Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días.
El último versículo del Salmo del Pastor comienza con la palabra ciertamente, y tiene un significado similar a la expresión de cierto del Nuevo Testamento, que tantas veces fue pronunciada por nuestro Señor Jesucristo. En otras palabras, se trata de una verdad divina: no hay lugar para la duda en cuanto a la certeza de que el bien y la misericordia seguirán al creyente hasta el final de sus días.
El bien de Dios es un resultado de la gracia: recibimos las bendiciones que no merecíamos. La misericordia de Dios, por otro lado, nos libra del castigo que sí merecíamos. La gracia y la misericordia son como dos hermanas gemelas que nos acompañan en nuestra peregrinación.
A continuación, David nos presenta nuestro hogar eterno. Podríamos preguntarnos cuánto entendía realmente un santo del Antiguo Testamento acerca de este tema, dado que en el Nuevo Testamento recibimos mucha más claridad acerca de la vida después de la muerte. El apóstol Pablo afirma que la muerte de Cristo “sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Ti. 1:10). Sin embargo, David escribía inspirado por el Espíritu y, como profeta, tenía una visión mucho más amplia de lo que sus contemporáneos generalmente comprendían.
La casa del Señor es eterna. Según Juan 14:1-3, durante la noche en que Cristo fue entregado, él se tomó un tiempo para tranquilizar los corazones angustiados de sus discípulos. Los eventos que se avecinaban podían perturbarlos y probarlos duramente. Con el propósito de consolarlos, él les aseguró que, aunque debía irse, él iría a preparar un lugar. De esta forma, él les confirmó cuán real es la esperanza celestial: muchas moradas en la casa del Padre (Jn. 14:1-3). Y no solo eso, ¡también les prometió que él mismo iba a regresar para llevarlos consigo!
Brian Reynolds