1 Timoteo 2:12-14
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Al estudiar el versículo 8, ya hemos recordado dos restricciones al ministerio de las mujeres creyentes. Deben guardar silencio en las asambleas (1 Cor. 14:34-35) y cubrirse al orar y profetizar (1 Cor. 11:2-16). Encontramos ahora un tercer mandamiento aplicable a las hermanas: «Pero no permito que la mujer enseñe o use su autoridad sobre el hombre, sino que debe guardar silencio». “Enseñar” y “señorear” (o «usar la autoridad») se contraponen a “aprender” y “ser sumiso” en el versículo anterior, mientras que aquí como allí, se enfatiza la posición.
La posición de líder/cabeza corresponde al hombre según el orden de la creación y debido a la caída (Gén. 2:18; 3:16). El hecho de que una hermana, por su conducta, dedicación y amor al Señor y a los suyos, pueda poseer una fuerza moral que supere a la de los hermanos, no la autoriza en modo alguno a dejar su posición de sumisión y a asumir la posición de cabeza/jefe que Dios ha reservado al hombre. Sin embargo, puede ejercer una influencia moral según Dios en el área que le ha sido asignada. Así, las hermanas de edad deben ser maestras de cosas buenas e instruir a las más jóvenes para que amen a sus maridos e hijos, para que sean sabias, puras, ocupadas en el cuidado del hogar, buenas, sumisas a sus propios maridos, para que la Palabra de Dios no sea blasfemada (Tito 2:3-5). Entre los muchos ejemplos de servicio de las hermanas en el Nuevo Testamento, solo menciono a Prisca y a su marido Aquila (Hec. 18:2, 26; Rom. 16:3; 1 Cor. 16:19; 2 Tim. 4:19). En los tres pasajes en los que se menciona a Prisca en primer lugar, la dedicación personal está en primer plano. Pero cuando se menciona el liderazgo (o la “guía” / “dirección”) o intervención pública, se menciona primero a Aquila.
Así, cuando una hermana enseña, domina al hombre (o «usa la autoridad sobre el hombre»), incluso si no hay ningún hombre presente. Ella lo domina porque asume su posición. La palabra «usar de autoridad» (en griego authenteo) solo aparece aquí y significa: ejercer el poder con su propia mano, actuar por cuenta propia. Sin embargo, la enseñanza de las mujeres es solo una forma de dominio; también domina, por ejemplo, cuando habla en la asamblea (1 Cor. 14:34), cuando ora o profetiza con la cabeza descubierta (1 Cor. 11:5), en definitiva, cuando abandona su posición de sumisión y se asimila al hombre.
Como ya se ha mencionado, aquí se dan dos razones para justificar la posición de la mujer. En primer lugar, se menciona la creación del hombre en Génesis 2 y, más concretamente, el orden en que fueron formados Adán y Eva. Adán llevó primero una existencia independiente. Se le encomendó la tarea de cultivar y custodiar el Jardín del Edén. Dio a los animales sus nombres por orden de Dios. Solo entonces fue creada Eva a partir de él, como una ayuda que le corresponda. Así, el hombre llegó a ser la cabeza y la mujer el corazón de la humanidad, ya que ambos fueron equipados por el Creador para realizar plenamente el lugar que les fue asignado. En Efesios 5:22-33 aprendemos que el hombre es una imagen de Cristo, la cabeza, y la mujer una imagen de la Asamblea, la Esposa del cordero. –La segunda razón que se da en el versículo 14 para explicar la actitud adecuada de la mujer, es la caída del hombre. Adán siguió a su mujer en la desobediencia, cuando debería haberla guiado en la obediencia. Debería haber sido consciente del alcance de sus acciones y eso es precisamente lo que las hace tan graves. Pero fue Eva quien fue engañada, no Adán (comp. 2 Cor. 11:3). Esta debilidad y sus consecuencias para el hombre y toda la humanidad son invocadas como razón suplementaria para la exhortación a guardar silencio y a no enseñar ni usar la autoridad sobre el hombre.