Se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a José.
Una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo.
El Éxodo describe la opresión y la servidumbre a las que estaban sometidos los hijos de Israel. En Egipto comenzó a reinar un Faraón que no conocía a José ni a Jehová, y no tenía intención de obedecer la voz divina. Todos estaban obligados a seguir las órdenes del Faraón. “Los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza, y amargaron su vida con dura servidumbre” (Éx. 1:13-14). Esta dura imagen representa la esclavitud del pecado, el cual es un amo cruel.
Sin embargo, cuando el pueblo de Dios clamó, él escuchó su lamento en los cielos. La Palabra de Dios nos dice que él vio, oyó y conoció las angustias de su pueblo y sus circunstancias (Éx. 3:7). Con gracia soberana, Dios intervino para librar a su pueblo. Se reveló como el gran YO SOY y proclamó: “He descendido para librarlos” (Éx. 3:8); nombró a Moisés como su libertador, quien libertaría a su pueblo y lo acercaría a Él mismo.
La redención por medio de la sangre y la liberación por medio de su poder constituyen el fundamento sobre el que Dios puede encontrarse con su pueblo. Entonces se levantó el tabernáculo de reunión según el modelo entregado en el monte Sinaí. Cuando Moisés concluyó su edificación, “la gloria de Jehová llenó el tabernáculo”. Ahora Jehová moraba en medio de su pueblo redimido.
En Génesis, observamos la trayectoria descendente del hombre debido a su desobediencia, desde el Edén, el jardín de Dios, hasta la muerte en un ataúd en Egipto.
En el Éxodo, presenciamos la liberación del hombre de la muerte en Egipto, su reconciliación con Dios, y el placer de Dios en habitar con su pueblo. “La nube de Jehová estaba de día sobre el tabernáculo, y el fuego estaba de noche sobre él, a vista de toda la casa de Israel, en todas sus jornadas” (Éx. 40:38).
Jacob Redekop