Jehová dijo a Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre un asta… Y Moisés hizo una serpiente de bronce, y la puso sobre un asta.
La serpiente, imagen de lo que había causado el mal, se convirtió en el conducto por el cual la gracia divina podía fluir libremente hacia los pobres pecadores heridos. ¡Un tipo admirable de Cristo en la cruz!
Es un error bastante común considerar al Señor Jesús primordialmente como aquel que desvía la ira de Dios en lugar de como el canal de su amor. Es una verdad preciosa que él haya soportado la ira de Dios contra el pecado; sin embargo, hay algo más. Él descendió a este mundo desdichado para morir en la cruz y, a través de su muerte, abrir los manantiales eternos del amor de Dios hacia el corazón del pecador. Esto marca una diferencia significativa en cómo se revela la naturaleza y el carácter de Dios al pecador. Nada puede guiar al pecador hacia una verdadera felicidad y santidad más que su confianza inquebrantable en el amor de Dios. El primer intento de la serpiente al atacar al hombre inocente fue menoscabar su confianza en Dios, provocando así un descontento con la posición que Dios le había otorgado.
La caída del hombre se produjo como consecuencia directa de su desconfianza en el amor de Dios. La salvación del hombre, por otro lado, debe surgir de su fe en dicho amor. Como dijo el propio Hijo de Dios: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).
C. H. Mackintosh
S. E. McNair