Si comprares siervo hebreo… Y si el siervo dijere: Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos, no saldré libre; entonces su amo lo llevará… junto a la puerta… y su amo le horadará la oreja con lesna, y será su siervo para siempre.
(Éxodo 21:2, 5-6)
El siervo hebreo mencionado en estos versículos es una bella imagen de nuestro bendito Señor Jesús como el Siervo voluntario. Durante sus treinta y tres años en esta tierra, él cumplió a cabalidad su deber como perfecto Siervo de Dios. Su comportamiento siempre superó las normas establecidas por la Ley, la cual nunca logró detenerlo. De este modo, como el perfecto Siervo, él tenía la opción de ser libre. Sin embargo, decidió no hacerlo, porque amaba a su Señor (su Padre), a su esposa (la Iglesia, colectivamente) y a sus hijos (los creyentes, individualmente).
En tales casos, se realizaba un ritual en el que el amo perforaba la oreja del siervo con un punzón en la puerta o en el poste de la misma (“Has abierto mis oídos” –Sal. 40:6). La puerta o el poste simbolizan la cruz del Calvario. Cuando el punzón perforaba la oreja del siervo hebreo contra la puerta o el poste, en el lugar quedaba una mancha de sangre. Sin embargo, en la oreja del siervo también quedaba una marca indeleble, el sello de un eterno servicio por amor.
¿Qué impacto tendría esa mancha de sangre en la esposa e hijos de aquel abnegado siervo? Cuando pasasen por la puerta o poste, exclamarían asombrados: «He aquí la mancha de sangre de mi querido esposo, o de mi amado padre, quien nos ama y no quiso salir libre, aunque podía». Lo mismo sucedería cuando se detuvieran a mirar la herida en su oreja. Su amor a él sería algo inevitable e incondicional.
¡Oh, queridos cristianos! Observemos con asombro las heridas de nuestro amado Salvador y su sangre derramada en la cruz y adorémosle con todo nuestro corazón.
F. S. W.