moisés

Pensamos en un segundo pasaje del libro del Éxodo en el capítulo 34, leemos: «Aconteció que cuando Moisés… Y al ver Aarón y todos los hijos de Israel a Moisés… la piel de su rostro resplandecía» (v. 29-30, LBLA). Moisés sale de la presencia de Dios, es el portador de las tablas del testimonio, no son las primeras tablas que recibió en el Sinaí, pues sabemos bien en la página que precede lo que sucedió con esas tablas que el Señor escribió con su mano y que Moisés, junto con Josué, llevaba en sus brazos para descender del monte. Y viendo el desorden en el que Aarón sumió al pueblo, comprendiendo que, si esta ley entraba en el pueblo, sería consumido, sin pedir nada al Señor, rompió las tablas. También es muy sorprendente que en las circunstancias más solemnes Moisés no se haya dirigido a Dios.

Son tan evidentes para él, que se le da el discernimiento espiritual para realizar actos sin pedir nada porque se imponen a su conciencia, rompe las tablas, mientras que más tarde cuestionará a Jehová, aunque solo sea por el matrimonio de las hijas de Zelofehad (Núm. 36:6). Pero estas primeras tablas, cuando las lleva y las rompe, y cuando Moisés baja del monte, no vemos que su rostro brille.

Pero ahora, después de la intercesión de Moisés, después de lo que sucedió en el capítulo 33, que hubo humillación en el pueblo, hay intercesión por parte de Moisés, hay promesa por parte de Jehová, y después de que Moisés recibió las tablas y escuchó estas palabras que están en el capítulo 34, sobre todo en el versículo 6, y que escucha estas palabras, que Jehová es compasivo y clemente, lento para la ira, y abundante en misericordia y fidelidad, que guarda la misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado (LBLA), entonces al oír tales palabras, tales promesas, Moisés, portador de las segundas Leyes, segundas tablas, aunque estén escritas con las mismas palabras que las primeras, pues Dios no cambia en su palabra, sino que tiene en él una Ley, como se dijo mitigada con la gracia, y siendo el instrumento de la introducción de un pacto mediador, Moisés, al escuchar esta misericordia, esta bondad, este perdón de la transgresión e iniquidad, entendemos que Moisés entonces desciende y su rostro brilla.

Leemos en el versículo 29 que Moisés, bajando del monte, caminando hacia el pueblo llevando las tablas del testimonio, no sabía que la piel de su cara resplandecía. Porque no es Moisés el que, mirándose en un espejo, ve que la piel de su cara brilla, sino que son los que le rodean, los que ven el resplandor en su cara hasta tal punto que ni siquiera pueden sostenerlo. La causa, el motivo de tal radiación en su rostro transformado es porque ha hablado con su Dios, porque ha escuchado de la boca de su Dios en esta tan preciada intimidad, ya que Jehová hablaba en una intimidad especial con este siervo, y esta intimidad en el santuario de Dios produce esta radiación en su rostro.

Pero el motivo, sin duda, es haber oído hablar de perdón, de misericordia, de bondad. Él comunica al pueblo, como debe hacerlo cualquier siervo de Dios que no es una fuente, lo que se requiere de él es que sea un canal. Tiene el privilegio y la responsabilidad de transmitir en su pureza, en su integridad sin adición, alteración o supresión todo lo que la gracia de Dios le ha concedido conocer a través de la boca divina. Por lo tanto, comunica todo lo que Jehová le ha hecho entender, todo lo que le ha dicho, todo lo que se le ha ordenado.

Esto es en efecto lo que encontramos a menudo en la Palabra, incluso un Samuel, un joven muchacho, era responsable de comunicar a Elí, ya que es a él a quien Jehová se dirige, porque ya no habla a Elí. Debe comunicarle todo lo que Jehová le ha dicho. Si pensamos en el apóstol Pablo, puede decir a los ancianos de Éfeso que no puso ninguna reserva para comunicarles, enseñarles y darles a conocer todo el consejo de Dios.

Esta es una gran responsabilidad y el siervo no tiene derecho a añadir o quitar nada a lo que el Señor le ordena comunicar, lo que lleva a honrar, glorificar al Señor y para la bendición de las almas. Además, esta enseñanza se encuentra al final de la Escritura, el que añade o el que quita es objeto de su juicio.

Esto es lo que hace Moisés, comunica todo lo que Jehová le ha dicho en el monte Sinaí, y lo vemos entrar ante el Señor y salir ante el pueblo. Cuando entra, se quita el velo, cuando sale a hablar con el pueblo, se lo vuelve a poner; estamos bajo la Ley. Y la presencia del velo es, en efecto, la manifestación de que el pueblo no está aún introducido en una libertad de relación y en una completa revelación de los caracteres divinos.

Por eso Pablo puede decir, dirigiéndose a los corintios, que aquellos que deliberadamente quieren permanecer bajo la Ley, el velo permanece. Pero por la gracia de Dios, para aquel que comparte con Cristo y que, introducido en las relaciones filiales y vitales, capta felizmente el conjunto de las revelaciones divinas, este velo ya no permanece, aunque solo lo consideremos parcialmente según nuestras limitaciones, vemos a través de un cristal, pero ya no existe ese velo que nos muestra que la relación no está todavía verdaderamente establecida, ese velo que separaba los lugares santos, como sabemos en el Tabernáculo y en el templo.

Pero Moisés es introducido en relaciones particulares de proximidad, es objeto de una intimidad que es una gracia especial de Dios a su respecto, y vemos que se quita el velo cuando entra a hablar con Él. Pero lo que retenemos en esta escena es que la cara de Moisés irradia porque ha hablado con Él y porque ha oído a su Dios hablarle y comunicarle sus pensamientos. La Palabra de Dios que produce un resplandor en el creyente y se ve en su cara.

6.3 - Esteban

La tercera cara transformada, nos hace pensar en Esteban. En el capítulo 6 del libro de los Hechos, versículo 15. Sabemos que Esteban es acusado por los judíos, va a ser condenado y apedreado y, dirigiéndose a sus acusadores, recuerda toda la vida de Israel. Se nos dice: «Todos los que estaban sentados en el Sanedrín fijaron en él la vista, y vieron su rostro como el rostro de un ángel» (Hec. 6:15). Y al final del capítulo 7, desde el versículo 55: «Y al oír estas cosas… Mirad, veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios».

Un hombre lleno del Espíritu Santo. Tener el Espíritu Santo en uno mismo, la parte del creyente, o estar lleno del Espíritu Santo son dos cosas distintas. Es el final del período judeo-cristiano, y después de un tiempo de espera y paciencia divinas con este pueblo responsable y culpable con respecto al Señor rechazado y crucificado, siendo este tiempo de espera la respuesta a la oración del Señor en la cruz: «Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen», este tiempo de espera llega a su fin y es el final del llamado período judeo-cristiano.

Este primer testigo o mártir de la economía de la gracia es, por tanto, objeto de las acusaciones y de la condenación por parte de los judíos, a los que todavía les recuerda todos los caminos de la gracia de Jehová con respecto a este pueblo. Se le concede como un estímulo antes de ser ejecutado que mire al cielo y vea la gloria de Dios y a Jesús de pie a su derecha, y pueda declararlo diciendo: «Mirad, veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios». El Señor aún no se ha sentado, aún está listo para intervenir a favor de su pueblo si hay arrepentimiento, confesión.

Desde entonces se sentará, la situación será definitiva durante mucho tiempo con respecto a Israel hasta que reconozca su culpabilidad en un tiempo que aún hoy es futuro. Pero a Esteban se le da este estímulo incomparable, ver poco antes de su muerte los cielos abiertos y al Señor, la gloria de Dios, el Señor de pie a la derecha de Dios.

Esta contemplación produce un efecto notable en sí mismo, y bien podemos pensar que esta transformación que se vio en él está ligada a este favor, esta intimidad, esta aprobación divina, esta contemplación, esta visión que se le concede. No se nos dice que es él quien se da cuenta de que se transforma en la semejanza de un ángel, pero son sus acusadores los que ven su cara, los del Sanedrín los que fijan sus ojos en él.

Qué diferencia de contemplación. Tenemos a Esteban que detiene su mirada en los cielos abiertos para ver la gloria, y ellos, sus acusadores que detienen sus ojos llenos de maldad, de odio y de condenación en este primer testigo, este fiel siervo, este primer mártir, y ven su cara parecida a la de un ángel. Qué notable es esto.

6.4 - Conclusión sobre estas tres escenas

¿No tenemos un valioso estímulo para nosotros mismos en estas tres escenas? Si las circunstancias, la vida aquí abajo llevan a tanta tristeza, tanto sufrimiento, tantas caras abatidas, esto es lo que marca al hombre en su viaje en la tierra, el hombre culpable, el hombre puesto bajo las consecuencias del pecado; vimos a Adán con una cara marcada por el sudor, vimos a su hijo salir con un semblante decaído, y tantas otras circunstancias.

Qué aliciente recordar estas tres escenas donde vemos caras transformadas. Y en estas tres escenas tenemos, por así decirlo, la evocación de todo lo que está involucrado en la vida cristiana, la vida de comunión con el Señor. La primera escena (Ana), una comunión, la confianza y la dependencia realizadas en la oración. La segunda escena (Moisés), el estímulo, la edificación, la bendición de un corazón que escucha la Palabra de Dios.

Y en la tercera escena (Esteban), esta bendición como ninguna otra que resulta de contemplar al Señor; ha visto la gloria de Dios y al Señor glorificado en el cielo. Lo que nuestra fe puede contemplar, en lo que estamos llamados a fijar nuestros ojos, como leemos en la Epístola a los Hebreos: «Fijos los ojos en Jesús», Jesús glorificado ahora sentado a la derecha de Dios, y qué transformación, qué supremo estímulo produce la adoración. Me parece que tenemos en estas tres escenas el ciclo completo de la vida del creyente, el ciclo completo también de la vida de la Iglesia: la oración, la Palabra de Dios, la adoración.

7 - La cara del Señor

Que estas cosas nos animen, para que nuestros corazones se llenen de una alegría que también se vea y que se refleje en las caras radiantes. Podemos extender el tema a lo que probablemente sea el más bello, el más alto, el más excelente, la cara del Señor. Las evocaciones de la cara del Señor son un tema de edificación de altísimo valor. Del aspecto exterior, sabemos que la única evocación que tenemos de él es en Isaías, donde se nos dice que fue desfigurado de los hombres su parecer y su hermosura más que la de los hijos de los hombres (52:14; 53:2).

La cara del hombre-Dios, del Señor mismo evocado por el profeta como marcado por el sufrimiento. La cara del «varón de dolores». También encontramos al Señor llorando más de una vez, lloró en la tumba de Lázaro (Juan 11:35), lloró sobre Jerusalén (Lucas 19:41), lo vemos subir por el camino junto a esta ciudad culpable llorando sobre Jerusalén. También se nos dice en la Epístola a los Hebreos que ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte (5:7).

Pero por otro lado vemos evocaciones del rostro del Señor brillando con gloria. Pensamos, por supuesto, en la escena de la transfiguración, donde tenemos ya sea en la escena misma, o cuando Pablo más tarde habló con Agripa sobre lo que vio del Señor mismo en esta escena del camino a Damasco, donde tenemos estas evocaciones del esplendor que brilla en la cara, y su cara brillando como el sol, es su gloria oficial, o más brillante que la del sol, es su gloria como Hijo unigénito, su gloria personal.

Ahora nos es concedido por la fe contemplar la gloria del Señor según estos pasajes ya citados de 2 Corintios 3: «Pero todos nosotros a cara descubierta, mirando como en un espejo la gloria del Señor» (v. 18). Entonces somos conducidos por su gracia a realizar esta progresión en este disfrute de su intimidad, esta transformación de gloria en gloria como a través del Señor en Espíritu.

Que el Señor nos dé el deseo de hacerlo y la gracia de realizarlo en espera del día en que lo veremos con los ojos de nuestros cuerpos glorificados, siendo hechos conformes a su imagen, semejantes a él donde fijaremos nuestros ojos en él, dirigiéndonos a él en eterna adoración, rodeando a Aquel cuya cara es una saciedad de gozo y en cuya diestra hay placeres para siempre.