Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar.
Hechos trascendentales deben producir efectos de igual magnitud. Si Dios es nuestro amparo y fortaleza, y un pronto auxilio en las tribulaciones, entonces es lógico concluir que no temeremos, incluso si la tierra es removida y los montes se desplacen al corazón del mar. Esto es lo que caracteriza a la fe verdadera, ya que nos permite vislumbrar a Aquel que es invisible. Si confiamos realmente en los hechos significativos que afirmamos, entonces veremos efectos igualmente importantes. “A Jehová he puesto siempre delante de mí… se alegró por tanto mi corazón” (Sal. 16:8-9).
Si mantenemos nuestra vista fija en Dios, entonces hallaremos gozo. En el Salmo 28:7, leemos: “Jehová es mi fortaleza y mi escudo; en él confió mi corazón, y fui ayudado, por lo que se gozó mi corazón, y con mi cántico le alabaré”. De igual manera, la seguridad de nuestra salvación está fundamentada en la certeza de hechos trascendentales: Cristo fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación; por lo tanto, al ser justificados por la fe, tenemos paz para con Dios (véase Ro. 4:25-5:1). Nada puede alterar el hecho de que Cristo es nuestro Gran Sumo Sacerdote y que ha hecho perfectos para siempre a los santificados, y por ello tenemos libertad para entrar en el Lugar Santísimo (véase He. 10:14, 19).
Resulta perjudicial hablar de las grandes verdades de las Escrituras de forma mecánica sin apreciarlas, hacerlas nuestras y vivir en conformidad a ellas. Debemos evitar convertirnos en “metal que resuena o címbalo que retiñe”. Las verdades de la Palabra deben ser leídas con reverencia, guardadas en nuestros corazones y aplicadas en nuestras vidas. De lo contrario, se transformarán en el tipo de conocimiento que envanece. Que todos podamos decir con el salmista: “Maravillosos son tus testimonios; por tanto, los ha guardado mi alma” (Sal. 119:129).
A. M. Behnam