El Señor Está Cerca

Jueves
11
Diciembre

Al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando. Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!

(Marcos 10:46-47)

La claridad de la fe

Qué conmovedor es meditar en la fe de Bartimeo. Mientras mendigaba junto al camino, Bartimeo escuchó como las personas decían que Jesús nazareno, un nombre utilizado para hablar con desdén acerca de él, estaba en la ciudad. Hoy en día, al igual que entonces, muchos consideran a Jesús simplemente como un hombre en específico que vivió en un lugar y momento determinado en la historia. Sin embargo, estas cosas eran irrelevantes para Bartimeo. Un nazareno, por muy compasivo que fuera, no podría ayudarlo. Sin embargo, el ciego Bartimeo vio, con la claridad que da la fe, al Hijo de David, al Mesías anhelado, al divino Siervo de Dios.

A pesar de los intentos de la multitud por silenciarlo, Bartimeo persistió. La sociedad puede considerar aceptable seguir a Jesús, pero se siente incómoda cuando alguien clama a él desesperadamente como Salvador. Sin embargo, el llamado de la fe atravesó el ruido del tumulto y alcanzó el corazón del Señor. Él nunca ignora a aquellos que se aferran a él (Hch. 17:27).

Muchos de los que escuchan la invitación del Señor intentan mantener una apariencia de dignidad cuando se acercan a él. Bartimeo solo tenía una capa de mendigo. De hecho, por mucha arrogancia que tengamos, ninguno de nosotros tiene más que eso. Sin embargo, Bartimeo se deshizo incluso de esa prenda andrajosa. “Maestro”, le dijo, dirigiéndose al Señor con reverencia y fervor, “que recobre la vista” (v. 51). Podría haber pedido poder o riquezas, pero ¿de qué le servirían? No tuvo vergüenza de reconocer su real y profunda necesidad.

En su gracia, el Señor Jesús respondió a esta oración de fe, sanándolo física y espiritualmente. Como un hombre transformado, Bartimeo quiso hacer suyo el camino del Señor, por lo que comenzó a seguir Jesús (v. 52).

Stephen Campbell

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