Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.
Amar a Dios y a nuestro cónyuge. El mandamiento principal es amar a Dios con todo nuestro corazón. Y el segundo más importante es amar a nuestro prójimo, lo que incluye a nuestro cónyuge, como a nosotros mismos. En el matrimonio, a medida que ambos se acerquen más al Señor, también se acercarán más el uno al otro.
Leer la Biblia y orar. Para acercarnos al Señor y fortalecer nuestro amor a él, necesitamos leer su Palabra y hablar con él en oración. Esto es algo que debemos hacer individualmente, pero también juntos. Esto no solo contribuye al desarrollo de nuestra vida espiritual, sino también a la vida espiritual de nuestro matrimonio y familia.
Preservar y proteger nuestro matrimonio. Esto se logra pasando tiempo juntos y prestando atención el uno al otro: un tiempo privado y dedicado por completo el uno al otro, sin distracciones. No estamos casados con el trabajo, ni con nuestros compañeros de estudio, ni con otras actividades. Para fortalecer nuestra relación, es imprescindible invertir tiempo en ella.
Perdonar y pedir perdón. Las ofensas no resueltas pueden empañar la felicidad de nuestra relación. Sin embargo, una vez confesadas y perdonadas, estas tensiones suelen desaparecer. Debemos aprender a humillarnos rápidamente para restaurar la calidez y la sintonía en nuestro matrimonio.
Fidelidad. La fidelidad implica cumplir las promesas que hicimos cuando nos casamos. Nos comprometimos a cuidarnos, amarnos, protegernos, respetarnos y proveernos mutuamente, sin importar las circunstancias. Debemos recordar y honrar estas promesas.
Sinceridad. Esto implica no mentir ni decir la verdad a medias, ser transparentes y no guardar secretos. Somos una sola carne y debemos comportarnos como tal.
Aprender a reír. ¿Acaso no nos enfadamos con frecuencia, perdemos la paciencia o nos irritamos por cosas que, si las hiciera alguien más, no nos molestarían tanto? En nuestro hogar, debemos esforzarnos por mantener el buen humor y evitar ofendernos fácilmente.
Albert Blok
