El coronavirus y el temor
18 de marzo de 2020
La enfermedad respiratoria desencadenada por un nuevo tipo de virus corona, el Covid-19, se extiende rápidamente –y con ella el temor.
Pero no es el único temor que nos preocupa. Este artículo le dice cómo encontrar la paz y el descanso de espíritu.
¡Leed la Biblia –la Palabra de Dios!
El temor al coronavirus
Cuando las primeras personas fueron infectadas en un mercado de Wuhan, en China, a principios de diciembre de 2019, nadie tenía idea de lo que le esperaba al mundo. Desde entonces, el coronavirus se ha extendido a una velocidad vertiginosa. Es imposible detenerlo.
El virus es un grave peligro para la salud, especialmente para las personas con sistemas inmunológicos debilitados. La tasa de mortalidad es diez veces mayor que la de la gripe.
Muchos esperaban que el virus no llegara a su país; pero ahora, ha llegado. Y cuanto más se acerca a nosotros, más se extiende el temor entre la población
Todo el mundo tiene la esperanza de no estar infectado. Pero, ¿qué hacer si lo son? Por supuesto, esperamos que no nos aqueje muy fuerte, y que no estemos entre el 2 o 3% que muere.
Esta vez, nos invade el temor a algo que parecía haber desaparecido. El progreso social y médico nos han enseñado que las epidemias eran cosa del pasado. Nos sentíamos seguros. Y ahora empezamos a darnos cuenta de que hay fenómenos que no podemos controlar: el cambio climático, los ataques terroristas y un virus que deja sin aliento.
Pero, por favor, ¡no se asuste! De momento, mantengamos la calma y actuemos con cuidado. Porque sabemos que el temor es un mal consejero.
Además de todos los esfuerzos realizados para tomar buenas medidas preventivas para el bienestar de las personas, reflexionemos sobre el temor llegando al fondo de las cosas.
Nuestro temor
El temor se desencadena con las amenazas. Es completamente natural. A algunas personas les sudan las manos solo al pensar en su próxima visita al dentista. ¡Cuánto más grande es entonces el temor a las amenazas a nuestras vidas! Cuando nuestra felicidad, nuestra salud o nuestra existencia están en juego –y que hay ataques que no podemos resistir– preguntémonos dónde está la verdadera causa del temor.
Todo comenzó en el jardín del Edén cuando la primera pareja humana transgredió un mandamiento de Dios, a pesar de Su advertencia previa: «De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Gén. 2:16-17).
Por consiguiente, la gente se esconde de Dios –vive con temor. ¿Cómo escapar? Para nada sirve declarar que Dios está muerto o de simplemente ignorarlo. El hecho es que la muerte está en este mundo y es la mayor amenaza que nos acecha, a nosotros los humanos. Nadie puede evitarla.
«Por tanto, como por un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte, así también la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Rom. 5:12).
La muerte no es un problema biológico que pueda evitarse en cualquier momento mediante una solución médica. La muerte es la paga del pecado. Porque hemos pecado contra Dios, debemos morir. Pero la muerte no es el final de todo. Hay una vida después de la muerte.
«Está reservado a los hombres morir una sola vez, y después de esto el juicio» (Hebr. 9:27). Cada uno deberá dar cuenta a Dios algún día.
Dios quita el temor
¿Quiere Dios que vivamos con temor? –Para nada, ¡jamás! Es un Dios que ama y perdona. Quiere dar la vida eterna. Por esta razón, dejó que muriera su hijo, Jesucristo, quien sufrió todo el castigo que nuestros pecados merecen:
«Porque Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo unigénito para que todo aquel que cree en él, no perezca, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).
¡Ir a la perdición no es una obligación! Pero depende de nosotros decidir si aceptamos o no la oferta de amor de Dios. Dios ha dado todo para reconciliarnos con Él. Lo único que Dios espera de nosotros es que reconozcamos nuestra culpabilidad, que la confesemos sinceramente ante Él y que creamos en Jesucristo como nuestro Salvador. Entonces seremos aceptados por Dios y estaremos a salvo para siempre. Cada hijo de Dios tiene un futuro glorioso ante él:
«Y enjugará toda lágrima de sus ojos; y ya no existirá la muerte, ni duelo, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron (Apoc. 21:4).
¿Y qué pasa con el temor al coronavirus? Por supuesto, la fe en Jesucristo no inmuniza contra los virus. Pero cualquiera que haya experimentado la gracia de Dios sabe que es amado por Él y encuentra paz para su alma en todas las situaciones de la vida.
«¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?» (Rom. 8:35).
«Porque estoy persuadido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni poderes, ni cosas presentes, ni cosas por venir, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que es en Cristo Jesús nuestro Señor» (Rom. 8:38-39).