Se levantó el sumo sacerdote Eliasib con sus hermanos los sacerdotes, y edificaron la puerta de las Ovejas. Ellos arreglaron y levantaron sus puertas… Después de él Baruc hijo de Zabai con todo fervor restauró otro tramo… hasta la puerta de la casa de Eliasib sumo sacerdote. Tras él restauró Meremot… desde la entrada de la casa de Eliasib hasta el extremo de la casa de Eliasib.
Nehemías, que servía como copero para el rey de Persia, obtuvo permiso de parte del monarca para ir a Jerusalén y reconstruir los muros y las puertas de la ciudad. Después de orar intensamente y solicitar personalmente este permiso, Nehemías recibió la autorización y partió hacia Jerusalén. Cuando llegó, evaluó cuidadosamente la situación y animó a los habitantes de la ciudad, compartiendo con ellos las bendiciones que Dios le había otorgado a través del rey.
La obra de reconstrucción inició a pesar de la oposición y el desprecio de los enemigos. El sumo sacerdote Eliasib, junto con otros sacerdotes, lideró la construcción de la puerta de las ovejas y una sección significativa del muro adyacente. A pesar de su impresionante apariencia, las puertas tenían un gran defecto: no se les instalaron cerraduras ni cerrojos. Una puerta sin cerradura, por impresionante que sea, es inútil para mantener a los enemigos fuera de la ciudad.
Muchos constructores se encargaron del trabajo de arreglar o reconstruir el muro en frente de sus propias casas. No obstante, Eliasib no lo hizo, sino que otros dos constructores repararon el muro en frente a su casa. De hecho, se nos dice que uno realizó su trabajo “con todo fervor”, en claro contraste con la negligencia de Eliasib.
¿Cuáles son nuestras prioridades? ¿Acaso buscamos impresionar a los demás con nuestra actividad en las cosas del Señor o con todo fervor nos cuidamos a nosotros mismos y a nuestros hermanos en la fe de las incursiones del mundo? La Palabra de Dios nos advierte: “¡Maldito el que haga con negligencia la obra del Señor!” (Jer. 48:10 RVA-2015). En lugar de ello, ¡esforcémonos por trabajar para la gloria de Dios!
Eugene P. Vedder, Jr