El Señor Está Cerca

Jueves
18
Diciembre

Cuando alguna serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de bronce, y vivía.

(Números 21:9)

La serpiente de bronce

El israelita mordido debía sencillamente mirar para vivir; mirar no a sí mismo, ni a sus heridas, ni tampoco a los que lo rodeaban, sino directa y exclusivamente al remedio de Dios. Así ocurre también ahora. El pecador es llamado simplemente a mirar a Jesús. No se le dice que mire a las ordenanzas, a las iglesias, a los hombres o a los ángeles; no hay socorro en esas cosas. El pecador es llamado a contemplar exclusivamente a Cristo, cuya muerte y resurrección constituyen el fundamento eterno de toda paz y esperanza.

Esto debería satisfacer plenamente al corazón intranquilo y a toda conciencia agobiada. Dios está satisfecho; nosotros, pues, debemos estarlo también. Suscitar dudas es negar la Palabra de Dios. Si un israelita hubiera preguntado: ««¿Cómo sé que seré sanado con tal solo mirar a esa serpiente? »»; o si hubiera comenzado a reflexionar sobre cuán grande y desesperada era su enfermedad; o si dudaba si realmente era efectivo mirar hacia arriba; o cualquier otra excusa, entonces esto le habría impedido mirar a la serpiente a de bronce, lo que implicaba rechazar directamente el remedio de Dios. En tal caso, la muerte era el único resultado.

Así ocurre también ahora. Desde el momento en que el pecador puede dirigir una mirada de fe a Jesús, sus pecados desaparecen. La sangre de Jesús es derramada sobre su conciencia, la limpia de toda mancha y borra cualquier contaminación, arruga y miseria; todo esto lo hace a la luz de la santidad de Dios, donde ninguna sombra de pecado puede ser tolerada. Notemos el carácter individual de la mirada a la serpiente del israelita mordido. Cada cual debía mirar por sí mismo. Nadie podía ser salvado por medio de otro. La vida estaba en una mirada, en un lazo personal, un contacto directo e individual con el remedio divino.

C. H. Mackintosh

A. M. Hull

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