Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado.
Hechos 10 narra la conversión del centurión romano Cornelio. Antes de esto, el Señor preparó a Pedro para su misión de llevar el evangelio a un gentil. De hecho, Pedro mismo dijo más adelante: “Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero” (v. 28). ¿Cómo preparó el Señor a Pedro? A través de una visión: “Le sobrevino un éxtasis; y vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a un lienzo… en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo. Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come” (vv. 10-13).
Pedro inicialmente se negó a hacerlo, ya que nunca había comido nada inmundo, pero el Señor le dijo que no debía considerar común o inmundo aquello que Dios limpió. Esta visión se repitió tres veces consecutivas. Mientras Pedro meditaba en el significado de esta visión, unos hombres llamaron a la puerta. Justo en ese momento, el Señor le dio una misión a Pedro: “Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado”. Pedro entendió la lección y, al día siguiente, fue con ellos. Esto se evidencia en sus palabras a Cornelio: “Me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (v. 28).
En nuestras vidas, puede haber momentos en los que Dios nos está preparando para una futura tarea que quiere que realicemos para él. Durante estos momentos de preparación, que pueden ser desconcertantes, podríamos preguntarnos, como Pedro, cuál podría ser el propósito de todo esto. Sería una bendición si más tarde pudiéramos decir: “Me ha mostrado Dios…”, de manera que estemos listos para levantarnos e ir a donde él nos envíe.
Michael Vogelsang