Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.
¿Qué conocimiento tenemos acerca de las riquezas de nuestro Señor Jesucristo? Sin la Palabra de Dios, sería imposible formarnos una visión realista de sus riquezas. Sin embargo, al recurrir a ella, nuestra única fuente confiable de información, nos asombramos con lo que descubrimos. En el libro de Job, posiblemente el libro más antiguo de la Biblia, Dios interpela a Job.
Dios le formuló preguntas retóricas a Job, cuyas respuestas son evidentes. Por ejemplo: “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?” (Job 38:4). En Apocalipsis 4:11, leemos: “Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”. Asimismo, en el Salmo 50:10, Dios afirma: “Mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales en los collados”. En Hageo 2:8: “Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos”.
Después de oír la voz de Dios, Job se sintió humillado y dijo: “Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:6). Nosotros también deberíamos humillarnos al considerar las riquezas del Hijo de Dios y contrastarlas con las palabras del apóstol Pablo: “Nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico”. En Mateo 8:20, leemos: “El Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza”. ¡Y el mismo creó el mundo y todo lo que en él hay! En otra ocasión, él pidió que le mostraran un denario, porque él no tenía (Mt. 22:19). Finalmente, cuando sacaron su cuerpo de la cruz, él fue puesto en una tumba prestada (véase Mt. 27:52, 60).
El Señor de gloria se humilló hasta lo sumo en busca de una perla de gran precio. Cuando la encontró, él vendió todo lo que tenía para comprarla (Mt. 13:46). Según su valoración, hemos sido enriquecidos enormemente, ya que “el que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Ro. 8:32).
Jacob Redekop