Por la fe
Al considerar la vida de Moisés, vemos que la fe lo hizo seguir un camino completamente opuesto al curso de la naturaleza humana, llevándolo no solo a despreciar todos los placeres y seducciones, así como todos los honores de la corte de Faraón, sino haciéndolo abandonar una esfera de actividad aparentemente útil y extensa. Los razonamientos humanos lo habrían conducido por una senda completamente opuesta, haciéndolo usar su gran influencia a favor del pueblo de Dios, antes que sufrir con él.
Según el juicio humano, parecía que la Providencia había abierto un campo de trabajo muy extenso e importante para Moisés; y en efecto: si alguna vez la mano de Dios se manifestó claramente para poner a alguien en una posición especial, fue por cierto en el caso de Moisés. Debido a una intervención maravillosa, y por una serie incomprensible de circunstancias que cada una de ellas revelaba la mano del Todopoderoso, y que ninguna previsión humana habría podido combinar, la hija de Faraón vino a ser el instrumento por el cual Moisés fue sacado de las aguas, y criado y educado hasta los cuarenta años en la corte real (véase Hch. 7:23). En tales circunstancias, el abandono de su alta posición y la influencia que esta le permitía ejercer, no podía ser considerada en el caso de Moisés más que como el resultado de un celo mal entendido.
La potestad de la fe se muestra rechazando constantemente esas pretendidas direcciones providenciales. Así fue en el caso de Moisés. “Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón” (v. 24) y por la fe dejó a Egipto. Si él hubiese juzgado las cosas por la vista, habría aceptado la dignidad que le era ofrecida como un don manifiesto de la Providencia, y habría permanecido en la corte de Faraón, donde en apariencia la mano de Dios le había preparado tan extenso campo de trabajo. Sin embargo, Moisés caminaba por fe y no por vista, por lo que abandonó todo aquello. ¡Qué noble ejemplo, digno de ser imitado!
C. H. Mackintosh