Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor.
El creyente separado debe seguir la justicia, la fe, el amor y la paz. Debe andar según una justicia práctica, es decir, perseguir lo que es recto y conveniente ante Dios y el hombre. Notemos que el orden es: la justicia primero, luego la fe, después el amor y finalmente la paz.
La primera consideración es la justicia, no el amor ni la paz. Si uno piensa en el amor o en la paz como primera consideración, puede estar en peligro de comprometer la verdad y sacrificar la justicia. Por lo tanto, debemos buscar la justicia ante todo. No puede haber paz con el mal ni con los enemigos de Cristo.
Junto con la justicia, debemos seguir lo que es de la fe. Esto nos mantiene en comunión con Dios y en dependencia de él. Cuando hay tal dependencia, él sostendrá el corazón en la senda de la justicia y en la separación con respecto al mal. La fe mantiene a Dios delante del alma y evita que uno mire las cosas desde el punto de vista de las conveniencias y los razonamientos puramente humanos. La fe es necesaria para continuar firmes en la senda de la justicia. Moisés es un ejemplo de esto. Él “se sostuvo como viendo al Invisible” (He. 11:27).
Sin la fe y el amor, nuestra decisión de seguir la justicia tiende a convertirse en algo frío y legalista con un sabor farisaico. Es por eso que la fe y el amor deben estar aliados con la justicia. En el versículo que estamos considerando, la fe viene antes del amor. La razón es que el ojo tiene que dirigirse hacia Dios, la fuente del amor, antes de que pueda haber verdadero amor cristiano en actividad. El amor tiene que ser resguardado por la justicia y la fe. No puede existir ningún amor verdadero sin obediencia. El amor verdadero hacia Cristo y hacia las almas nos impulsará a andar en la justicia y la fe.
R. K. Campbell