Índice general
Las profetisas
Autor:
Personajes bíblicos y hombres de Dios
Tema:1 - El don de profeta (1 Cor. 14:1-3)
En cuanto a las cosas materiales y temporales, se nos ordena estar contentos con lo que tenemos ahora (Hebr. 13:5; 1 Tim. 6:8). Pero en el ámbito espiritual, se nos ordena anhelar mayores dones de gracia (1 Cor. 12:31), y especialmente profetizar.
En el contexto de 1 Corintios 14, este muy deseable don de profecía es ejercido en público, por los hermanos, para la edificación de la asamblea (1 Cor. 14.4). ¿Significa esto que la manifestación de este don se limita a este marco? La Palabra nos muestra que esta actividad también se ejerce fuera de las reuniones de la Asamblea. Agabo en Hechos 21:11 parece haberse expresado en el particular. El don de profeta es uno de los que se dan a los miembros del Cuerpo de Cristo para el bien de todo el cuerpo (Rom. 12:4-8).
Por otro lado, las hermanas no están excluidas del privilegio de poseerlo. Ciertamente en la asamblea, este don de gracia se limita para ellas al canto de himnos y a los «amén» a las oraciones (1 Cor. 11.5). Pero en lo particular, puede ser ejercido por ellas con provecho, para la bendición de la familia y de los hermanos y hermanas, y por consiguiente para la bendición de toda la Asamblea.
La Palabra da varios ejemplos de mujeres profetisas, en particular, tres en el Antiguo Testamento y dos en el Nuevo Testamento. Estos ejemplos ilustran las condiciones requeridas para ejercer tal don y lo que implica, dentro del marco aprobado por Dios. Las hermanas también están llamadas a anhelar el don de la profecía.
A continuación, se presentan las cinco profetisas citadas en la Palabra.
2 - María, hermana de Moisés (Éx. 15:20-21)
El pueblo acababa de pasar por una gran liberación. Faraón y todo su ejército habían sido tragados por el mar Rojo, una imagen para nosotros de la liberación de Satanás.
Por primera vez en su historia, el pueblo cantó. Moisés y los hijos de Israel exaltan a Jehová, pues se ha exaltado mucho, ha arrojado al mar al caballo y al que estaba sentado en él (Éx. 15:1). En este contexto interviene María, hermana de Aarón y de Moisés.
Lo que caracteriza a María se puede deducir del significado de su nombre: María («exaltada, amarga»). Había estos dos aspectos en su personalidad y es, por supuesto, el primero que se destaca en esta escena. Está entusiasmada, feliz, motivada, esta extraordinaria liberación la llena de alegría, exulta. Así que sale con una pandereta y arrastra a todas las demás mujeres tras ella. Basándose en las mismas palabras de Moisés (Éx. 15:1), ella improvisa y los subraya con respuestas y coros, con las mujeres, en alabanza a Jehová. El himno de unos se prolonga por el de otros en perfecta armonía. ¡Qué espectáculo!
El ejemplo que nos da María, la profetisa, es estimularnos y llevarnos a la alabanza. ¡Qué feliz influencia! Que este aspecto del don de profeta sea deseado por hermanas, llenas de alegría en el Señor. Ellas a su vez podrán incitar y conducir a la alabanza a los que frecuentan en lo particular para que, en la Asamblea, esta alabanza preparada en los corazones, se eleve espontánea y fervientemente, dirigida por el Espíritu Santo, para la gloria de la gracia de Dios.
3 - Débora, jueza en Israel (Jueces 4:3-9)
En aquellos días de los Jueces, el pueblo hacía tantas cosas malas ante los ojos de Jehová, que tuvo que castigarlos severamente. La debilidad era grande, y Jehová no encontró a un solo hombre que juzgara a este pueblo, como declara en Ezequiel 22:30. Luego, en su gracia, suscitó a una mujer, Débora, a la que el pueblo en apuros venía para ser juzgado.
¿Pero quién era Débora? Su nombre, que significa «abeja», es evocador. Una abeja siempre está activa, por el bien de la colmena. Sin parar pecorea de flor en flor, trayendo néctar y polen para hacer miel. Así que Débora siempre estaba activa, por el bien del pueblo. La miel, por otro lado, en la Palabra, a menudo representa el significado positivo de los afectos en las relaciones humanas. En Proverbios 16:24, la miel se compara con palabras agradables, dulzura para el alma y salud para los huesos. Débora sabía responder a las necesidades de los que venían a ella, con palabras de aliento llenas de sabiduría.
El nombre de su marido añade otro elemento a su carácter. Lappidot («antorcha, candelabro, lámpara de esplendor»). Ella vivía en la cercanía e intimidad de quien representa al Señor, aquel que es la luz.
Es, en efecto, el secreto de una vida útil y plena de vivir continuamente en la intimidad del Señor.
Débora vivía bajo su palmera. La palmera es un árbol especial, cuyo modo de crecimiento está lleno de significado. Sus hojas, llamadas palmas, crecen desde el centro del tallo, llamado estípite en botánica. Las primeras palmas forman una roseta a nivel del suelo. Las siguientes crecen desde el centro del tallo por encima de las primeras, y así sucesivamente. Forman un follaje que se eleva gradualmente sobre el suelo. Las palmas más viejas se secan con el tiempo, se rompen y caen, dejando el tallo desnudo, culminado por una corona de palmas más nuevas.
El follaje es una imagen de testimonio personal. A medida que el creyente crece, su testimonio se hace más visible a los que le rodean, elevándose por encima de las cosas de la tierra y acercándose a las cosas del cielo. Su testimonio viene de dentro, del corazón, como las palmas; expresa lo que vive y experimenta en su vida íntima con el Señor.
A lo largo del tallo de la palmera, la marca de las hojas viejas es siempre visible, como cicatrices. De la misma manera, la vida del creyente no está exenta de dolor, hay marcas, cicatrices que el tiempo apenas borra… Pero el follaje está por encima de todos estos remordimientos, estas heridas, estas derrotas a veces, es arriba, hacia el cielo, que la verdadera vida del creyente florece y que da testimonio. «Olvidando las cosas de atrás, me dirijo hacia las que están delante…» (Fil. 3:14). El crecimiento de la palmera se compara con el de los justos (Sal. 92:12). Los defectos de nuestro testimonio, que podrían ser motivo de acusación contra nosotros, no quitan nada al aprecio de Dios; es él quien justifica (Rom. 8:33).
Débora, viviendo bajo su palmera, evoca así el carácter del justo, y daba un testimonio visible de ello a su vecindario y al pueblo que venía hacia ella.
Para completar las características de Débora, la Palabra añade que vivía entre Ramá («altura») y Betel («casa de Dios»). Vivía en un ambiente que le permitía elevarse por encima de las circunstancias para ver las cosas desde arriba, como las ve Dios, y en la proximidad inmediata del lugar de la morada de Dios, al que servía. Finalmente, un último detalle, ella vivía en la montaña de Efraín («doblemente fructífero»). El testimonio de Débora, la profetisa, producía mucho fruto para la gloria de Dios (Juan 14:7-8).
Así es como Jehová empleó a Deborah para llamar a Barak para liberar al pueblo. La forma en que ella lo llama «¿No te ha mandado Jehová…?», es un poco sorprendente: ¿Había sido Barak llamado antes y no había obedecido? En cualquier caso, está indeciso, muestra gran temor, tiene miedo de comprometerse. Le falta tanto valor que le pide a Débora que vaya con él: «Si tú fueres conmigo, yo iré… pero si no fueres conmigo, no iré». Débora, tan deseosa del bien del pueblo, acepta ir con él, pero le advierte de las consecuencias.
Débora, la profetisa, es empleada para apoyar y animar a Barak. Es un ejemplo para las hermanas porque hay muchos «Barak» entre los hermanos que necesitan estímulo. Tienen una función expuesta en la Asamblea. Pueden ser llamados a ponerse de pie para orar o para presentar la Palabra. A menudo se sienten tan débiles, tan temerosos, que se necesita toda la fuerza del Señor para superar sus dudas. Hay timidez, el temor de hablar en público. Existe el temor de comunicar mal, de decir algo que no era lo que se quería decir, de no ser comprendido, de ser criticado… en resumen, hay muchos obstáculos y las razones para permanecer sentado, tranquilizadoras, ¡confiando en que otros lo harán! Que las hermanas pidan con ruego profetizar para cumplir en lo particular este servicio de aliento, apoyo y acompañamiento de los hermanos. Para que puedan cumplir con valentía su función en la Asamblea y llevar a cabo el servicio, a veces difícil, que se les ha confiado, para la bendición del Cuerpo de Cristo.
4 - Hulda, de Jerusalén (2 Cr. 34:14-23)
El reinado del rey Josías fue caracterizado por la piedad, en contraste con los anteriores, de reyes de los que se dice que «hizo lo malo ante los ojos de Jehová» (2 Crón. 33:2, 22).
Desde el comienzo de su reinado, Josías aplica su corazón a hacer lo que es correcto a los ojos de Jehová (2 Crón. 34:2). Él purifica el país de los ídolos erigidos por sus predecesores. Demuele, derriba, rompe los altares y los pilares idólatras en toda la tierra de Israel. Después de eso, sentía la necesidad de reparar la casa de Jehová. Fue entonces que Hilcías, el sumo sacerdote, encontró el libro de la ley de Jehová. Consciente de la importancia de este libro, se lo envía al rey. Shaphan, el escriba, no parece tener el mismo aprecio. Solo después de haber dado cuenta del progreso de los trabajos de reparación del templo, declara: ¡Hilcías me ha dado un libro! ¿Conocía el valor de este libro? El rey Josías le pidió que lo leyera.
Cuando el rey escuchó las palabras de la ley de Jehová, quedó consternado, y rasgó sus vestidos en señal de profunda humillación.
Y Josías se dio cuenta de que todo lo que había hecho hasta entonces no tenía valor ante el ultraje hecho a Dios, porque sus padres no habían cumplido la palabra de Jehová para hacer todo lo que está escrito en este libro. Su angustia era grande: «Andad, consultad a Jehová por mí y por el remanente de mi pueblo», gritó.
No es a Hilcías, aunque sea un sumo sacerdote, en quien se busca la palabra de Jehová. Su condición espiritual no lo calificaba para este servicio. El profeta Sofonías que vivía en esa época (Sof. 1:1), tampoco se busca. ¿Tenía otra misión en ese momento? Se dirigen a Hulda, la profetisa, a quien Jehová en su gracia había preparado para este servicio.
¿Quién era Hulda? Hulda significa «comadreja». La comadreja es un pequeño mustélido, muy discreto, que vive de noche. Su comportamiento es característico. A menudo se sienta sobre sus patas traseras y se levanta verticalmente para observar todo lo que le rodea, girando la cabeza hacia todos lados. Así que Hulda era discreta, no llamaba la atención. Siempre estaba atenta para discernir en todo lo que veía cuál era el pensamiento de Dios, cómo Dios le hablaba.
El nombre de su marido era Salum («retribución»). Ella vivía unida y en la intimidad de aquel de quien solo esperaba aprobación, su marido, imagen de Cristo. En esto se parecía a Moisés, que había renunciado a las riquezas de Egipto para estar más bien en la aflicción con el pueblo de Dios, porque buscaba una retribución. Hacía todo con el pensamiento de que lo más importante es ser aprobado por su Señor y que todo saldrá a la luz en su momento, según Romanos 14:12 y 1 Corintios 5.10.
Además, estaba asociada con el nombre de Ticva («fuerza»). Hulda estaba caracterizada así por esta fuerza interior, que la hace parecer la mujer virtuosa que se dice que ciñe sus lomos con fuerza y fortalece su brazo (Prov. 31:17); se viste con fuerza y dignidad y se ríe del día que viene (Prov. 31:25).
Finalmente, el nombre Harhas («pobreza, esplendor») completa la descripción del carácter de Hulda. Ella no era rica en cuanto al mundo, pero sí en cuanto a Dios. Su apariencia podía ser pobre, no estaba adornada con oro ni vestida con hermosas prendas, pero era el hombre escondido del corazón el que la hacía bella, espléndida (1 Pe. 3:3-4), –la persona del Señor, en la incorruptibilidad de un espíritu de dulzura y apacible, que es de gran valor ante Dios.
Hulda tenía la custodia de las ropas. Era una actividad regular, tal vez no muy gratificante o variada, pero siempre al servicio de los demás. Se le podía confiar las ropas más ricas, las guardaba con cuidado, se podía confiar completamente en ella. El ejercicio de su profesión era un testimonio de su lealtad y probidad.
Vivía en Jerusalén, en el corazón del país. Vivía en medio de su pueblo, lo que recuerda a la Asamblea. Vivía los ejercicios, las penas y las alegrías de la Asamblea, no como visitante ocasional, sino como habitante de este lugar. Su interés en el pueblo de Dios era evidente. No ocupaba una posición destacada, vivía en el segundo barrio de la ciudad, en segundo plano.
En resumen, Hulda es presentada como discreta, siempre escuchando, atenta para discernir cómo Jehová quería hablarle, para captar el pensamiento de Dios. Ella buscaba su aprobación en todas sus acciones. Poseía una fuerza interior que la caracterizaba como una digna mujer virtuosa. Su belleza no residía en su apariencia sino en el resplandor de Aquel que vivía oculto en su corazón, Cristo, que la hacía espléndida. Su humilde profesión la ponía al servicio de los demás, que confiaban plenamente en ella. Ella fue fiel. Vivía en medio de su pueblo, compartiendo sus penas y alegrías, manteniendo un lugar humilde. Aquí es donde los enviados del rey vinieron a buscarla.
Cuando Hilcías y el pueblo del rey le contaron la situación, Hulda, la profetisa, captó inmediatamente el pensamiento de Dios y les dijo sin esperar un momento: «Jehová Dios de Israel ha dicho así». Ella sabe qué respuesta dar. No pide un período de reflexión de unos pocos días, o incluso una noche, da espontáneamente la respuesta de Jehová.
Hulda, la profetisa, estaba lista y disponible para comunicar la respuesta de Dios a la situación de crisis experimentada en ese momento. Que haya así hermanas en la Asamblea, vestidas con los caracteres de Hulda, cualificadas para dar la respuesta esperada en un momento de angustia, estando preparadas, listas y disponibles para dar lo que el Señor tiene que decir a través de ellas.
5 - Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser (Lucas 2:36-38)
Ana («gracia» [de Jehová]) era de muy avanzada edad, estaba viuda desde hace unos 84 años. Ella había, mediante el nombre de su padre, Fanuel («faz de Dios»), aprendido a vivir ante Dios. La tribu de Aser («feliz»), de la que procedía, caracterizaba su condición; estaba feliz.
Había renunciado a las alegrías terrenales del matrimonio y de la familia, para consagrar su vida al Señor, dándose cuenta de lo mucho que era objeto de su gracia. Ella continuamente servía a Dios en ayunos y oraciones y no dejaba el templo.
Ana, la profetisa, tenía el corazón lleno de la persona del Señor, al que esperaba fervientemente. Hablaba de él a todos aquellos que, como ella, esperaban la liberación. Ella evangelizaba, anunciando la buena noticia de la venida del Señor.
De la misma manera, que las hermanas sean revestidas con este aspecto de don de profeta, felices, conscientes de la gracia de la que son objeto, viviendo en comunión con el Señor, llenas de él y hablando de él y de su próximo regreso a todos los que las rodean.
6 - Las cuatro hijas de Felipe el evangelista (Hec. 21:8-9)
Nada se nos dice sobre su actividad como profetizas. No son ellas las llamadas a advertir el apóstol Pablo que iba a ser atado en Jerusalén, sino Agabo, que desciende especialmente de Judea para este propósito (Hec. 21:10).
Lo que sabemos es que su padre era Felipe. Este hombre notable por su piedad, lleno del Espíritu Santo y de sabiduría… había sido elegido con los siete para cumplir una delicada misión (Hec. 6:1-6). El testimonio que daba, lo hizo notar entre los hermanos. Había sido enviado especialmente por un ángel al eunuco de Etiopía, mayordomo de la reina Candace, para anunciarle a Jesús. Evangelizaba todas las ciudades por las que pasaba (Hec. 8:26-40).
Las hijas de Felipe, en su papel de profetas, mantenían un clima de armonía y paz en su familia, lo que sin duda fue una bendición para su padre. Felipe disfrutaba de esta atmósfera de piedad y alegría en el Señor; estaba imbuido de ella y su testimonio lo demostraba.
Si la Palabra no da detalles sobre el servicio de estas mujeres, ella muestra los resultados. Esto subraya su humildad y discreción y confirma la posición de la mujer que no debe usar de autoridad sobre el hombre (según 1 Tim. 2:11-12). Y ciertamente no desobedecían a la instrucción de 1 Corintios 14:34, sobre el lugar de las mujeres en la Asamblea.
Qué hermosa actividad de profeta para las hermanas, hacer reinar en su casa una atmósfera de piedad feliz, para animar a sus maridos y a todos los que viven en esa casa a cumplir su propia función en la Asamblea y en otros lugares, para la bendición de todos. Sí, que cada una desee con empeño profetizar como las hijas de Felipe.
7 - Conclusión
Anhelar los dones espirituales y sobre todo profetizar es también la parte de las hermanas.
Los ejemplos de profetisas citados en la Palabra ilustran las condiciones personales requeridas y permiten comprender mejor lo que implica este don de profeta y su campo de acción.
En resumen:
- María: estímulo para la alabanza.
- Débora: apoyo y aliento para los hermanos que sienten su debilidad en el servicio público.
- Hulda: atención y escucha del pensamiento de Dios en todo momento, disponibilidad y preparación para comunicarlo en una situación crítica.
- Ana: evangelización hablando del Señor y de su próximo regreso a todos los que la rodean.
- Hijas de Felipe: armoniosa influencia de alegría y de paz imbuida de piedad, en la familia y en el hogar, produciendo efectos benéficos en el servicio exterior, para la prosperidad de la Asamblea.