He aquí, el arca del pacto del Señor de toda la tierra pasará delante de vosotros en medio del Jordán.
Pero entre vosotros y ella haya distancia como de dos mil codos; no os acercaréis a ella.
El río Jordán representa la muerte, mientras que el arca es una figura del Señor Jesús. Dios ordenó explícitamente que hubiese una distancia de dos mil codos (aproximadamente un kilómetro) entre el arca y los israelitas. Hay tres razones para esto.
En primer lugar, esta distancia nos habla de la grandeza de Cristo en su muerte. Así como los sacerdotes se pararon en medio del Jordán, el cual se desbordaba en aquella época del año (v. 15), el Señor Jesús soportó las olas más intensas de la muerte,
En segundo lugar, esta distancia nos habla de la singularidad del sacrificio de Cristo. Nuestro amado Señor era el único capaz de llevar a cabo la obra de la redención. Esta distancia, celosamente controlada e infranqueable, separa la cruz de toda aquella obra humana que intente acercarse a ella. Se trata de una obra incomparable, la cual siempre estará más allá de nuestra comprensión. De hecho, solo el Padre puede sondear plenamente su significado.
En tercer lugar, esta distancia nos habla de la soledad de Cristo en su muerte. A un kilómetro de distancia, el arca parecía un objeto pequeño y solitario. “Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron” (Mt. 26:56). “He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo” (Jn. 16:32). “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). En ese momento, el Señor midió la distancia del pecado; y su porción fueron las tinieblas, la ira y la maldición.
Meditemos solemnemente en su muerte en la cruz en toda su grandeza, singularidad y soledad. Ahora los cristianos no están separados de él, pues el Espíritu nos ha unido a Cristo en su resurrección. Adorémosle de todo corazón al partir el pan. Amén.
F. S. W.
