Los ídolos de ellos son plata y oro, obra de manos de hombres. Tienen boca, mas no hablan; Tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen; manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; no hablan con su garganta. Semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos.
Diversos pasajes de la Biblia emplean preguntas retóricas para evidenciar cuán absurdo es confiar en los ídolos. ¿Cómo puede un ídolo tallado ayudar a quien le rinde culto? Un artesano le dio forma a sus ojos y orejas, aunque no le sirven para nada. Su boca, manos y pies no pueden instruir o auxiliar a quien implora su ayuda. Quien confía en un dios de este tipo tiene una fe vacía.
A diferencia de los ídolos, el Dios de la Biblia reacciona a nuestras necesidades y escucha nuestras peticiones. Su mano no se acorta para salvar, ni su oído se endurece para oír (Is. 59:1). Él muestra misericordia y compasión. Jesucristo vino al mundo para buscar y salvar a los perdidos (Lc. 19:10). Los que creen en él no serán avergonzados (1 P. 2:6).
Esto nos consuela, pero también nos transmite un mensaje adicional. Como seguidores de Cristo, debemos preguntarnos si nos parecemos más a él o a los ídolos. Teniendo ojos, ¿nos percatamos de las necesidades de los demás? Tenemos oídos para oír, ¿atendemos a quienes nos piden ayuda? Tenemos manos y pies, pero a menudo decidimos no ayudar a quienes tienen dificultades; y aunque tenemos boca, muchas veces callamos en lugar de difundir las buenas nuevas de Cristo a los necesitados.
Cuando el Señor estuvo en la tierra, “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo”, pero ahora nos ha encargado “a nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Co. 5:19-20). Hemos sido dejados en esta tierra para representar a Cristo, enviados como sus embajadores a un mundo que aún necesita volver a Dios y dejar a los ídolos.
Stephen Campbell