No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.
Tenga cuidado con los viejos conocidos y las asociaciones. A veces, cuando el creyente hace un comienzo brillante, confiesa al Señor y busca romper con sus antiguos compañeros, estos, por sus propias razones, no quieren separarse de él y mueven cielo, mar y tierra para retenerlo. A veces ocurre que, al cabo de los años, el amor se enfría y el creyente comienza, primero lentamente, luego más rápidamente, a volver a las personas y cosas que había abandonado. A veces, lo más sutil y peligroso de todo, es entretenernos con la idea de que podemos acercarnos a nuestros antiguos socios impíos para ganar su atención e influir en ellos para su bien. Esto es un gran error. No los elevaremos. Nos arrastrarán hacia abajo. La experiencia lo confirma universalmente, y también las Escrituras.
Josafat fue uno de los mejores reyes de Judá, Acab el peor de los que deshonraron el trono de Israel; y, sin embargo, leemos: “Josafat… contrajo parentesco con Acab” (2 Cr. 18:1). ¿Cuál fue el resultado? ¿Elevó Josafat a su propio nivel a Acab, para poder decir con satisfacción: ««Te has vuelto como yo»»? No, al contrario. En el versículo 3 del mismo capítulo, Josafat dijo: “Yo soy como tú”, ¡y esta declaración ni siquiera lo hizo sonrojarse!
Luego vino la expedición a Ramot de Galaad, en la que Acab perdió la vida y Josafat escapó a duras penas, solo para enfrentarse a un mensaje muy solemne de Dios, a través del profeta Jehú: “¿Al impío das ayuda, y amas a los que aborrecen a Jehová? Pues ha salido de la presencia de Jehová ira contra ti por esto” (2 Cr. 19:2). El resultado final de todo el asunto fue que el hijo de Josafat, Joram, se casó con la hija de Acab (2 Cr. 21:6): la malvada Atalía, verdadera hija de su madre, Jezabel, y quien causó innumerables desgracias para Judá.
F. B. Hole