El Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora.
En Hechos 9 encontramos el dramático suceso de la conversión de Saulo. En su camino a Damasco, al encontrarse con el Señor, Saulo preguntó: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (v. 6a). Desde ese día en adelante, esta pregunta marcaría el rumbo de su vida. La respuesta del Señor fue: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (v. 6b). Saulo entonces obedeció con sencillez, al igual que Felipe el evangelista.
Después de estas cosas, el Señor le dio instrucciones a un discípulo llamado Ananías, uno de sus siervos que vivía en Damasco. El versículo de hoy contiene las instrucciones que él recibió: “Levántate y ve”. Pero ¿cómo reaccionó Ananías? De manera muy distinta a Felipe. Tenía ciertas objeciones: “Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre” (vv. 13-14). En otras palabras: «Señor, me estás pidiendo algo difícil y peligroso, pues este hombre persigue a los creyentes». El Señor respondió amablemente a las preocupaciones de su siervo. “El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es este, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (vv. 15-16). “Fue entonces Ananías y entró en la casa”. Qué hermoso leer el saludo de Ananías a Pablo: “Hermano Saulo, el Señor Jesús… me ha enviado” (v. 17).
Podemos confiar plenamente en nuestro Señor. Si tenemos preocupaciones sobre la misión que nos ha encomendado, podemos decírselo libremente. Sin embargo, si él aún insiste en que la llevemos a cabo, entonces debemos obedecer. Él nos proveerá todo lo necesario para cumplir su obra.
Michael Vogelsang