El Señor Está Cerca

Día del Señor
7
Septiembre

Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso… Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

(Lucas 23:43, 46)

Testigos de la cruz

Jesús, el Hijo del Hombre, Aquel que es sin pecado, estaba colgando de la cruz junto a dos criminales condenados. Aquellos que transitaban por el lugar, meneaban sus cabezas y decían: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar” (Mt. 27:42). Estas palabras nos recuerdan el lamento del profeta Jeremías: “¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor” (Lm. 1:12). Los malhechores, uno a cada lado suyo, habían sido testigos del padecimiento silencioso de Jesús, y habían escuchado su oración: “Padre, perdónalos” (v. 34). Impulsado por la fe, uno de los malhechores admitió su culpabilidad y le suplicó su perdón. No se nos dice cuál era su nombre, quizás porque el Espíritu quería simbolizar en él a todos los creyentes. En un instante, este hombre comenzó a tener temor de estar separado eternamente de Dios. Y un instante después, la promesa del Señor Jesús entró en su corazón: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Inmediatamente después, este creyente nacido de nuevo se transformó en un predicador del evangelio para el otro malhechor. Hasta el día de hoy, esta historia sigue predicándose para salvación. Querido lector, ¿ha acudido usted al Salvador? Venga ahora mismo a él, ¡pues quizás no haya un mañana para usted!

Lucas registra las últimas palabras de Jesús en la cruz, pronunciadas a viva voz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. También registra las primeras palabras de Jesús en su infancia: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lc. 2:49). Jesús se dedicó a los asuntos de su Padre desde el principio hasta el final, realizando actos de bondad, sanando a los enfermos y devolviendo la vista a los ciegos. En toda circunstancia, incluso en el jardín de Getsemaní, se sometió en total obediencia a la voluntad del Padre. Con todo nuestro corazón, coincidimos con el centurión que presenció lo que sucedió en aquella cruz y glorificó a Dios, exclamando: ¡Verdaderamente este hombre era justo! (Lc. 23:47).

Jacob Redekop

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