El Señor Está Cerca

Jueves
11
Septiembre

¡Cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir!

(2 Pedro 3:11)

La santidad práctica a la luz de la eternidad

La vida de Cristo desplegó la gracia y la verdad o, en otras palabras, el amor y la luz. Como seres complejos con conciencia y corazón, debemos dejar que la luz guíe nuestra conciencia y el amor conduzca nuestro corazón.

Meditemos un instante acerca de nuestra gloriosa posición actual. Nuestros pecados han sido quitados para siempre. Hemos sido justificados y santificados en Cristo Jesús, hechos “aptos para participar de la herencia de los santos en luz” (Col. 1:12). Poseemos una vida nueva, perfecta y eterna, y mientras estamos en este mundo somos fortalecidos por la presencia constante de un Amigo y Consolador todopoderoso. El amor de Cristo ha sido derramado en nuestros corazones para colmarnos y cobijarnos, y su luz nos ilumina para guiar y regular nuestras conciencias.

Consideremos a Cristo, nuestro modelo perfecto, quien fue a la vez un conquistador, un sufriente y un benefactor. ¡Cuántas glorias morales resplandecen en él! Venció al mundo, rechazando todas sus tentaciones y ofertas. Sufrió por él, dando testimonio de Dios contra todo su rumbo y espíritu mundano; derramó sobre él sus bendiciones, dispensando continuamente su amor y poder, devolviendo bien por mal. Sus tentaciones solo lo convirtieron en un vencedor; sus contaminaciones y enemistades, en un sufriente; sus miserias, en un benefactor. Jesús hizo el bien; restauró y liberó. Jesús amó, sanó y salvó, sin esperar nada a cambio.

Leamos cuidadosamente 1 Juan 2:6: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”. Podríamos sentirnos abrumados al pensar cuán lejos estamos de este glorioso ejemplo y del propósito de Dios para nosotros en este mundo. Con todo nuestro futuro iluminado por estas verdades eternas, ¿viviremos para nosotros mismos o para Jesús, quien murió y resucitó por nosotros? Que nuestros corazones se sientan atraídos a él por el poder de su amor que sobrepasa todo entendimiento.

A. T. Schofield

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