Estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad.
El cristiano puede decir: ««Tengo poder para rechazar a Satanás, al mundo y a mí mismo, porque tengo vida eterna. Permanezco firme con la misma fuerza que Pablo poseía. El mal puede ser mayor, los días más oscuros, pero Dios es el mismo, y la vida eterna en Cristo es lo que poseo; y si camino en separación del mal, como alguien que posee la vida, tengo la dulzura de este pensamiento animándome: el Señor me conoce como suyo»».
¿Cómo es posible entonces que en la actualidad haya tan pocos cristianos satisfechos con lo que Dios nos revela en su Palabra? Piense en la diferencia entre los primeros cristianos y los cristianos de hoy. En aquellos primeros días, los cristianos comenzaron con Cristo como aquel que cargó sus pecados, resucitó de entre los muertos y ascendió a la gloria, donde ha ido a preparar lugar para los suyos. Independientemente de las circunstancias, él sigue siendo el mismo ayer, hoy y por los siglos. Esa era la posición de los primeros cristianos, y eso les dio un manantial de alegría durante todo su camino, permitiéndoles trasladar esa gloria a todas sus circunstancias como peregrinos y extranjeros. Esa gloria nunca abandonó la mente de Pablo, y en todo lo que tuvo que pasar, su alma siempre se deleitaba en ella.
¿Ha estado alguna vez nuestro corazón con ese Cristo en la gloria? ¿Hemos conocido al Cristo resucitado como punto de partida de toda bendición? ¿Sentimos como el Hijo de Dios, quien fue rechazado en la tierra y ha sido alzado al cielo, nos reclama para ser sus testigos y para que llevemos a cabo su obra y su servicio? Uno puede tener toda clase de experiencias de su propia debilidad, pero nada mantendrá firme al alma excepto conocer realmente al Señor Jesús en el cielo como Aquel que nos ha separado para sí. Ahí reside el sentido de sus derechos sobre nosotros: nosotros somos suyos y él es nuestro.
G. V. Wigram