Una cuestión de vida o muerte


person Autor: Biblicom 62

flag Tema: Los folletos


«Dios escogió lo vil del mundo, y lo despreciado…» (1 Cor. 1:28).

Jesús le dijo al malhechor: «Hoy estarás conmigo en el pa­raíso» (Lucas 23:43).

Tal vez has ido de fracaso en fracaso, yendo cada vez más lejos en la violencia y el odio hacia todo y contra todos. Tal vez conozcas la miseria, la soledad, los terribles daños cau­sados por el alcohol o las drogas. Tal vez incluso leas esta hoja en una celda de prisión. Te parece que no hay nada de­lante de ti, salvo la “miseria” y la desesperación de una vida desperdiciada.

1 - Los que se quedaron atrás

Jesús dijo: «¡Venid a mí todos los que estáis trabajados y car­gados, y yo os daré descanso!» (Mat. 11:28).

Jesús dijo: «Al que viene a mí, de ninguna manera lo echaré fuera» (Juan 6:37).

«Respondió el joven egipcio: Yo soy siervo de un amalecita, y me dejó mi amo hoy hace tres días, porque estaba yo en­fermo» (1 Sam. 30:13).

¡Qué declaración tan espantosa hace este adolescente, un siervo abandonado por su amo tan pronto como se vuelve problemático, y luego condenado a una muerte segura!

Es de otro tiempo, puedes pensar. ¡Incluso así! ¡Cuántos jó­venes son abandonados a su suerte, privados del calor de un hogar! A la inversa, ¡cuántos padres se sienten abandonados por sus hijos! ¡Cuántos ancianos están desesperadamente solos! ¡Cuántos empleados son despedidos sin piedad! Sí, la sociedad actual es muy dura, deja a mucha gente a un lado del camino, sin recursos, sin amigos, sin esperanza.

¿A quién podemos recurrir cuando estamos en tal situación, con esta terrible sensación de ser abandonados por todos? Escuchemos la respuesta y la dulce voz de Jesús:

«Venid a mí… yo os daré descanso… de ninguna manera lo echaré fuera» (Mat. 11:28; Juan 6:37).

Es el Hijo de Dios quien nos dice esto, no es un hombre or­dinario. No puede decepcionarnos, siempre cumple sus pro­mesas. «Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre por vosotros, para que por medio de su pobreza vosotros llegaseis a ser ricos» (2 Cor. 8:9).

2 - Un Salvador para nuestro pasado, presente y eterno futuro

«El Hijo del Hombre (Jesucristo) vino para salvar lo que se había perdido» (Mat. 18:11).

«Cristo padeció una vez por los pecados, [el] justo por los in­justos, para llevarnos a Dios» (1 Pe. 3:18).

«Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos acceso por la fe, a esta gracia en la que estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios» (Rom. 5:12).

Estos versículos de la Biblia describen con pocas palabras cómo, a través de su obra en la cruz, Jesucristo se hizo cargo del pasado, del presente y del futuro del creyente que se re­fugia a la sombra de sus alas (Sal. 61:4; 63:7).

Por nuestro pasado, Cristo soportó el castigo que nuestros pecados merecían; él murió por nosotros, el justo, por los injustos. Aquel que cree en tal amor y en el valor de este sacrificio para sí mismo es perdonado. Dios lo declara justo. Como resultado, tiene paz con Dios. Ya no hay ningún obstáculo entre él y el Dios santo, porque ha sido plena ­mente satisfecho por la obra de su Hijo, Jesucristo. «No hay, pues, ahora ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús» (Rom. 8:1).

Para el presente, los creyentes, que tienen la vida de Cristo, Dios los considera como sus propios hijos (Juan 1:12): los ha adoptado, están en su favor, los ama. Sus ojos se posan benévolamente sobre cada uno de ellos. Y Dios, entonces conocido como Padre, es feliz cuando sus hijos se comportan en este mundo como Cristo se condujo. A causa esto, él vela sobre cada uno de nosotros. Él nos habla a través de la Biblia, su Palabra. Escucha nuestras oraciones y las responde. Nos cuida todos los días. Nuestra vida puede ser entonces una vida de proximidad con Dios.

Nuestro futuro, también está bien asegurado. Al final de nuestra existencia en la tierra, esta vida de intimidad con Dios encontrará su plena dimensión cuando, en un abrir y cerrar de ojos, seamos introducidos por Jesús en la gloria del cielo, en «la Casa del Padre». Esta gloriosa esperanza no es de la pretensión. Descansa únicamente en la obra perfecta de Cristo y en lo que Dios ha dicho en su Palabra, que es la verdad.

¡Que tu parte sea confiar en Dios, contra viento y marea, pase lo que pase, incluso cuando los otros nos dejan o nos decepcionan! Jesucristo fue abandonado por Dios cuando fue hecho pecado por nosotros –pero entonces Dios le res­pondió y lo resucitó (Hebr. 5:7)– para que nosotros nunca fuéramos abandonados, sino salvos para la eternidad, y ase­gurados, desde ahora, que nada puede separarnos de su amor (Rom. 8:38-39). ¿No es este Salvador digno de toda nuestra confianza?

«Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá» (Sal. 27:10).

«Quédate conmigo, no temas… pues conmigo estarás a salvo» (1 Sam. 22:23).

«Jehová te guardará de todo mal; él guardará tu alma» (Sal. 121:7).

Si eres uno de los que la dura y egoísta sociedad de consumo rechaza y llama paria o marginado, Dios te busca y te llama.

Ningún hombre, no importa cuán rico, poderoso, culto u ho­nesto sea, tiene algún mérito que hacer valer ante Dios. Para Dios, todos los hombres son indignos y necesitan ser salva­dos. No importa cuán bajo hayas caído, el amor del Dios justo también es para ti. Jesucristo murió en la cruz del Cal­vario, castigado por ti.

Jesús te mira, lloró por ti, fue herido y despreciado por ti, quien, «por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios» (Hebr. 9:14). Su amor es fuerte y fiel, puro y desinte­resado. Llama al más miserable, al más alejado de él. No te apartes como si no estuvieras concernido. Él, a nadie re­chaza.

Cree en Jesucristo, arrepiéntete del mal que has hecho, con­fiesa que eres un pecador perdido y serás salvo. Confía en él, y él te hará conocer la paz y la verdadera alegría.

«Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a noso­tros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pe­cados y limpiarnos de toda iniquidad» (1 Juan 1:89).

«Si alguno tiene sed, venga a mí (Jesús) y beba» (Juan 7:37).

 

Tal como estoy, sin nada en mí
Y tu voz que me llama a ti,
Sino tu sangre, derramada por mí,
Cordero de Dios, vengo a ti.