Teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios.
Es interesante ver que aquello que Moisés estimó como “mayores riquezas… que los tesoros de los egipcios”, no fue solo el vituperio por Cristo, sino el vituperio de Cristo. El Señor Jesús se identificó en perfecta gracia con su pueblo. Descendió del cielo, dejando a un lado toda su gloria, y tomó el lugar de su pueblo. No se limitó a obrar por nosotros, sino que se hizo uno con nosotros.
Por lo tanto, vemos de esta manera hasta qué punto Moisés manifestó el espíritu y la mente de Cristo en relación con el pueblo de Dios. Viviendo en medio del bienestar, de la pompa y la grandeza del palacio de Faraón, donde los deleites temporales del pecado y los tesoros de los egipcios abundaban, él habría podido, si lo hubiese querido, gozar de todas esas cosas; le habría sido fácil vivir y morir en la opulencia, y recorrer un camino iluminado, desde el principio hasta el fin, por el sol del favoritismo real; mas esto no habría sido según la fe, ni tampoco conforme a Cristo. Desde la posición elevada que Moisés ocupaba, vio a sus hermanos doblegados bajo el peso de las cargas, y por la fe comprendió que su lugar era estar con ellos. Sí, con ellos en su oprobio, en su servidumbre, en su aflicción y en su humillación.
Si él no hubiese estado motivado más que por un sentimiento de afecto, de filantropía, o de patriotismo, habría hecho valer su poderosa influencia en favor de sus hermanos; tal vez su intercesión hubiera podido lograr que Faraón disminuyese las cargas que les oprimían, haciéndoles la vida más fácil por medio de las concesiones reales que él les hubiera conseguido; pero tal procedimiento no sería nunca el de un corazón en comunión con el corazón de Cristo.
Meditemos profundamente en esto: no debemos contentarnos con desear el bien del pueblo de Dios; nuestro deber es identificarnos plenamente con él, por despreciado y perseguido que sea.
C. H. Mackintosh
