Elías le dijo:… hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida… y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo.
Con estas palabras, Elías simplemente estaba reivindicando los derechos de Dios sobre los recursos de la viuda y, como bien sabemos, el fruto de una respuesta fiel y oportuna a dicha demanda siempre resultará en una abundante cosecha de bendiciones para el alma. No obstante, esto requería de la fe de la viuda, ya que ella estaba atravesando una situación de prueba y dificultad. Era imprescindible la fuerza de la fe en la promesa divina: “Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra” (v. 14).
¿No es siempre así para cada creyente? Ciertamente que sí, pues siempre debemos actuar con fe. La promesa de Dios siempre debe ser el motor principal del alma del cristiano. Si la tinaja de harina hubiese estado llena, entonces no habría habido lugar para el ejercicio de la fe por parte de la viuda; pero cuando se agotó, cuando solo quedaba un puñado de harina, pedir que diera primero ese puñado a un desconocido era una demanda demasiado grande; solo a través de la fe podía responder a tal solicitud.
Frecuentemente, el Señor trata con los suyos como lo hizo con sus discípulos cuando alimentó a la multitud: “Esto decía para probarle; porque él sabía lo que había de hacer” (Jn. 6:6). A menudo, se nos pide dar un paso en una dirección que representa un gran desafío para nosotros; y una vez que damos ese paso, no solo comprendemos la razón, sino que también obtenemos la fuerza para continuar. De hecho, todos los derechos de Dios respecto a nuestra obediencia se fundamentan en el principio expresado en esta orden dada antiguamente a los hijos de Israel: “Di a los hijos de Israel que marchen” (Éx. 14:15). ¿Hacia dónde debían ir? A través del mar. ¡Qué camino! No obstante, detrás de este difícil mandato, observamos la gracia que proporciona la capacidad para cumplirlo (véase Éx. 14:15-16). La fe permite que una persona, cuando es llamada, pueda partir sin saber hacia dónde se dirige (He. 11:8).
C. H. Mackintosh