El Señor Está Cerca

Miércoles
15
Octubre

Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo cantó. Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente.

(Lucas 22:60-62)

La mirada restauradora de Cristo

¿Alguna vez se ha preguntado cómo fue la mirada del Señor a Pedro? ¿Habrá sido una mirada fulminante, llena de desprecio y desdén? ¿Lo habrá recriminado con la mirada, como diciendo: «¡Mentiroso, traidor!»? Después de todo, se lo merecía. Sin embargo, la mirada que recibió fue de la de un amor herido, un amor tierno y fuerte. Una mirada que decía: «A pesar de tu negación, Pedro, aún te amo». Esta mirada hizo que Pedro saliera y comenzara a llorar amargamente.

No es sorprendente que Pedro llorara de esa forma. Se quebró ante la gracia del corazón que había lastimado. Posteriormente, se nos relata que el Señor se encontró con su discípulo desobediente y lo restauró, lo que sucedió cuando se le apareció después de su resurrección. Este hecho está registrado, pero ¿ha meditado alguna vez en cómo el Señor lo restauró? ¿Se ha preguntado qué sucedió entre el Señor y Pedro aquel día? No lo sabemos, pues solo se nos dice que tal encuentro existió, pero nada más (1 Co. 15:5). El Señor no comparte todos los detalles de lo que ocurre entre un alma y él.

El Señor no solo restauró a Pedro, sino que también lo llevó a juzgar el punto de su alejamiento, y entonces pudo volver a confiar en su discípulo. Una persona encuentra paz solo después de juzgarlo todo con el Señor. El alma es restaurada cuando volvemos al punto en el que nos desviamos y lo juzgamos en su presencia. El Señor nos lleva a hacer lo que difícilmente nosotros haríamos. Solemos decir: «Nunca podría confiar de nuevo en alguien después de lo que ha sucedido». Sin embargo, el Señor demuestra cómo le fue posible a confiar en Pedro nuevamente después de haberle llevado a juzgarse a sí mismo.

W. T. P. Wolston

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