Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová: Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí.
Existe actualmente un bombardeo de literatura que sugiere que no debemos culpar a los niños rebeldes por su mal comportamiento, ya que siempre es culpa de los padres. Si bien esto es cierto la mayoría de las veces, debemos reconocer que a veces no lo es.
El versículo de hoy ofrece consuelo a los padres que, a pesar de sus esfuerzos por educar a sus hijos en disciplina y amonestación del Señor (Ef. 6:4), se sienten decepcionados con los resultados. El Señor entiende estos sentimientos, ¡ya que él también crio y educó hijos que se rebelaron contra él! No todos los casos de rebeldía infantil pueden atribuirse a los errores de los padres, y un error ocasional no justifica el mal comportamiento del niño. Como escribió el autor de la Epístola a los Hebreos: “Tuvimos padres terrenales para disciplinarnos, y los respetábamos… nos disciplinaban por pocos días como les parecía” (He. 12:9-10 NBLA). De esta forma, Dios reconoce que los padres humanos no son perfectos, pero sostiene que deben ser respetados.
Obviamente, debemos examinar cuidadosamente nuestros corazones, juzgando nuestras intenciones y métodos. Si hemos sido negligentes y desobedientes a las instrucciones de las Escrituras, no deberíamos sorprendernos si vemos resultados desalentadores. En tal caso, debemos reconocer nuestro fracaso y orar por restauración y sabiduría para nuestro camino futuro.
Por otro lado, si hemos sido sinceros en nuestros esfuerzos por guiar a nuestros hijos por el camino correcto, si hemos orado frecuentemente con y por ellos, y si les hemos dado un buen ejemplo, entonces debemos dejar los resultados en manos del Señor, aceptando humildemente la voluntad de Dios. Debemos ser cautelosos ante el peligro de sentir una culpa injustificada.
A. M. Behnam